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Dios lo sabe todo (1 Jn. 3:20). Dios se conoce a sí mismo y a todas las cosas de manera exhaustiva, eterna, e inmutable. Él conoce sus propias perfecciones, planes, acciones, y metas (Sal. 147: 5; Is. 46:10; Hch. 15:18). Él conoce a los miles de millones de ángeles en luz (Dn. 7:10), cada rincón del infierno (Pr. 15:11), todos nuestros pecados (Sal. 69:5), cada pensamiento oculto (Sal. 139:2), cada onza de nuestro sufrimiento (Sal. 56:8). Demuestra su deidad al saber infaliblemente el pasado, el presente, y el futuro, incluidas todas las posibilidades y los eventos contingentes (1 S. 23: 10-13; Mt. 11:21), desde el más mínimo detalle (Mt. 10:29-30) hasta el hecho y momento de nuestra salvación (Ro. 8:29; 2 Ti. 1:9). Como el Hijo eterno del Padre, Jesucristo posee la plenitud de la deidad, incluido el atributo de la omnisciencia (Fil. 2:6; Jn. 21:17).

Entonces, ¿cómo debemos reconciliar la amplitud del conocimiento divino de Jesús con Mateo 24:36, donde el Hijo divino de Dios declara a sus discípulos que hay algo que él no sabía? “Pero de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre” (Mt. 24:26; cp. Mr. 13:32).

¿Cómo podría ser eso, y por qué lo dijo Jesús?

¿Qué era lo que Jesús no sabía?

Casi todos los comentaristas están de acuerdo en que en Mateo 24 Jesús está prediciendo dos “juicios”: uno sobre Jerusalén y el templo en el año 70 d. C. (cp. Mt. 23:38; 26:61), y otro al final de la era con su segunda venida (parousia) (ver Mt. 24:3, 14, 23-27). Si bien los estudiosos no están de acuerdo con respecto a qué versículos se refieren a qué evento, cómo se relacionan los dos juicios, y qué significa todo esto para los cristianos de hoy, casi todos están de acuerdo en que la referencia de Jesús a “ese día u hora” describe el momento de su regreso para juzgar el vivos y muertos (cp. Mt. 25:31-34).

Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿Cómo podría Aquel que ejecutará el juicio mundial ser ignorante de cuándo será ese día? Aparentemente no estamos solos en nuestro problema: es probable que en un esfuerzo por evitar la dificultad doctrinal, algunas copias manuscritas del Nuevo Testamento omitan las palabras “ni el Hijo”. Sin embargo, tales redacciones no alteran el hecho. Jesús lo dijo. ¿Cómo vamos a entenderlo?

Lo que el Padre sabe, el Hijo divino sabe

La doctrina de la Trinidad implica que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo poseen el mismo ser, mente, y voluntad singular. Las tres personas no constituyen un tipo de comité social, en el que un miembro podría retener información de otro. En cambio, lo que una persona sabe, las otras dos también lo saben, exhaustiva y eternamente, como el único Dios, pero sin desdibujar o negar sus identidades como personas distintas y relacionadas entre sí.

Por lo tanto, sea lo que sea que Mateo 26:37 signifique, no significa que la segunda persona de la Trinidad es o haya sido ignorante de algo. La doctrina ortodoxa de la Trinidad y el alcance completo de la revelación bíblica excluyen cualquier noción semejante. Como la fuente infinita e inmutable de todo conocimiento, Dios nunca aprende nada. Esto va tanto para el Hijo como para el Padre y el Espíritu.

Jesús creció en conocimiento

Sin embargo, incluso aunque la segunda persona de la Trinidad (el Logos) nunca cambia, por gracia gratuita se convirtió en hombre hace dos milenios al asumir para sí mismo “un cuerpo verdadero y un alma racional” (Catecismo Mayor de Westminster, número 37), y ambos son capaces de cambiar. Ahora y para siempre, dos naturalezas completamente diferentes (divina y humana) están unidas en el único Hijo de Dios. Como hombre, entonces, el Hijo “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” (Lc. 2:52). Y como cualquier ser humano después de la caída, tuvo hambre (Mt. 4:2), se cansó (Jn. 4:6), sintió angustia (Mt. 26:38) y, sí, se sorprendió de lo que aprendió (Mt. 8:10; Lc. 7:9; Mr. 6:6; cp. Lc. 2:46). Jesús solo pudo haber experimentado tales cambios en su naturaleza humana.

La Palabra de Dios nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el regreso de Cristo.

Al ver las limitaciones genuinas y los cambios temporales en la naturaleza humana de Jesús, aunque sin limitaciones ni cambios en su identidad divina, podemos ver que cuando dice que no sabía el momento de su regreso, el eterno Hijo de Dios estaba hablando con una boca humana, desde un alma humana, con conocimiento limitado como hombre, en perfecta sumisión al plan de salvación de su Padre.

Incluso si la autoreferencia de Jesús al “Hijo” es la abreviatura de “el Hijo de Dios” (un nombre común para el Logos divino) y no “el Hijo del Hombre”, este no es un problema insuperable para la visión presentada aquí. Las Escrituras a veces atribuyen atributos humanos a la persona del Hijo encarnado, a la vez que también lo identifican de acuerdo con su naturaleza divina (por ejemplo: Hch. 20:28; 1 Co. 2:8). Por tanto, el conocimiento limitado (un atributo humano) bien puede ser atribuido a la naturaleza divina de Cristo en la medida en que dicho conocimiento pertenece a la persona del Mediador como un hombre. En ese sentido cuidadosamente entendido, entonces podemos decir: “El Hijo divino ignoraba el día de su regreso”, incluso cuando afirmamos que el Hijo divino lo sabe todo (Jn. 21:17).

¡Uf! ¿Terminamos? No exactamente. Jesús no dijo estas palabras solo para darnos un enigma teológico. La pregunta realmente importante acerca de Mateo 24:36 no es: “¿Cómo podría Jesús no saber cuándo regresaría?”. La pregunta más importante es por qué.

Jesús nos estaba ayudando

El contexto de Mateo 24 revela que la declaración de Jesús en el versículo 36 está diseñada para contener nuestra vana curiosidad, para atarnos a su Palabra, y para animarnos a estar vigilantes y ansiosos por conocer a nuestro Señor cara a cara (Mt. 24:42, 44; 25:13, 46).

Si los ángeles, tan cerca de Dios (He. 12:22; Ap. 3:5) y superando al hombre en poder y sabiduría (2 S. 14:17, 20), lo obedecen alegremente mientras permanecen ignorantes de cuándo regresará Cristo, ¿cuánto más deberíamos confiar en Él en todas las cosas? Si el Hijo de Dios encarnado fue a la cruz esperando su exaltación sin saber el momento de su consumación, ¿cuánto más deberíamos recibir en fe cualquier grado o duración de sufrimiento que Dios haya planeado para nosotros hasta que Cristo nos lleve a casa para la gloria? Más que nada, ¿con qué alegría debemos dar la bienvenida a cada día, sabiendo que podría ser el día que hemos estado esperando desde que Dios nos recibió en Cristo?

La Palabra de Dios nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el regreso de Cristo. Él vendrá del cielo, en las nubes, en la carne, con gloria y poder, de manera repentina, visible y audible, en el fin del mundo, con ángeles y santos a su lado, mientras los cristianos se regocijan y los incrédulos lloran ante su vista. Dónde, y especialmente cuándo ocurrirá este evento glorioso, nadie lo sabe: nadie, es decir, excepto el Padre, el Espíritu y ahora el Hijo ascendido, nuestro Redentor, a quien se le ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18). Maranata.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Unsplash.
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