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“Hasta aquí la revelación. En cuanto a mí, Daniel, mis pensamientos me turbaron en gran manera y mi rostro palideció, pero guardé el asunto en mi corazón» (Daniel 7:28).

Es emocionante ver la obra de Dios a través de sus siervos y la bendición a su Pueblo como resultado de sus ministerios. Nos anima a pensar que nosotros también podemos contribuir al engrandecimiento de su reino en nuestra generación. Sin embargo, el servicio a Dios trae consigo un aspecto de quebrantamiento y carga espiritual, que es importante recordar y reconocer.

Por ejemplo, el llamado pastoral incluye un quebrantamiento que es necesario experimentar en carne propia para poder animar a otros en quebranto. El llamado misionero también incluye su propia experiencia de pérdida para poder alcanzar a los perdidos. Esto trae una especie de “peso de gloria” evidente en aquellos que han pasado por el fuego de la tribulación y llevan sobre sus hombros la carga del ministerio, junto a las “cicatrices de las batallas” en su piel.

En el versículo de hoy, vemos cómo el ministerio profético que Dios dio a Daniel incluyó momentos muy difíciles para él. Momentos de turbación que lo dejan abrumado, débil al entender las implicaciones y explicaciones de las visiones que se le estaba permitiendo ver. Daniel 8:27 dice que él pasó días enteros “agotado y enfermo” como resultado de una de estas experiencias.

Para él fue impactante ver no solo la necesidad del pueblo de Dios de arrepentimiento, sino también la suya propia. Entonces, él pudo interceder y apelar a la gran misericordia y fidelidad de Dios. “Pues no es por nuestros propios méritos que presentamos nuestras súplicas delante de Ti, sino por Tu gran compasión” (Daniel 9:18).

En medio de esta realidad en la vida y el ministerio, en los momentos más difíciles de conflicto espiritual e implicaciones prácticas y funcionales de esto, hay una verdad que nos puede sostener y llevar de la mano a lo largo de estas experiencias arduas: el reconocimiento de sabernos conocidos por Dios y profundamente amados por Él.

En la Biblia vemos cómo Daniel es afirmado de esta forma al considerar la situación venidera. “‘Daniel, hombre muy estimado, entiende las palabras que te voy a decir y ponte en pie, porque ahora he sido enviado a ti,’ me dijo. Cuando él me dijo estas palabras, me puse en pie temblando” (Daniel 10:11).

Las buenas noticias para ti y para mí son que, en Jesús, no solo hemos sido justificados y nuestra relación con nuestro Creador ha sido restaurada. Dios también nos ha adoptado para mostrar su compromiso eterno y pacto de gracia. Esta verdad es un ancla en medio de las tormentas de la vida. Trae paz y gozo sobrenatural, aún en medio de la realidad de conflicto espiritual en el ministerio.

“Y me dijo: ‘No temas, hombre muy estimado. La paz sea contigo. Sé fuerte y aliéntate.’ Cuando habló conmigo, recobré las fuerzas, y dije: ‘Hable mi señor, porque me has fortalecido’” (Daniel 10:19).

Piensa en esto hasta que tu corazón responda gozosamente en adoración.


Imagen: Lightstock.
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