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Hace unas semanas celebré el aniversario 25 desde que uní mi vida para siempre a la de mi mejor amigo. Pero a él no siempre lo vi así. Déjame explicarme.

No siempre pensé que mi esposo llevaría ese título, mi mejor amigo. Al comienzo de nuestra relación, yo pensaba de esta manera: esposo es esposo, amigos son amigos. Por alguna razón, ambas categorías estaban separadas en mi mente. Veía los dos roles como algo diferente y excluyentes uno del otro. Recuerdo que en algunas de nuestras conversaciones yo le decía que, aunque nuestra relación era muy importante para mí, yo necesitaba espacio para mis amistades, y que ese espacio era muy especial y no se podía invadir.

¡Qué equivocada estaba! Ahora miro atrás y me arrepiento de esas palabras. También le doy gracias a Dios porque mi esposo fue, y es, súper paciente conmigo y no prestó mucha atención a aquellos conceptos erróneos de su joven e inexperta esposa.

El espacio correcto en el corazón

Verás, mi querida lectora, es cierto que cada cosa tiene su lugar y que, como decía mi abuela, el corazón es como un chicle: se estira y hay espacio para todos. Sin embargo, cuando de amistad se trata, nuestro esposo tiene que encabezar la lista. Eso no puede tener discusión. ¿Por qué? Porque la Palabra de Dios nos enseña que, al unir nuestras vidas en matrimonio, ahora somos una sola carne con nuestra cónyuge. Esta relación es la prioridad número uno luego del Señor. 

En el libro más poético de la Biblia, Cantar de los Cantares, la esposa se refiere al esposo como su amigo: “Este es mi amado y este es mi amigo” (5:16, cursivas de la autora). El esposo encaja en ambas categorías.

Cuando los años pasan y las etapas en el matrimonio van cambiando, la amistad es la cualidad que permanecerá para siempre

¿Esto significa entonces que vamos a dejar a un lado a nuestras amigas? No, no quiero decir eso, pero sí quiero decir que ahora hablarás con tu esposo más que con tus amigas. Así, tal y como lo leíste. Un amigo es alguien en quien confiamos totalmente, alguien con quien podemos llorar o reír sin pena alguna. Amigo es alguien a quien podemos contar nuestras dudas, temores, triunfos, y fracasos. Amigo es aquel que, cuando nos equivoquemos, nos lo dirá sin deseos de herirnos; nos ayuda a crecer en nuestro caminar con Dios. De un amigo esperamos lealtad y sinceridad, nos sentimos seguras para ser vulnerables. ¿Estás de acuerdo? Entonces, obviamente, nuestro esposo, con quien ahora compartimos nuestra vida, debe convertirse en todo esto.

Cultiva el hábito de conversar con él y abrirle tu corazón porque, además, es el líder de tu hogar y escuchar su opinión, seguir su dirección, es el modelo de Dios para nosotras (Ef. 5:22-24). ¿Cómo hacerlo entonces? ¿Cómo llegar a tener esa clase de amistad y nivel de comunicación con nuestros esposos? Tenemos que ser intencionales. 

A mi esposo y a mí nos gusta salir a caminar juntos. Como vivimos en lugar de clima muy caliente, hacerlo al anochecer nos resulta maravilloso, especialmente en el verano. Esas caminatas nos han traído mucho más que oxígeno a la sangre y consumo de calorías. Se han convertido en un tiempo en que podemos conversar sin interrupciones. Hablamos de asuntos importantes y otros no tanto. Comentamos lo que hicimos durante el día. Aprovechamos para hacer planes, compartir sueños. Miramos el vecindario, disfrutamos ver el sol desaparecer, y escuchar los sinsontes que son muy comunes donde vivimos.

Cuando tú y tu cónyuge se conocieron, antes de ser novios, fueron amigos. Y la amistad no muere al casarnos, ¡crece!

Las caminatas se han convertido en un momento para reconectarnos el uno con el otro después de muchas horas separados por el trabajo y los quehaceres del día. Ese hábito inyecta vida a nuestra relación y ayuda grandemente a profundizar la comunicación. 

Cuida la amistad en tu matrimonio

Cuando los años pasan y las etapas en el matrimonio van cambiando, la amistad es la cualidad que permanecerá para siempre. Cuando ya las fuerzas falten, cuando quizá el calor físico se esté yendo y la pasión no pueda ser la misma, la amistad entre los dos les hará reír, recordar, y mantenerse fuertes. La amistad es inherente al amor. Pero una buena amistad se basa en una excelente comunicación. 

Los buenos amigos se interesan por la vida del otro. Dedica tiempo a escuchar a tu esposo. Haz preguntas que vayan más allá de “¿cómo te fue en el trabajo?”. Pregúntale cómo puedes orar por él, qué inquieta su corazón. Y comparte tus peticiones con él.

Hoy, casi un cuarto de siglo después, puedo aseverar que Abel, mi esposo, es sin dudas mi mejor amigo terrenal. No hay nadie con quien disfrute más conversar, pasar tiempo. Con él también puedo llorar o reír sin reservas. Sí, todavía tengo amigas, todavía me gusta compartir con ellas, pero no cambio la amistad con mi esposo por ninguna otra. ¿Y sabes qué nos recuerda eso? Que no por casualidad el Señor compara su relación con nosotros con el matrimonio, porque esta relación es el reflejo más cercano de Cristo con su iglesia (Ef. 5:22-33). Él nos llamó amigos, y así nos ve también (Jn. 15:15). De modo que un matrimonio que refleja a Cristo es un testimonio de buena amistad: se compone de dos mejores amigos. 

Cuando tú y tu cónyuge se conocieron, antes de ser novios, fueron amigos. Y la amistad no muere al casarnos, ¡crece! ¿Quieres un buen matrimonio? Cultiva la amistad, cuídala y priorízala.

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