Desde el 8 de abril, cada dominicano se detiene por un momento antes de enviar un Whatsapp, antes de compartir una foto en las redes, antes de salir a la calle. La tragedia de la discoteca Jet Set dejó 231 muertos en una noche. Pareciera que todos conocemos a alguien que está en luto.
La nación ha quedado profundamente sacudida y, a la vez, pasan los días y empieza a regresar la normalidad. ¿Con qué nos podemos quedar después del dolor?
1. Gratitud
Parece imposible, pero tenemos ejemplos. En la Escritura, lo vemos en Job, quien al enterarse de que había perdido todo lo que tenía, incluyendo a sus diez hijos, «se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre / Y desnudo volveré allá. / El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; / Bendito sea el nombre del SEÑOR”» (Job 1:20-21).
La gratitud guardó a Job hasta el final, y es la misma actitud que, como nación y como individuos, debemos imitar. He leído y escuchado testimonios de sobrevivientes y de rescatistas que se sienten sobrecogidos por la gratitud, a pesar del sufrimiento y de haber perdido a familiares. Podemos mirar al cielo y reconocer la buena voluntad de nuestro Dios, reconocer cada respiro como un regalo y la familia como una dádiva.
En un mundo tan roto como el nuestro, demos gracias porque las tragedias no son normales, por la misericordia de Dios. Y demos gracias, sobre todo, porque tenemos un Dios a quien acudir en medio del dolor. ¿Te imaginas sufrir y no tener a quién correr? No tenemos que imaginarlo.
2. Esperanza
Nuestro mundo está roto, pero por momentos tenemos destellos de cómo luciría un mundo mejor. Eso vimos la semana pasada, en República Dominicana, cuando, a pesar de las grandes dificultades en los servicios públicos y en el orden social, cientos de voluntarios se hicieron presentes a momentos de lo acontecido, en horas de la madrugada.
Los rescatistas con quienes pude conversar, todos afectados, expresaban con asombro cuánto se trabajó y cuántas personas hicieron tanto como pudieron para ayudar en las peores circunstancias. También hubo apoyo de otras naciones, y las iglesias locales se hicieron presentes con oración y comida. Las donaciones vinieron de todo lugar. Por su parte, centros comerciales y profesionales de salud abrieron espacios para consejería y terapia a los afectados, mientras los comercios han disminuido la avalancha de publicidad y tomaron un giro de empatía. Siento que hasta el tráfico está un poquito más amable (y todo el que ha manejado en Santo Domingo sabe lo que eso significa).
Ese aforismo de C. S. Lewis, «el dolor es el megáfono [de Dios] para despertar a un mundo adormecido», lo veo hecho realidad. Ahora se habla de estandarización de procesos, de revisión de las construcciones, de mayor cuidado y mejores sueldos al personal de atención sanitaria; todas cosas muy positivas. Además, varios pastores han comentado sobre una asistencia extraordinaria en sus servicios y de muchas nuevas conversaciones sobre el evangelio. Solo podemos orar para que este tiempo de dolor germine en frutos de salvación.
De ninguna manera nos alegramos por el dolor. Todo lo contrario, han sido días de muchas lágrimas. Pero las lágrimas que lloramos delante de Dios no son desperdiciadas: Él las guarda en un frasco (Sal 56:8), con la esperanza de que como nación y como individuos podamos cosechar con gozo (Sal 126:6).
3. Reflexión
El país estuvo en duelo oficial hasta el domingo 13 de abril, y esta Semana Santa se verá muy diferente a las anteriores. En realidad, esto debería ser muy provechoso, puesto que la Biblia nos enseña que el tiempo de luto tiene un gran provecho para el alma, «porque aquello es el fin de todo hombre, / Y al que vive lo hará reflexionar en su corazón» (Ecl 7:2).
Pero aquí la palabra debiera carga mucho peso. Porque nosotros —los seres humanos, no solo los dominicanos— somos muy buenos para reaccionar y muy malos para reflexionar. La verdad es que aun los eventos más duros, que nos dejan profundas cicatrices, se nos olvidan muy rápido. Si no hacemos un ejercicio de reflexión y de interiorización, si no buscamos cambios profundos y una mirada más allá del día a día, volveremos a la cotidianidad sin nada más que un poquito más de congoja.
¿Qué tal si tomamos decisiones ahora que nos servirán para el mañana? Compromisos firmes como nación (leyes y decretos para evitar más catástrofes) y como individuos (comprometernos con una congregación, visitar más a nuestros familiares, mostrar gratitud a nuestros seres queridos).
Tal vez lo más importante que deberíamos reflexionar es: ¿Estamos listos para la muerte? Inescapable como es, Dios dice que no es el final.
Más allá del polvo
Esto es seguro: Dios no está jugando a los dados. Él no está bromeando. No necesitamos saber por qué permitió esta tragedia; Job tampoco supo por qué Dios permitió su gran aflicción. Lo que Dios le dio a Job es lo que necesitamos que Él nos dé: Su presencia, Su cercanía, Su redención, Su perdón.
En medio de su profundo dolor, con preguntas e interrogantes, Job dio este grito de fe: «Yo sé que mi Redentor, vive, / Y al final se levantará sobre el polvo” (Job 19:25). Nosotros podemos saberlo también porque el Redentor, Cristo Jesús, venció la agonía de la muerte (Hch 2:24). Él levantará a Su pueblo, y esta es nuestra esperanza suprema y la mayor invitación para todo el que vive.