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Cada día dedicamos una gran cantidad de tiempo y energía para trabajar en las vocaciones que Dios nos ha dado. Si nuestro deseo es glorificar al Señor en todas las áreas de nuestras vidas, debemos estudiar la perspectiva de Dios sobre el trabajo, ya que es un tema ampliamente tratado en las Escrituras. Sin embargo, la mayoría de los cristianos, especialmente en Latinoamérica, ven el trabajo como una carga más. Es más, hemos podido observar cómo muchos añoran poder trabajar a tiempo completo en la obra de Dios, mientras descuidan el obrar del Señor en su trabajo cotidiano. No importa la vocación que Dios nos ha dado, ya sea como ministros del evangelio dedicados a tiempo completo a Su obra, o como personas que trabajan “secularmente”, es nuestro deber adornar en nuestras vocaciones, profesiones o puestos de trabajo, la doctrina del evangelio de Jesucristo.

El trabajo a la luz de la creación

Lo primero que debemos ver es el trabajo a la luz de la creación. Dios nos creó para trabajar, por lo que el trabajo es parte de Su plan para el hombre. Es una bendición de Dios, no es algo maligno, producto del pecado o de una maldición. Génesis 1:28 nos dice que Dios bendijo a Adán y a Eva, y les dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. Dios les dio el mandato de sojuzgar la tierra, y ellos debían cumplir con su vocación para honrar a Dios. En Génesis 2:15 se nos dice: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”. Dios nos creó para trabajar, no para estar ociosos. En Éxodo 20:8-11 se nos dice que el orden de la creación para el hombre es trabajar seis días y descansar uno, lo que nos confirma que fuimos creados para trabajar.

El trabajo a la luz de la caída

Lo segundo que debemos analizar es el trabajo a la luz de la caída del hombre en pecado. Por causa de la desobediencia de nuestros primeros padres, el trabajo va a estar lleno de problemas y angustias. La tierra que había fructificado sin mayores esfuerzos ahora sería maldita, como vemos en Génesis 3.17-19: “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. 19Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”. El hombre debía empeñarse mediante su ingenio y esfuerzo con el sudor de su rostro para que la tierra produjera sus frutos. Esta maldición no está limitada a la agricultura, sino a cualquier labor que realicemos. A la luz de esta verdad, no debe sorprendernos que el trabajo sea algo difícil, ya que tanto los hombres como la creación están sujetos a corrupción (Rm. 8:20).

El trabajo es digno

Lo tercero que es importante entender es que todo trabajo legítimo, que no viola los principios de la Palabra de Dios, es digno y santo. En la Biblia vemos el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo trabajando desde los 12 años en los negocios de Su Padre en el templo (Lucas 2.41-51), pero también vemos que era conocido por Su oficio de carpintero (Marcos 6.1-3). La Biblia nos enseña que Dios el Padre se complació en todo lo que hizo Su Hijo, incluyendo Su trabajo (Marcos 1.10-11). En Juan 13.4-5 también lo vemos trabajando en el oficio de un siervo al lavar los pies de los discípulos. En Juan 21 lo vemos como pescador y como cocinero. Con Su ejemplo, Él dignificó todo tipo de trabajo legítimo.

También tenemos el ejemplo del apóstol Pablo, que mientras estuvo en Corinto trabajaba durante la semana haciendo tiendas, y el día de reposo predicaba en la sinagoga (Hechos 18.1-4). Aunque Pablo tenía una gran preparación intelectual, no tenía a menos su oficio de fabricar tiendas de campaña, lo que nos muestra nuevamente que no debemos menospreciar ningún oficio legítimo. El apóstol a los gentiles no menospreció trabajar manualmente junto a sus hermanos en la fe. El trabajar, no importa cual sea nuestra vocación, es algo digno, que santifica y lleva gloria a Dios. A la luz de estas verdades, debemos comprender que primariamente trabajamos para la gloria de Dios, que es el fin para el cual fuimos creados. Nosotros debemos dar a conocer las perfecciones de Dios a los hombres en la forma cómo trabajamos (1 Corintios 10:31; 1 Pedro 4:11; Colosenses 3:17, 22-24).

En conclusión

La realidad es que para Dios no hay dos tipos de creyentes: los que trabajan en el ministerio y sirven a Dios, y los que tienen trabajos seculares y sirven a los hombres. Muchos piensan erróneamente que los cristianos más espirituales son aquellos que dedican su vida a servir al Señor a tiempo completo. Esta no es la enseñanza de la Escritura. Martin Lutero dijo “todo trabajo, por cuanto es moralmente legitimo (no malo), es sagrado. El sacerdote y el campesino, la monja y el ama de casa, el teólogo y el obrero, todos andan por fe delante de Dios”[1].

En conclusión, nuestros trabajos, sean seculares o ministeriales, son trabajos espirituales. En el Señor existimos nos movemos y somos (Hechos 17.28). Nosotros debemos servir a Dios en nuestros trabajos, en el desempeño de nuestras vocaciones. Somos llamados a glorificar a Dios con nuestra actitud, diligencia, desempeño y testimonio en todas las áreas de nuestras vidas. Nuestro trabajo es un deber sagrado, en el sentido que es hecho para el Señor. Ya sea que estés cuidando niños, lavando platos, que seas presidente de un banco, vendedor en una empresa, plomero, albañil, lo que sea que hagamos es nuestro servicio a Dios para glorificarle y anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó a Su Gloria admirable. “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”, Colosenses 3:17.


[1] Miller, Darrow: Vida, Trabajo y Vocación. U.S.A. Editorial JUCUM.  págs. 24-25).
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