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Los títulos de Cristo son las designaciones que típicamente hablan de su deidad, humanidad, identidad y misión. Los ejemplos representativos incluyen los siguientes: Él es el Hijo eterno de Dios (Jn 20:31), diferente pero igual al Padre y al Espíritu Santo. Él es el Alfa y la Omega (Ap 22:13), el primero y el postrero (2:8).

Todos se postrarán ante Él y confesarán que es el Señor (Fil 2:11), un título del Antiguo Testamento usado cientos de veces por y para Dios. En el Nuevo Testamento, Dios les dijo tanto a José como a María que llamaran al bebé “Jesús” (Mt 1:21; Lc 1:31), “el Señor salva”, porque salvaría a su pueblo de sus pecados. Se encarnó como el Hijo del Hombre, un título del Antiguo Testamento que habla tanto de su deidad como de su humanidad (Dn 7:13-14; Sal 8:4). Solo Él es el Salvador (1 Jn 4:14); por lo tanto, Jesús es el único nombre en el que debemos creer para ser salvos (Hechos 4:12).

Cristo es el Cordero de Dios, quien muere para quitar el pecado del mundo (Jn 1:29). Es el Siervo sufriente, quien en su muerte recibe el castigo que los pecadores merecen (Is 53:5-6). Él es el Buen Pastor, quien da su vida para rescatar a sus ovejas humanas (Jn 10:11, 17). Él es el primogénito de entre los muertos (Col 1:18), el primero en resucitar para no morir nunca más, quien da vida a todos los que confían en Él.

A diferencia del Israel infiel del Antiguo Testamento, Él es la vid verdadera, que permite que todos los que permanecen en Él den mucho fruto (Jn 15:1, 5). Él es la cabeza de su cuerpo, la iglesia (Col 1:18) y la piedra del ángulo (1 P 2:6) sobre la cual está edificada.

Los títulos de Cristo también describen sus atributos, su posición suprema y sus ministerios. Cristo cumplió los tres oficios que Dios le dio a Israel: profeta, sacerdote y rey.

Jesús es el gran profeta de Dios, quien trae la palabra definitiva de Dios. Lo hizo en su ministerio terrenal al predicar las buenas nuevas del reino y llamar al arrepentimiento. A la diestra del Padre, envió el Espíritu para darle poder a los apóstoles para predicar el evangelio. Los reyes provenían de la tribu de Judá, de la cual Jesús era parte, pero los sacerdotes provenían de Leví, entonces, ¿cómo podía el Mesías de Dios ser tanto rey como sacerdote?

El Señor agregó al sacerdocio aarónico o levítico un segundo sacerdocio superior. El que comenzó con Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo. Posteriormente, Dios diría sobre aquel prometido: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Sal 110:4). Hebreos identifica a Jesús como este sacerdote. Él, como Melquisedec, es rey y sacerdote y es hecho sacerdote por juramento de Dios. Él hace expiación en su muerte, y en su resurrección permanece como sacerdote, salvando para siempre a todos los que confían en Él. Jesús es Rey de reyes, de quien los profetas predijeron y el ángel anunció a María. Él ahora reina en el cielo sobre su pueblo y reinará en la tierra nueva para siempre (2 S 7:14-17; Ef 1:20-23; He 1:1-2; 7:20-25; Ap 22: 3).

Nota del editor: 

Este artículo es un fragmento adaptado del libro Diccionario conciso de términos teológicos, escrito por Christopher W. Mordan y Robert A. Peterson. Este recurso será publicado próximamente en nuestro idioma por B&H Español. Te animamos a visitar el sitio web de la editorial para estar atento a su publicación.

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