Génesis 19 – 21 y Mateo 13 – 14
“Y Sara concibió y dio a luz un hijo a Abraham en su vejez, en el tiempo señalado que Dios le había dicho… Y dijo Sara: Dios me ha hecho reír; cualquiera que lo oiga se reirá conmigo. Y añadió: ¿Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos? Pues bien, le he dado a luz un hijo en su vejez”, Génesis 21:2, 6-7
¿Sabes lo que significa Isaac? Aunque no lo creas significa “Risa”. Sara se rió para sí cuando escuchó de Dios la promesa de un hijo a Abraham. Fue más una risa nerviosa que una actitud de desprecio al anuncio del Señor. Sin embargo, tenía sobradas razones para pensar así. Ahora las cosas han cambiado, y una risa potente se escucha dentro de la tienda en donde Sara amamanta a su pequeña criatura. Es feliz porque se concretó el anuncio de Dios, ella era por fin Tierra Fértil. Y el anciano Abraham no se queda atrás en su alegría: “Y creció el niño, y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el día que fue destetado Isaac” (Gn. 21:8).
Detrás y muy lejos quedaban las noches de nostalgia y los apremios en su corazón por no dudar de la promesa de Dios. El Señor fue fiel para con Abraham y le concedió lo que él nunca siquiera hubiera podido imaginar como una realidad. ¿Qué nos hace tierra fértil? Así como el agua puede volver el más inclemente desierto en un precioso valle, así la Palabra de Dios es el medio indicado para fructificar nuestros corazones agotados e improductivos y convertirlos en fecundos lugares en donde el Poder de Dios se manifieste.
Leamos atentamente: ” Entonces el SEÑOR visitó a Sara como había dicho, e hizo el SEÑOR por Sara como había prometido” (Gn.21:1). Dios habló y Abraham y Sara estuvieron atentos a escuchar. Ya hemos notado en reflexiones anteriores que tuvieron dudas y que en el camino cometieron errores, pero lo fundamental es que supieron escuchar la voz del Señor. Leía por ahí que muchos niveles de autismo (esa enfermedad que hace que las personas tengan la tendencia desmedida a ensimismarse y separarse del mundo) son consecuencia directa de una mala audición. Al percibir los sonidos con dolor o de manera ininteligible, la persona se encierra en sí misma y atrofia su relación con el mundo.
¿Cuántos de nosotros sufrimos de incapacidad para oír a Dios? ¿Cuántos nos ensimismamos en nuestros pensamientos y no dejamos que el Señor nos hable a la conciencia? Abraham y Sara tenían una bendita virtud: oían con ambos oídos. Esa es la base de la fertilidad espiritual. El Señor Jesucristo estableció cuatro tipos de terrenos y su capacidad de retención de la Palabra de Dios en su magistral Parábola del Sembrador. El Señor habla y lanza su semilla (la Palabra de Dios) al voleo, como lo hacían los antiguos agricultores orientales.
La semilla no es enterrada sino que se lanza por el aire y cae en la tierra, que por sus características recibirá o rechazará la semilla. Veamos estos cuatro tipos de terreno: El terreno Falta de Comprensión: “y al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron… A todo el que oye la palabra del reino y no la entiende, el maligno viene y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es aquel en quien se sembró la semilla junto al camino” (Mt.13.4,19). Es tierra endurecida porque se ha convertido en tierra de paso: todo pasa por ella pero nada es capaz de quedar. Nunca se ha dispuesto para fructificar, solo tiene curiosidad pero no entendimiento. ¿Por qué no entiende? Porque es un corazón espiritualmente encostrado, irreflexivo, voluble.
Como la tierra muerta delgada y polvorienta del camino, que hace que aun el agua pase por encima sin siquiera poder penetrarla con su vida. La semilla queda tan a la vista que sin ningún dolor son escamoteadas por las aves. Hoy fue la Palabra de Dios y mañana será otra cosa… El terreno Falta de Profundidad: “Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó porque no tenía profundidad de tierra… Y aquel en quien se sembró la semilla en pedregales, éste es el que oye la palabra y enseguida la recibe con gozo; pero no tiene raíz profunda en sí mismo, sino que sólo es temporal, y cuando por causa de la palabra viene la aflicción o la persecución, enseguida tropieza y cae” (Mt.13:5,20-21). Es un terreno que aparenta fertilidad, pero solo hay una pequeña capa de tierra útil, aparentemente lista, pero por debajo está llena de escombros y piedras, que generan un pequeño efecto de invernadero. Al calentarse las piedras fomentan un desarrollo más rápido de lo acostumbrado, pero estas mismas piedras impedirán el crecimiento de raíces fuertes que terminarán matando la pequeña planta.
Catalogaremos a las personas con estas características como superficiales y emotivas. Sus problemas interiores los llevan a buscar al Señor y recibir con agrado y alegría la Palabra de Dios; sin embargo, no están dispuestos a erradicar todos esos problemas no resueltos que se amontonan muy cerca de la superficie de sus vidas. Al ser confrontados, descubren que las demandas de Dios les obligan a sacar a la luz sus problemas, por lo que prefieren dejar morir la Palabra antes que erradicar lo que los hace estériles.
Es tierra aprovechable pero no dispuesta a dejar pasar el arado. Siempre estarán empezando pero nunca se concretará el tan ansiado fruto.
El terreno Falta de Equilibrio: “Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron… Y aquel en quien se sembró la semilla entre espinos, éste es el que oye la palabra, mas las preocupaciones del mundo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se queda sin fruto” (Mt.13.7,22). Es un terreno lleno de otras semillas. Un suelo sucio es una amenaza seria para el crecimiento de cualquier planta deseable (no así para la mala hierba).
Ante el descuido de la diversidad de las semillas, muere la planta o se vuelve infructuosa. ¿Cómo interpretamos las otras semillas? Son otras filosofías, intereses, perspectivas y prioridades de la vida. Estos espinos crecidos son los afanes de este sistema de vida que hacen que vivan con un apetito insaciable y vehemente por tener lo que la sociedad vende como felicidad. Viven perturbados por estos espinos que son las permanentes aprensiones por ser como “todos deben ser”.
Tienen tanto por “hacer” y tanto en qué “pensar” que no hay tiempo para el Señor y su Palabra. Han perdido la total capacidad de reflexión, y dentro de sus corazones hay una permanente neblina de pensamientos que son incapaces de decodificar. Entre todos ellos también está la Palabra, pero entre tanta información es imposible aprovecharla. Nunca encontraremos un campo sembrado con diferentes plantas, la uniformidad de las semillas será la clave para una cosecha provechosa. Y eso mismo sucede con el alma humana.
El terreno Receptivo: ” Y otra parte cayó en tierra buena y dio fruto, algunas semillas a ciento por uno, otras a sesenta y otras a treinta… Pero aquel en quien se sembró la semilla en tierra buena, éste es el que oye la palabra y la entiende, éste sí da fruto y produce, uno a ciento, otro a sesenta y otro a treinta” (Mt.13.8,23). ¿Cuál es la característica fundamental de este tipo de tierra? Simplemente, es tierra preparada para recibir semillas. “Oye y entiende” son las palabras claves. Bueno, pero todos oímos la palabra podrían decir. Sí, pero si separamos las palabras “oír”, “entender” y “fruto”, nos aproximaremos a su profundo significado. Oír tiene que ver con la disposición para estar atento a lo que Dios dice. La atención es lo que hace que sepamos de qué se está hablando. El siguiente paso es “entender”.
Con esta palabra se da por sentado que el propósito del mensaje lo hemos captado, y podemos ahora vincularlo con nuestro propio entorno y circunstancias. Por ejemplo: puedo oír con atención hablar de la aspirina y saber que se trata de un remedio; luego, iré entendiendo que su principal función es calmar los dolores de cabeza. La precisión del entendimiento se dará cuando lo relacione con algún momento en que pase por el consabido dolor y allí determinaré su importancia para mí. Entiendo la verdad cuando la hago parte y la relaciono con mi propia historia. Por último, la “fructificación” tiene que ver con la asimilación y la permanencia de la Palabra de Dios en mi vida.
El resultado: fruto abundante. Hacer de nuestro corazón tierra fértil es un proceso tan arduo como preparar la tierra para recibir la semilla. Mientras sigamos siendo volubles, inestables y vacilantes, la Palabra de Dios se la seguirá llevando el viento. Mientras queramos que la Palabra de Dios solo toque nuestra superficie pero no nuestros verdaderos problemas, seguiremos viviendo de chispazos de bendición que pronto se esfumarán en el olvido. Mientras sigamos manteniendo en nuestra vida códigos de comportamiento antagónicos y vivamos alienados por las circunstancias, solo la disolución y el aturdimiento serán los frutos que salgan de nuestra tierra. ¿Cuáles son los frutos de la Palabra de Dios en tu vida? ¿Qué clase de terreno estoy siendo para el Señor? Jesucristo termina su parábola con las siguientes palabras: “El que tiene oídos, que oiga” (Mt.13.9).