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La doctrina de la expiación limitada, que es la “L” en el acrónimo TULIP por sus siglas en inglés, enseña que Cristo efectivamente redime de cada pueblo “solo a aquellos que fueron elegidos desde la eternidad para salvación” (Cánones de Dort, II.8). Como Ursinus explica en su comentario sobre el Catecismo de Heidelberg, la muerte de Cristo fue para todos “en lo que respecta a la suficiencia de la satisfacción que Él logró, pero no en lo que respecta a su aplicación”. En otras palabras, la muerte de Cristo fue suficiente para expiar los pecados del mundo entero, pero la voluntad de Dios fue redimir efectivamente a aquellos y solo a aquellos que fueron elegidos desde la eternidad, y dados a Cristo por el Padre.

A menudo el término “redención particular” se considera más favorable, porque el punto de la doctrina no es limitar la misericordia de Dios, sino dejar claro que Jesús no murió en lugar de cada pecador en la tierra, sino por su propio pueblo. El buen pastor da su vida no por las cabras, sino por las ovejas (Jn. 10:11). Es por eso que en Juan 6 está escrito que Jesús vino a salvar a los que el Padre le había dado, y Mateo 1:21 dice que murió por su pueblo, y en Juan 15:13 por sus amigos, y en Hechos 20:28 por la Iglesia, y en Efesios 5:25 por su esposa, y en Efesios 1:4 por los elegidos en Cristo Jesús.

Vale la pena definir y defender la doctrina de la redención particular porque llega al corazón mismo del evangelio. ¿Deberíamos decir: “Cristo murió para que los pecadores vinieran a Él”, o: “Cristo murió por los pecadores”? La obra de Cristo en la cruz, ¿hizo posible que los pecadores vinieran a Dios? ¿O la obra de Cristo en la cruz en efecto reconcilió a los pecadores con Dios? En otras palabras, ¿la muerte de Jesucristo hace que nuestra salvación sea posible, o en realidad nos salva?

Si la expiación no es exclusiva y únicamente para las ovejas, entonces o tenemos un universalismo (Cristo murió en lugar de todos y, por lo tanto, todo el mundo es salvo), o tenemos algo menos a una substitución plena. “A menudo se nos dice que limitamos la expiación de Cristo”, observó Spurgeon, “porque decimos que Cristo no ha hecho una satisfacción por todos los hombres, pues entonces todos los hombres serían salvos”. Pero más bien, argumentó Spurgeon, la doctrina de la expiación que realmente limita la muerte de Cristo es la que dice que nadie en particular fue salvo en la cruz. “Afirmamos que Cristo murió de modo que infaliblemente aseguró la salvación de una multitud incontable, quienes a través de la muerte de Cristo no solo tienen la capacidad de ser salvos, sino que realmente son salvos, tienen que ser salvos, y no pueden mas que ser salvos.”

La doctrina de la expiación que realmente limita la muerte de Cristo es la que dice que nadie en particular fue salvo en la cruz.

Cristo no viene a nosotros simplemente diciendo: “He cumplido mi parte. Di mi vida por todos porque tengo un amor salvador por todos en el mundo entero. Ahora bien, si solo crees y vienes a mí, yo puedo salvarte”. En lugar de eso, nos dice: Yo fui traspasado por tus transgresiones. Fui molido por tus iniquidades (Is. 5). He comprado con mi sangre a gente para Dios de toda tribu, lengua, pueblo, y nación (Ap. 5:9). Yo mismo llevé tus pecados en mi cuerpo sobre el madero, para que pudieras infaliblemente morir a tus pecados y vivir seguro para la justicia. Por mis heridas no solo hice que tu sanidad fuera posible. Te sané (1 Pe. 2:24).

“¡Oh, maravilla de su amor!”, escribió alguna vez un gran arminiano; “¡Por mí murió el Salvador”. Alabado sea nuestro buen Pastor, que no solo hizo posible nuestra salvación, sino que cargó con la ira de Dios en cuerpo y alma, llevó la maldición sobre sus hombros, y dio su vida por las ovejas.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Carolina López Ortiz.
Imagen: Lightstock.
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