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Génesis 4 – 6  y  Mateo 3 – 4 

Hazte un arca de madera de ciprés; harás el arca con compartimientos, y la calafatearás por dentro y por fuera con brea, Génesis 6:14

Mucho se ha hablado y escrito acerca del Diluvio desde tiempos inmemoriales. Se calcula en más de medio millar la cantidad de leyendas que con respecto a este tema se han contado entre los diferentes pueblos del mundo. En Asia, América y Oceanía existen relatos muy antiguos que dan cuenta de un acontecimiento diluvial que marcó la conciencia de la humanidad. En la Mesopotamia antigua, un aparente Noé recibió el nombre de Gilgamesh; Los asiriobabilónicos le llamaron Utanapistim; así también pueblos de la antigua América tienen sus propios héroes diluvianos. ¿Pura coincidencia? ¿O en realidad el hombre no pudo borrar de su conciencia colectiva esta catástrofe universal? Diluvio viene de la palabra hebrea Habbul y de la griega Kataklismos. Seguro que la idea que primero viene a nuestra mente es la de inundación causada por lluvias; sin embargo, la palabra involucra una serie de trastornos que incluyen fenómenos naturales de todo sentido, como también trastornos sociales de gran magnitud, todo en grandes dimensiones. En realidad, el fenómeno del Diluvio ha sido visto como un colapsamiento de secciones vitales de la corteza terrestre con la que aguas marinas y subterráneas se lanzaron sobre tierra firme. A esto se le unieron precipitaciones con una fuerza devastadora. El texto bíblico mirado superficialmente nos obliga a hacernos otra pregunta: ¿todo esto pasó en cuarenta días? Estos días son contados con referencia a las lluvias, pero no con respecto al fenómeno en general. Si seguimos con detenimiento los capítulos del Génesis nos encontraremos con un evento de más de 371 días de duración. ¿Se imaginan el grado de devastación de un fenómeno que dura un año y varios días más? Como ejemplo, en nuestras súper ciudades modernas basta una lluvia fuerte de varios días seguidos para que todo colapse. El punto central de nuestra reflexión es que esta catástrofe no fue consecuencia de la casualidad sino de la voluntad de Dios. ¿Qué lo hizo actuar de esa manera? Todo nace como consecuencia de una deterioro generalizado de los pueblos antediluvianos. Muchos han especulado que los hijos de Dios eran ángeles que tomaron mujeres para sí (Gn. 6:1-2). Lo que entiendo es que estos hijos de Dios eran los hombres o pueblos que mantenían todavía una correcta relación con el Señor, y que los hijos de los hombres eran pueblos que ya muy tempranamente habían dejado de lado a Dios y se habían hundido en una vida disipada e infructuosa. Lamentablemente, los hijos de Dios no guardaron su pureza espiritual y, llevados por su deterioro, se mezclaron con los otros pueblos de la tierra, lo que significa que se adhirieron a sus costumbres y su rechazo al Señor y sus asuntos. Es por esta razón que Dios toma una tremenda decisión: ” Entonces el SEÑOR dijo: No contenderá mi Espíritu para siempre con el hombre, porque ciertamente él es carne. Serán, pues, sus días ciento veinte años” (Gn. 6:3). Hace unos años leía que un científico había llegado a la conclusión de que el hombre (aun en perfecta salud) no podría vivir más de 120 años, ya que su cuerpo estaba diseñado para soportar solo esa cantidad de tiempo. La decisión de reducir la estancia de los hombres sobre la tierra vino como consecuencia de que los años no habían traído sabiduría al corazón del hombre, sino degeneración. Era necesario recordarles nuevamente, y para siempre, su condición de seres creados del polvo de la tierra. ¿Hasta dónde había llegado la degeneración del hombre? El Señor nos hace una radiografía de los tiempos de Noé de la siguiente manera: “Y el SEÑOR vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era sólo hacer siempre el mal… Y la tierra se había corrompido delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios a la tierra, y he aquí que estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra… la tierra está llena de violencia por causa de ellos…” (Gn. 6:5,11-12,13b). El grado de degradación moral y social al que habían llegado los hombres era un verdadero cataclismo moral. El desastre había empezado antes de la primera gota de lluvia y el primer temblor. Tal vez no lo entendamos así, pero si Dios no detenía el caos, entonces, el hombre iba a terminar destruyéndose a sí mismo y junto con él a todo lo creado. Es como hablar de la injusticia de privar de libertad a un hombre. Si ha cometido un delito es necesaria no solo su rehabilitación, sino también su separación de la sociedad. El hombre de la antigüedad, al perder los estribos, perdió también su derecho a estar sobre la tierra que, por si acaso lo habíamos olvidado, es propiedad de Dios. Había que detener al hombre y la fuerza de la naturaleza sería el freno que detendría el espiral de degeneración en el que el hombre estaba sumido.

¿Cómo andan las cosas por nuestros tiempos?

Tenía la intención de entregarles una multitud de estadísticas que prueban nuestra maldad. Las tengo ante mis ojos y no puedo más que avergonzarme. Pero, creo que ustedes saben muy bien cómo estamos. Para evidenciar nuestro estado basta con comprar un matutino o ver las noticias por la televisión. Creo que es más importante encontrar muchos Noés que puedan poner en sus propias arcas en buen resguardo a su familia y un poco de todo lo bueno que el Señor nos ha entregado en la creación pero que nosotros estamos destruyendo. “Pero estableceré mi pacto contigo; y entrarás en el arca tú, y contigo tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos. Y de todo ser viviente, de toda carne, meterás dos de cada especie en el arca, para preservarles la vida contigo…” (Gn. 6:18-19a). No estoy hablando de una idea monástica ni separacionista; es más bien, salvaguardar con principios y hechos todo aquello que de valor tenemos a nuestro alrededor y que podría ser destruido por la imprudencia del ser humano. El sentido común nos dice que solo ponemos en la caja de caudales lo que tiene valor: lo desechable puede desaparecer sin que medie el más mínimo suspiro. El Señor pondría un anuncio en el periódico demandando los Noés de nuestro tiempo. Diría algo como esto:

SE NECESITAN NOÉS

  • Hombres y mujeres que sean fieles colaboradores de Dios en la tierra. Noé significa “descanso”, y en medio de tanta violencia y destrucción, el Señor busca un lugar en donde reposar y deleitarse con sus criaturas. Personas que puedan ser parte de la solución y no de aquellos que incentivan los problemas o solo los critican.
  • Hombres y mujeres que tengan las características de Noé: “…un hombre justo, perfecto entre sus contemporáneos; Noé andaba con Dios” (Gn.6.9).  Esto significa personas con una norma clara de vida en obediencia a Dios y su Palabra. Leales en medio de tanta desintegración y mentira.
  • Es importante que tengan licencia de conducir, pero de “copiloto”. El Señor no desea alguien a quien seguir, sino alguien que le siga y que no tenga vergüenza de ser visto en público con Él.

Favor contactarse con Dios dónde ya saben. Si no saben dónde, no son aptos para el puesto. Se ruega no insistir. En el Nuevo testamento, y ya en los albores del ministerio de nuestro Señor Jesucristo, encontramos estas mismas demandas. Nadie puede hacerse a un lado en la responsabilidad como inquilinos de este pequeño planeta azul.  Ya Juan el Bautista (mucho tiempo después de Noé) insiste en un llamado de reconocimiento a la soberanía de Dios: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Porque este es aquel a quien se refirió el profeta Isaías, diciendo: VOZ DEL QUE CLAMA EN EL DESIERTO:“PREPARAD EL CAMINO DEL SEÑOR, HACED DERECHAS SUS SENDAS” (Mt. 3:2-3). Este arrepentimiento no es solo los consabidos golpes de pecho o las permanentes culpas freudianas. El Señor espera que pongamos nuestro grano de orden en medio del desorden caótico en que se encuentra la humanidad. “Por tanto, dad frutos dignos de arrepentimiento… Y el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego” (Mt. 3:8,10). El Señor nos llama a dejar la mediocridad espiritual y que nos lancemos a la búsqueda de los ideales de excelencia que corresponden a los verdaderos hijos de Dios. ¿Eres parte de la solución o del problema? ¿Eres comentarista o constructor? ¿Crítico o emprendedor? Te recuerdo que la gran virtud de Noé fue la de ser copiloto del Señor. El Señor habló y Noé ejecutó, e hizo las obras porque creyó. Escuchar y obedecer es la demanda de Dios para el hombre de todos los tiempos.

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