¿Has notado la manera en que Pablo y Santiago hablan en la Biblia sobre la justificación?
El apóstol Pablo afirma que el creyente es justificado sin base en sus obras: «Porque concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley» (Ro 3:28). Por otra parte, Santiago en su epístola insiste en que las obras del creyente son indispensables: «Ustedes ven que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe» (Stg 2:24).
Nos encontramos ante una aparente discrepancia entre dos autores bíblicos. ¿Cómo puede explicarse esta diferencia?
Algunas personas postulan que aquí hay una auténtica contradicción entre la enseñanza de Pablo y las afirmaciones de Santiago en cuanto a las obras, e incluso argumentan que esta es una prueba clara de la falibilidad de la Biblia.
Sin embargo, al analizar con detenimiento las declaraciones bíblicas de ambos autores, podemos observar que esta conclusión tan radical no se puede sostener. Por eso quiero invitarte a considerar dos factores que nos ayudan a comprender la armonía entre Pablo y Santiago: sus respectivos contextos y los posibles significados de la palabra justificar.
Dos contextos diferentes
Siempre es necesario leer los textos en sus contextos. El contexto de la carta de Santiago muestra que el autor no está abordando el mismo problema que Pablo en sus cartas de Gálatas y Romanos, en las que más desarrolla esta doctrina.
Pablo se dirige a personas tentadas a pensar que deben contribuir con sus propias obras para alcanzar y recibir la justificación ante Dios. Por ejemplo, en Gálatas, se preocupa por el mensaje engañoso de aquellos que predicaban «otro evangelio», uno que hacía depender la justificación en la aportación humana (Gá 1:6). Pablo responde a este desafío demostrando que la bendición de la redención se recibe únicamente por la fe y no por las obras (Gá 2:15-16; 3:11-12; ver Ro 3:21-26, 28; 4:5; y otros).
El verdadero creyente no solo deseará bendición para los necesitados que le rodean, sino que también actuará para ayudarlos
Por otro lado, Santiago escribe a personas que creen que son salvas por una profesión de fe meramente de palabras. Santiago pregunta: «¿De qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo?» (Stg 2:14).
Entre los lectores de Santiago había quienes afirmaban que tenían fe en Jesús, pero cuyas vidas no reflejaban esta fe de ninguna manera. Esas personas quizás expresaban con sus palabras buenos deseos hacia sus hermanos necesitados, pero no hacían nada para ayudarlos (Stg 1:15-17). Santiago sostiene que esta clase de fe, meramente de palabras, que no va evidenciada por hechos, es inútil (v. 20) y está muerta (vv. 17 y 26).
Por tanto, al prestar atención a los contextos propios de los argumentos de cada uno, queda claro que Pablo y Santiago enfrentan dos problemas diferentes: el legalismo y el libertinaje.
Contra el legalismo, que cree que puede ganarse el favor y la salvación de Dios a través de su obediencia, Pablo enfatiza la necesidad de solo confiar en Jesús para ser perdonados y aceptados por Dios. Presenta la fe como el único instrumento para recibir la justificación.
Contra el libertinaje, que piensa que no es importante obedecer ni hacer buenas obras, Santiago expone que la profesión de la confianza en Jesús no es real y no resulta en nada si no hay obras que la respalden. Habla de la necesidad de ejercer una fe auténtica, no una solo de palabras.
Los cristianos necesitamos recordar ambos mensajes, porque funcionan como dos vallas de seguridad en la misma carretera de montaña, una en cada lado del camino, que nos protegen de desviarnos tanto hacia el legalismo como hacia el libertinaje.
Dos significados o referentes diferentes
Ya hemos considerado el contexto de cada autor, ahora pasemos al sentido en el que Pablo y Santiago utilizan el término justificar.
En la interpretación bíblica, es crucial reconocer que a menudo una misma palabra tiene significados diferentes de acuerdo con el contexto literario en el cual se usa. En el Nuevo Testamento, la palabra justificar, además de significar «declaración forense de justicia», también puede significar «demostración de la justicia de alguien» o «demostración de estar en lo cierto».
Por ejemplo, Jesús enseña que la sabiduría se justifica —es decir, demuestra estar en lo cierto— por sus hechos (Mt 11:19). Esta «justificación» tiene que ver con una verificación o prueba de su autenticidad y valor, no con una declaración legal. Otros textos bíblicos también usan el concepto de justificación con este sentido (Gn 44:16 LXX; Lc 7:35; 16:15; 10:28-29; Ro 3:4).
Es probable que Santiago haya utilizado la palabra «justificar» de esta misma manera. Si este es el caso, la obediencia de Abraham no resulta ser la base sobre la cual Dios lo declaró justo, sino más bien una demostración de que era un auténtico creyente. Abraham viene a ser ejemplo de una persona que muestra su fe a través de sus obras (cp. Stg 2:18).
La justificación es por la fe sola, pero no por una fe que está sola, pues la fe auténtica es la que obra por amor
Existe otra interpretación protestante que sugiere que Santiago usa la palabra justificar para referirse a una vindicación futura de Abraham en el juicio final, según sus obras. Mientras que Pablo usa este término para referirse a la declaración divina favorable al principio de la nueva vida del creyente (cp. Ro 3:24; 4:6), Santiago podría estar empleando este término para hablar del veredicto en el último día, cuando la obediencia de Abraham vindique su fe y su estatus como justo delante de Dios, recibido por medio de esta fe.
A primera vista, esta interpretación podría chocar con sensibilidades evangélicas, ya que parecería sugerir que la salvación depende, en última instancia, de las obras. No obstante, como he explicado, esta postura encaja bien con la doctrina del juicio final, firmemente establecida en la teología protestante.
Esta doctrina enseña que Dios tomará en cuenta el comportamiento del creyente en el día de juicio. Sin embargo, que las obras sean consideradas en aquel momento no implica que la aceptación final de Dios se base en ellas como merecimientos salvíficos. Más bien, las obras servirán como evidencia pública de la fe interna, demostrando ante el mundo que el creyente realmente confió en Cristo y fue justificado por Él.
Entendida de esta manera, se preserva la suficiencia de los méritos de Jesucristo como los únicos suficientes para dar derecho a la vida eterna.
Dos autores en concordancia
Podemos leer a Pablo y a Santiago en armonía. Ambos afirman la necesidad de obedecer la ley de Dios de forma perfecta (Gá 3:10; Stg 2:10) y, al mismo tiempo, reconocen la pecaminosidad de todos los seres humanos (Ro 3:23; Stg 3:2). Estarían de acuerdo en afirmar que la aceptación con Dios tiene que ser por la fe, ya que nadie es capaz de lograrla mediante su propio cumplimiento de la ley (cp. Stg 2:10-11).
¿Cómo es la fe verdadera? Tanto Santiago como Pablo enseñan que la fe que descansa en Cristo para la salvación confía también en que la voluntad de Dios es lo mejor para la vida (Stg 1:22-25; Ro 12:1-2); que vale la pena soportar las pruebas porque traen bendición (Stg 1:2-4; Ro 5:3-5); y en que la sabiduría verdadera viene de Dios (Stg 1:5-8; 3:13-18; 1 Co 3:18-23). Según ambos autores, el verdadero creyente no solo deseará bendición para los necesitados que le rodean, sino que también actuará para ayudarlos (Stg 1:26-27; 1 Ti 5:3).
Además, aquellos que solo profesan tener fe, pero cuyas vidas no reflejan una transformación, no han comprendido aún estas realidades y, por lo tanto, no poseen una fe auténtica (Stg 1:19; Gá 5:6).
Dos aplicaciones
Estas verdades enseñadas por Pablo y Santiago tienen numerosas aplicaciones para la vida cristiana. Aquí quiero invitarte a considerar dos.
En primer lugar, la gratuidad de la salvación no debe llevarnos a menospreciar la importancia de la obediencia en la vida cristiana. Es cierto que las obras no son la base de la justificación; es decir, Dios no nos justifica porque nuestras obras lo merezcan. No obstante, las obras son la evidencia necesaria de una fe genuina. Si la fe es real, habrá obras que la ratifiquen.
Una fe auténtica lleva a una vida de obediencia. Cuanto más fuerte sea la fe en Jesús, mayor será la obediencia a Jesús
En este sentido, como decían los reformadores, la justificación es por la fe sola, pero no por una fe que está sola. La fe auténtica es la que obra por amor (Gá 5:6) y siempre viene acompañada de buenas obras (Ef 2:10). Estas obras son el fruto de la fe en Cristo porque evidencian que la persona está verdaderamente unida a Él (Stg 2:17; ver también 1 Jn 2:3, 9; 3:6, 9-10). Las obras son antitéticas (contrarias) a la fe solo si alguien depende de ellas para obtener justificación (Gá 3:10; 5:3-4).
En segundo lugar, la motivación del creyente para servir a Dios no se fundamenta en el afán de ganar la salvación ni en el miedo de perderla. Si estás luchando para obedecer mejor a Dios, el mensaje de Santiago y Pablo no es: «añade obras a tu fe imperfecta». Más bien, ambos dirían que necesitas creer mejor o creer verdaderamente, si no lo has hecho aún.
Una fe auténtica lleva a una vida de obediencia. Cuanto más fuerte sea la fe en Jesús, mayor será la obediencia a Jesús. El mismo Abraham es un ejemplo de este principio. Estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo, no porque dudara de su aceptación ante Dios, sino porque confiaba en Él (He 11:19). Nosotros también estaremos más dispuestos a obedecer al Señor radicalmente si nuestra confianza en Él es cada vez mayor.