Este artículo es un fragmento adaptado del libro Diccionario conciso de términos teológicos, escrito por Christopher W. Morgan y Robert A. Peterson (B&H Español, 2022).
Las siguientes representaciones son imágenes que las Escrituras usan para describir a la Iglesia de Cristo.
1) La Iglesia es el cuerpo de Cristo
Él es la cabeza de este cuerpo, la fuente de su vida espiritual y la autoridad suprema de la Iglesia a quien debemos obedecer (Col 1:18; 2:19). El Espíritu Santo nos une a Cristo y a los demás creyentes en un solo cuerpo, Cristo como la cabeza y nosotros como sus miembros (1 Co 12, 13). La imagen del cuerpo expresa la relación de los creyentes, los miembros, no solo con Cristo, su cabeza, sino también unos con otros (Ro 12:6-8; 1 Co 12:14-27). Cristo proporciona el estímulo para el crecimiento, pero tanto la cabeza como sus miembros participan activamente en el crecimiento corporal (Ef 4:15-16).
2) La Iglesia como esposa de Cristo
Pablo describe a la Iglesia como la esposa de Cristo, casada espiritualmente con Él. Esta imagen está llena de la gracia de Dios, porque Cristo inicia el matrimonio al ofrecerse en la muerte por su esposa, la Iglesia, el objeto de su amor (Ef 5:25). Cristo nos ama y nos reclama, porque a Pablo le preocupa que «las mentes de ustedes sean desviadas de la sencillez y pureza de la devoción a Cristo», nuestro esposo, al adulterio espiritual (2 Co 11:2-3). En cambio, como una novia se somete a su amado esposo, así la Iglesia se somete a Cristo, su amado esposo (Ef 5:23-24).
3) La Iglesia como templo del Espíritu Santo
Pablo y Pedro describen a la Iglesia como el templo del Espíritu. Pablo dice que el Espíritu habita en el creyente (1 Co 3:16-17). La presencia de Dios hace que una Iglesia sea Iglesia, porque Él habita en nosotros tanto a nivel individual como comunitario. En Cristo somos el templo del Dios vivo, adorando al Dios trino (Efesios 2:18).
Los creyentes nos reunimos para inspirarnos unos a otros a seguir a Cristo, lo cual involucra enseñar la verdad, vivir en santidad y servir a los pobres
Pedro dice que la Iglesia es un templo viviente, con Cristo como «piedra viva», vivo de la muerte y fuente de vida espiritual. Pedro extiende su simbolismo con la piedra: como creyentes en Cristo, nosotros también somos «piedras vivas», extrayendo vida espiritual de Él (1 P 2:4-5). Con estas piedras Dios edifica una «casa espiritual», donde servimos como sacerdotes-creyentes para «para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 P 2:5).
4) La Iglesia es la nueva humanidad
Jesús es el nuevo Adán, y la reconciliación en Él de judíos y gentiles crea una nueva humanidad. Cristo, nuestra paz, quita la hostilidad entre judíos y gentiles, y Dios hace de ellos una nueva humanidad (Ef 2:13-16).
Mientras que Adán e Israel fallaron en mostrar a Dios al cosmos, Cristo tiene éxito como el nuevo Adán y la imagen perfecta de Dios. Con su muerte y resurrección, vuelve a crear un pueblo. Mediante la unión con Cristo, la Iglesia es ahora la imagen de Dios, el único pueblo nuevo, llamado a mostrar a Dios al mundo (Ef 2:15; 4:13, 24).
La Iglesia ya es la nueva humanidad (Ef 2:14-18), pero crecerá en una humanidad madura (4:13). La iglesia es «las primicias» de la nueva creación futura.
5) La Iglesia es la familia de Dios
Debido a que Dios nos adoptó en Cristo, la Iglesia es la familia de Dios. Antes de la adopción éramos hijos del diablo y esclavos del pecado (Gá 4:3; 1 Jn 3:10). Pero nuestro Dios misericordioso nos hizo sus hijos (1 Jn 3:1). Dios envió a su Hijo para redimirnos al morir para que el Padre pudiera adoptarnos (Gá 4:4-5). Ahora somos «herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Ro 8:17). Heredaremos a Dios y los cielos nuevos y la tierra nueva (1 Co 3:21-23; Ap 21:3).
Nuestra adopción nos relaciona para siempre con Dios y nos conecta unos con otros como familia de Dios. Los creyentes nos reunimos para inspirarnos unos a otros a seguir a Cristo, lo cual involucra enseñar la verdad, vivir en santidad y servir a los pobres.
6) La Iglesia es el pueblo de Dios
Dios hizo un pacto con Abraham y su descendencia para ser su Dios (Gn 17:7). Reivindicó a los israelitas después de redimirlos de la esclavitud egipcia (Lv 26:12). Él prometió en el nuevo pacto: «Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo» (Jr 31:33). El Nuevo Testamento aplica las promesas del nuevo pacto a la Iglesia, el pueblo de Dios (He 8:10). Dios inicia al elegir, salvar, mantener y perfeccionar a su pueblo (Jn 10:14–18; Ro 8:35–39; 2 Ti 1:9–10).
Al final, Él presentará a la Iglesia en perfecta santidad (Ef 5:27). Es el pueblo de Dios unido, no
un grupo de individuos. Tenemos esta certeza para el futuro:
«El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado» (Apocalipsis 21:3).