Génesis 48 – 50 y Marcos 9 – 10
“Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos”, Génesis 50:15.
¿Quién no ha sentido jamás la angustia que produce una mala acción? Esta sensación se multiplica cuando guardamos en el corazón el secreto inconfesable de lo que hemos hecho. Los hermanos de José llevaban sobre sus conciencias la culpa de haber vendido a su hermano y de haber engañado y causado un profundo dolor a su padre durante muchos años. Cuando nosotros le mentimos a alguien (por más `piadosa´ que esta sea), atamos a la persona engañada a esa mentira, impidiéndole responder ante la realidad y la verdad. Es como enterrar en vida las posibilidades de una persona para enfrentar sus propias circunstancias. Pero por la misericordia de Dios, la acción malvada de estos hombres se tornó en una gran bendición y la verdad triunfó sobre la mentira. Ahora Jacob estaba muerto y ellos temían que José reaccionara sobre ellos descargando toda su ira. Por eso, ellos se apresuraron a pedir perdón inmediatamente después de las largas ceremonias fúnebres del patriarca: “… por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre” (Gn. 50:17a). ¿Cómo reaccionó José?
”…Y José lloró mientras hablaban… Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo…” (Gn.50:17b,19-20).
Estoy seguro de que después de haber escuchado esas palabras liberadoras, las almas de estos hombres pudieron por fin descansar. Vivir con el pesar de haber hecho daño o engañado produce un dolor insoportable. Podremos esconderlo, cubrirlo con otras acciones, llenarlo de justificaciones pero sólo la verdad podrá eliminar este sentimiento destructivo.
Todas las personas tienen derecho a saber la verdad, y esa facultad inalienable nos obliga desde el fondo de nuestro corazón a poner las cuentas en orden con nuestra conciencia y con los demás. Pero, ¿por qué preferimos sufrir en silencio antes que sacar a luz la verdad? Las respuestas salen inmediatamente: por miedo al rechazo, al fracaso, a la incertidumbre que puede provocar la verdad después de haber fundamentado la vida en el engaño. El miedo no es un buen compañero en momentos de crisis porque es muy egoísta y rápidamente se convierte en pánico. Por eso, y con mucho cuidado, les invito a dejar que la verdad ventile todas habitaciones de sus conciencias haciendo que desaparezca la fetidez del engaño descompuesto en el corazón. Pero no basta con abrir las ventanas… hay que erradicar lo descompuesto. Podremos decir la verdad en silencio, cuando nuestra actitud cambia o cuando nuestros hechos revierten el mal; o podemos hacerlo devolviéndole a los afectados su derecho a conocer la verdad y decidir por ellos mismos que es lo que quieren hacer con ella.
En este tema les invito a no ser teóricos o estar inventando reglas de carácter absolutista. Debemos aprender de José que habló de esta forma con sus hermanos: ” … Así los consoló, y les habló al corazón” (Gn.50:21b). Tener sensibilidad no significa perder de vista lo delicado de la situación. Nuestro Señor Jesucristo dio una enseñanza que es muy fuerte con respecto al tema que nosotros estamos tratando. Él dijo: “Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado… Y si tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo; mejor te es entrar en la vida cojo… Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo…” (Mr. 9:43,45a,47a). El Señor nos está enseñando que no debemos dejar nada en nuestra vida que a la postre nos produzca la destrucción y la muerte de todo nuestro ser. Es como la gangrena que sólo puede ser detenida por medio de la amputación. La vacilación es mortal y las medidas a medias sólo añadirán más dolor al proceso destructivo.
En la solución de nuestros conflictos nunca estaremos solos. Jesucristo no quiere solo colaborar, sino también ayudar de manera total en nuestra restauración y solución. Vayamos a Él como el padre de familia que suplicó por la sanidad de su hijo: “…pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad” (Mc.9.22b-24). El señor si puede hacer más que algo por ti. Las situaciones que guardamos en nuestro corazón con el tiempo se van fosilizando y se ponen duras como piedras y se nos hace imposible pensar en una solución. Pero eso no importa, porque Él puede tornar lo imposible en realidad:
Para los hombres es imposible, más para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios. (Mr. 10:27b)