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El chillido de mi hijo de 1 año cortó mi corto sueño. Le enjuagué las manos y limpié la bandeja de la silla alta antes de que la tirara al suelo. Él se marchó para enfrentarse a su hermana, que estaba leyendo un libro en la sala familiar.

Fui a unirme a mis despeinados hijos, luchando contra mi propia ola de frustración. Escribir era mi pasión. Había sido escritora y profesora de escritura durante años antes de ser madre. Cuando tuvimos a nuestra hija, mi trabajo de escritora tuvo que reducirse. Después del nacimiento de nuestro hijo, se había vuelto casi inexistente. Sentía esa pérdida casi todos los días. En mis peores momentos, veía a mis hijos como obstáculos para las pasiones que quería seguir.

Como madres, nuestros deseos y pasiones pueden necesitar archivarse durante años a la vez. Ya sea un ministerio al que queremos unirnos, un pasatiempo al que queremos dedicarnos, una actividad que nos da energía, o metas educativas que queremos lograr; muchas buenas actividades tienen que esperar, o reducirse drásticamente, cuando estamos en la etapa de la maternidad de niños pequeños. 

Esto es cierto tanto para las madres que cuidan de sus hijos a tiempo completo como para las madres que trabajan fuera del hogar. Ciertamente conozco la frustración de primera mano. Pero mientras buscaba la ayuda del Señor, preguntándole qué hacer con mi sentimiento de frustración, comenzó a mostrarme que la frustración en sí misma era un regalo, y una forma de apuntarme de vuelta a Él.

Durante los largos años de limpiar las narices en vez de escribir oraciones elocuentes, aprendí tres formas en las que las pasiones frustradas pueden bendecirnos.

1. Centran nuestros afectos en Cristo

Las pasiones y actividades que nos traen alegría, como trotar en un hermoso día, servir en un ministerio, o hacer arte, son regalos de un Padre amoroso. Pero siguen siendo regalos, y no están prometidos ni garantizados. Cambian dependiendo de la temporada de vida que estamos pasando. Lo que se nos promete es el amor inmutable de Dios (Stg. 1:17), y eso es algo que podemos buscar en cualquier época de la vida.

Los días agotadores llenos de comidas desordenadas y niños necesitados pueden hacer que sea más difícil, o incluso imposible, que una madre escriba un nuevo libro o inicie un nuevo ministerio. Pero uno de los muchos regalos del evangelio es que se puede vivir en cualquier contexto o etapa de la vida, y las presiones externas a menudo pueden ayudarnos a centrarnos en la presencia interna de Cristo con nosotras. 

Cuando otras tareas además de la maternidad dejan de existir, la tarea eterna de amar a Jesús se vuelve central.

Podemos ser madres que oran mientras cambiamos los pañales y que cantamos alabanzas en el automóvil. Cuando otras tareas además de la maternidad dejan de existir, la tarea eterna de amar a Jesús se vuelve central, y podemos ser mujeres que eligen adorar a Cristo en el caos de nuestra vida cotidiana.

Cuando no tenía el tiempo o la energía para obtener gozo de escribir, cosa que tanto amaba, le pedí a Dios que me ayudara a encontrar más gozo solo en Él, y a experimentar su gozo en la maternidad mientras trabajaba para Él (Col. 3:23-24). A Él le encanta responder esa oración y llenarnos de su alegría mientras hacemos lo que debe hacerse.

2. Nos ofrece una perspectiva eterna

En su ensayo clásico “El peso de la gloria”, C. S. Lewis escribe que “los libros o la música en los que pensábamos que se encontraba la belleza nos traicionarán si confiamos en ellos; no se encuentra en ellos, solo pasa a través de ellos, y lo que pasa a través de ellos es el anhelo”. Lewis explica elocuentemente que cuando experimentamos belleza y trascendencia en las cosas aquí en la tierra es porque nos provocan un anhelo por el cielo.

Cuando nuestras actividades en la tierra se detienen o se dejan de lado debido a nuestro rol como madres, podemos recordar que el anhelo que sentimos no es en última instancia por las actividades que nos traen alegría, sino por una experiencia permanente de esa alegría, que se encontrará en la presencia de Cristo eternamente. Podemos permitir que las pasiones frustradas que tenemos hoy apunten nuestros corazones a nuestro verdadero anhelo, el cielo, que debería hacernos adorar al Padre que nos acoge allí a través de la obra de su Hijo (Jn. 1:12-13).

3. Colocan nuestra esperanza en el lugar correcto

Nuestra cultura dice que las madres deberían poder hacerlo todo: hacer malabarismos fácilmente con cada pelota, trabajar más duro, verse mejor, y convertirnos en la mejor versión de nosotras mismas. Nuestras actividades de educación, transformación física, expresión artística, e incluso ministerio pueden llevarnos a pensar que debemos trabajar para mejorarnos a nosotras mismas. Pero eso pone la responsabilidad de la transformación de la vida directamente sobre nuestros hombros, lo que no solo es agotador… es imposible.

Solo podremos convertirnos en la mejor versión de nosotras mismas cuando nuestras vidas están escondidas con Cristo en Dios.

Solo podremos convertirnos en la mejor versión de nosotras mismas cuando nuestras vidas están escondidas con Cristo en Dios (Col. 3:3). Hacernos más fuertes en el gimnasio no necesariamente fortalecerá nuestras almas, y prosperar como artista no producirá automáticamente fruto espiritual. Cualquier cambio duradero viene a través del proceso de santificación de Dios en y a través de nosotras (1 Co. 6:11). Cuando no tenemos actividades externas para buscar nuestra propia transformación, y cuando todas nuestras pasiones y actividades han sido eliminadas con amor, descubrimos dónde reside nuestra esperanza de cambio y santificación, que es solo en Jesús.

Si bien una pausa en nuestras pasiones durante la temporada de la maternidad puede ser dolorosa, también puede ayudar a mantenernos conscientes de que esta vida nunca tuvo la intención de ser satisfactoria. Más bien, tiene el propósito de hacernos santas y gozosamente más como Cristo, que es el mayor regalo de todos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.

Imagen: Lightstock.
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