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Reflexiones de un pastor milenial en el mundo de la generación Z

Pastorear en un campus universitario casi 15 años después de mi propia graduación, me da un asiento en primera fila para ver los notables cambios culturales que se están produciendo entre los jóvenes de hoy. Asistí a una universidad muy parecida a donde ahora sirvo como ministro para Reformed University Fellowship (RUF), una universidad privada de élite que atrae a los campeones del meritocrático carrusel que es la adolescencia moderna. Los estudiantes son dotados, automotivados, y en su mayoría desconocedores del fracaso. La presión de tener que continuar con esa trayectoria exitosa es inmensa, y la nueva experiencia de estar rodeado de compañeros igualmente dotados genera ansiedad y amenaza la identidad. Basta decir que hay mucha necesidad del evangelio de gracia. 

Hay muchas otras formas en que el campus universitario del 2020 es un mundo muy diferente. A pesar de que con frecuencia se les agrupa junto con los mileniales, la generación Z se distingue en varios aspectos importantes. Y aunque las discusiones sobre las diferencias generacionales a menudo toman la forma de quejas, una clara sabiduría en estos asuntos es crucial para un ministerio fiel y fructífero.

Los mileniales: cambiar el mundo

A principios de la década del 2000, mis compañeros y yo entendíamos que habíamos sido llamados y equipados para cambiar el mundo. Habíamos sido criados sobre la base de la autoestima y ahora era el momento de extender nuestras alas. El mundo tenía grandes problemas, pero tenían solución, y seríamos la generación que finalmente la llevaría a cabo. Esto fue especialmente cierto para aquellos que fueron elegidos por las universidades de élite de Estados Unidos.

El espíritu estaba en todas partes. Teach for America (Enseña para América) creó competencia entre los mejores y más brillantes para servir en escuelas de bajos recursos. Las escuelas de negocios promovieron el capitalismo de accionistas. Los cristianos vieron cada vez más sus carreras seculares como un llamado del reino. La presidencia de George W. Bush abrió las puertas al poder a estudiantes evangélicos conservadores en Washington, al mismo tiempo que energizó una nueva izquierda evangélica. La organización International Justice Mission (Misión de Justicia Internacional) expuso los males de la trata de personas y envió un ejército de héroes trajeados con licenciaturas en derecho. Y dentro de la piedad cristiana, el movimiento Passion tipificó un impulso hacia la vida cristiana “radical” entre los jóvenes. Es posible que los primeros mileniales se creyeran privilegiados, pero éramos seguros de nosotros mismos, teníamos energía, y estábamos emocionados de hacer el bien.

Para mí y mis compañeros, el ministerio reflejó tanto las necesidades como las oportunidades de este espíritu de la época. No es coincidencia que la visión transformadora neocalvinista de Cristo y la cultura encontrara una gran audiencia. Su vocabulario y visión de renovación cultural fue un puente a nuestro mundo y nos dio un fundamento cristiano para nuestros sueños. Al mismo tiempo, los pastores parecían reconocer una peligrosa arrogancia en el espíritu de nuestra juventud que necesitaba confrontación, por lo que a menudo se nos llamaba a ver nuestra debilidad y nuestro quebrantamiento (a veces incluso usaban la palabra “pecado”). Y a medida que nos convertimos en adultos y descubrimos que los trabajos reales y las familias jóvenes no eran tan revolucionarias ni radicales como alguna vez imaginamos, necesitamos ser discipulados en la belleza de la vida normal y la simplicidad de la espiritualidad cristiana bajo los medios de gracia. (El libro Ordinary de Michael Horton en 2014 y el libro Liturgy of the Ordinary de Tish Warren en 2018 fueron correctivos útiles.) 

La generación Z: un valiente mundo nuevo 

Para bien o para mal (y ciertamente hay un poco de ambos), este ya no es el mundo de los estudiantes universitarios. Los estudiantes de hoy todavía están preocupados por los grandes problemas a nivel social, pero su actitud es definitivamente menos optimista con respecto a ellos mismos y al mundo. Entre las observaciones más comunes sobre la generación Z se encuentra una supuesta fragilidad. Se dice que carecen de determinación y resistencia, que son débiles frente a las pruebas, y que no están preparados para la adultez. Aunque una versión exagerada de esta crítica puede ir más lejos de lo que debería, mi propia experiencia confirma en parte su veracidad. El coro dominante de “eres fuerte” ha sido reemplazado por el sutil canto fúnebre de “eres débil”. 

El coro dominante de ‘eres fuerte’ ha sido reemplazado por el sutil canto fúnebre de ‘eres débil’ 

Resulta complejo identificar las causas y los efectos de este cambio. Algunos son aspectos de desarrollo: una filosofía de crianza que enfatiza la seguridad ha contribuido a la falta de resiliencia frente a los desafíos del mundo real. El auge de los teléfonos inteligentes y las redes sociales ha producido una cosecha abundante de malos frutos, incluyendo desafíos sociales y una epidemia de ansiedad que representan causas y/o síntomas de esta fragilidad generacional. 

A estos problemas de desarrollo se suma un cambio sorprendente en las actitudes en torno a las categorías terapéuticas. Hoy mis estudiantes hablan abiertamente sobre su salud mental, un término que hasta hace poco habría tenido connotaciones principalmente negativas. Muchos estudiantes buscan terapia profesional y queda poco estigma en torno a recibir un diagnóstico psiquiátrico o tomar medicamentos. De hecho, encontrar al terapeuta adecuado es a menudo la solución esperada para una serie de problemas. Este cambio seguramente representa un gran beneficio para la prestación eficaz de servicios de salud mental, pero tiene un efecto secundario potencial en el que algunos estudiantes se ven cada vez más definidos por sus desafíos de salud mental (diagnosticados profesionalmente o no), lo que en última instancia conduce a una visión más frágil de uno mismo.

En el extremo, un llamado a ser fuerte puede verse en sí mismo como dañino para la salud mental de una persona. En el caos del COVID-19 el pasado mes de marzo, la universidad a la que ministro decidió que sus exámenes trimestrales de invierno fueran opcionales. Un profesor se resistió a esta directiva y en su lugar envió un correo electrónico a los estudiantes para decirles: “Eres fuerte… Cuando esta pandemia termine, es necesario poder mirar hacia atrás y decir ‘Yo fui fuerte’. No voy a hacer que el examen final sea opcional por su propio bien”. Un día después, se vio obligado a ceder y disculparse por causar ansiedad con su mensaje. La salud mental a veces se usa de esta manera, como algo parecido a una excusa para las pruebas y las dificultades.

Además de todo esto, la cultura contemporánea del campus universitario en torno a cuestiones de justicia social puede reflejar y reforzar un sentido de debilidad. Desde la orientación de primer año, a los estudiantes se les enseña a ver el mundo a través del lente de las teorías sociales críticas que resaltan las estructuras de poder opresivas que operan en toda la sociedad, categorizando sus diversas identidades (es decir, raza, género, orientación sexual, edad, nivel socioeconómico y religión) como mayoría/agente/opresor o minoría/objetivo/oprimido. El llamado a la justicia social es un llamado a revertir y remediar estas estructuras.

Hay mucho que lamentar en nuestro mundo caído, y la generación Z no se equivoca al notarlo. Pero el evangelio de Cristo ofrece fortaleza impulsada por el Espíritu y basada en una esperanza verdadera y permanente

Aunque hay algo bueno en esta atención a la justicia, hay dos efectos notables en la perspectiva del estudiante moderno. Primero, el mundo y sus instituciones son vistos como corruptos y dedicados al mantenimiento de estructuras de poder opresivas. El cambio dentro del sistema se ve con sospecha y duda. Y así, una organización como Teach for America, que alguna vez fue el destino post-universitario más codiciado para los optimistas que buscaban cambiar el mundo, ha visto una baja en las solicitudes y un aumento de las críticas, incluyendo a algunos legisladores que quieren eliminarlo de las escuelas de California. La idea de que los estudiantes privilegiados (en su mayoría blancos) sin experiencia docente deban ser enviados a escuelas de bajos ingresos (en gran parte de minorías) se considera cada vez más problemática por una serie de razones.

En segundo lugar, los estudiantes individuales llegan a verse a sí mismos como participantes de estos sistemas opresivos o como objetos de opresión, y sorprendentemente, identificarse como oprimidos es típicamente preferido dentro de la dinámica social del campus universitario moderno. Esto incluso es aceptado por algunos estudiantes evangélicos privilegiados, que encuentran un extraño consuelo al verse a sí mismos como minorías religiosas agraviadas. Ya sea opresor u oprimido, una identidad definida en tales términos puede conducir fácilmente a la resignación, no al empoderamiento.

Estas dinámicas terapéuticas y de justicia social crean y reflejan lo que Edwin Friedman llamó un énfasis en la patología en vez de la fortaleza. Mientras que mis compañeros y yo nos veíamos como escaladores meritocráticos bien equipados que podían llegar y efectuar cambios dentro de la cultura y sus instituciones, los estudiantes de hoy son más pesimistas, tanto de ellos mismos como del mundo que los rodea. La arrogancia de mi generación universitaria ha sido reemplazada por una sensación de resignación y debilidad.

Se busca: teología pastoral de fortaleza

No estoy particularmente interesado en juzgar los méritos relativos de estas dos generaciones de estudiantes universitarios, ninguna refleja la plenitud de la verdad bíblica. Pero como pastor, me preocupa mucho pastorear bien a esta generación, y reconocer este cambio es esencial. Un área crítica de necesidad es el desarrollo de una teología pastoral de fortaleza. Para mi generación, la fuerza del evangelio (en forma de transformación cultural) fue un puente, y necesitábamos enfrentarnos a nuestra debilidad. Hoy ocurre lo contrario. La debilidad es ahora el puente, y la confrontación necesaria implica una visión matizada de la fortaleza del evangelio. Si necesitaba escuchar “eres débil”, mis alumnos de hoy necesitan cada vez más escuchar “puedes ser fuerte”.

Si los mileniales necesitaban escuchar ‘eres débil’, mis alumnos de generación Z necesitan cada vez más escuchar ‘puedes ser fuerte’

La visión bíblica de la fortaleza y ​​la debilidad proporciona material rico para tal mensaje. El evangelio nos pone cara a cara con nuestra debilidad, pero no nos deja ahí. Moisés llama a Josué y al pueblo de Israel a ser fuertes y ​valientes (Dt. 31:6-8) y, al mismo tiempo, les recuerda su debilidad (Dt. 8:17-18). La temerosa debilidad y la arrogante confianza en sí mismo fueron errores, dos caras de la misma moneda (Dt. 1). Así también Pablo puede jactarse de su debilidad (2 Co. 11-12) y, sin embargo, llamar a los cristianos a ser fuertes (1 Co. 16:13; 2 Ti. 1-2). Este patrón se refleja en las doctrinas de la justificación y la santificación: somos justificados en completa debilidad sobre la base de la gracia de Dios y el poder de Cristo solamente, y sin embargo, en la santificación somos “hechos capaces de morir más y más al pecado y de vivir para la justicia” (Catecismo Menor de Westminster, 35). 

Una generación que tiende a la debilidad necesita ser discipulada en este camino de la fortaleza del evangelio: fortaleza en Cristo por el poder del Espíritu Santo como hijos adoptivos del Dios Altísimo; fuerza que empodera, no para la gloria, sino para el sufrimiento paciente y para el amor que muere a sí mismo según el ejemplo de Cristo. Desarrollar y enseñar estos temas es una prioridad pastoral urgente.

Los desafíos para la iglesia moderna

Aunque la Biblia proporciona los recursos, todavía me preocupa que el mundo evangélico y reformado tenga un punto ciego en este tema. A veces somos mejores en decir “eres débil” que “puedes ser fuerte”. Hacemos bien en aprender del mundo moderno de la terapia y, sin embargo, también podemos estar indebidamente influenciados por la cultura terapéutica que enfatiza la patología secular sobre la fortaleza bíblica. Como buenos protestantes, amamos y defendemos las doctrinas de la gracia que testifican de la salvación de los pecadores débiles por un Dios poderoso, pero podemos ser aprensivos al hablar de la fuerza y ​​habilidad del cristiano.

Muchos de nosotros también somos cautelosos a la hora de moralizar las historias de valentía del Antiguo Testamento, como David y Goliat. Pero si los llamados a la fortaleza y ​​a la valentía persisten en el Nuevo Testamento, entonces el cumplimiento de Cristo no es el final de la historia, sino la base para una fortaleza más profunda y segura. Somos el pueblo acobardado de Israel y Cristo es David, sin duda, pero después de la victoria de David en su nombre, los soldados asustados se levantan con valor para perseguir y derrotar a los filisteos.

También somos cautelosos de sacar los versículos sobre “fortaleza” fuera de contexto con fines inspiradores, una tentación común de la cultura popular evangélica. Estos versículos son alimento para los equipos de fútbol de la escuela secundaria (una vez fui una parte ofensiva) y la razón por la que muchas escuelas cristianas eligen un águila como mascota (con alas remontadas y todo). Relacionado y más preocupante, el surgimiento del evangelio de la prosperidad a nivel mundial nos pone en pausa al hablar de la fortaleza y ​​el poder en la vida cristiana, porque tales conceptos son tan fácilmente abusados. Pero si estos pasajes a menudo se aplican incorrectamente, no hay razón para abandonarlos; de hecho, es una razón más para desarrollar su relato fiel. 

Debemos dedicarnos a esta tarea. Si queremos cuidar pastoralmente a la generación Z y al mundo que reflejan e influencian, debemos superar estos obstáculos y ofrecer una mejor manera, mejor que la frágil debilidad del campus universitario, mejor que el espíritu estadounidense autosuficiente que observa consternado, y mejor que el evangelio de la prosperidad que hace falsas promesas. Hay mucho que lamentar en nuestro mundo caído, y la generación Z no se equivoca al notarlo. Pero el evangelio de Cristo ofrece fortaleza impulsada por el Espíritu y basada en una esperanza verdadera y permanente, no en el desorden de las cosas que se ven, sino en el “ya pero todavía no” de las cosas invisibles y eternas.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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