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Reconociendo las diversas experiencias de conversión

“¿Cuándo te volviste cristiano?”. Durante años temí que me hicieran esa pregunta. Admitir incertidumbre nunca pareció una respuesta satisfactoria. Pensé que era necesario, pero en mi caso me resultó imposible señalar incluso un marco de tiempo pequeño para mi conversión. Esto para conformarme a las suposiciones profundamente arraigadas que el mundo evangélico tiene sobre las experiencias de conversión.

En términos generales, hay dos categorías de experiencias de conversión que se cuentan hoy. La primera categoría consiste en aquellos que fueron criados en la fe cristiana y confiesan haber creído tan temprano que no pueden recordar un tiempo en el que no eran creyentes. La segunda categoría consiste en aquellos que escucharon el evangelio y experimentaron los efectos de la regeneración más adelante en la vida. Estas dos categorías, aunque quizá sean las más comunes, no constituyen la suma total de la forma en que las personas experimentan la conversión. Por lo tanto, no debemos insistir en que los cristianos ajusten la manera en que entienden la conversión a una de estas dos categorías. Más bien, debemos permitir la diversidad en las formas en que las personas experimentan la conversión.

Consideremos una conversión que no se ajusta a ninguna de las categorías mencionadas. Joey fue criado por padres fieles a la iglesia. A lo largo de sus años de adolescente y juventud tuvo una serie de experiencias de conversión, la última de las cuales sucedió al final de la escuela secundaria. No puede determinar con ningún nivel de certeza cuál de esas experiencias constituye su conversión real. De hecho, incluso ha expresado la posibilidad de que el Señor le haya dado fe más recientemente que su experiencia en la escuela secundaria. Él se resiste a llamar a cualquiera de estas experiencias su verdadero momento de conversión, porque hay pecados graves en los que cayó después de cada una. Ninguna de ellos fue un momento definitivo en el que ya no sucumbió a las pasiones de su carne. Cuando le preguntan a Joey: “¿Cuándo te volviste cristiano?”, su respuesta es: “No estoy seguro”. Como posible miembro de la iglesia, a Joey lo presionó un ministro que buscaba una historia más definitiva de su conversión. Sin embargo, en realidad, la historia de Joey se parece mucho a lo que mucha gente experimenta con respecto a creer en Cristo.

Sin duda, no quiero sugerir que la regeneración y la conversión suceden en varias etapas; por el contrario, dentro del ordo salutis (el orden de la salvación), los eventos del llamado eficaz, la regeneración, la conversión, y la justificación ocurren simultáneamente con respecto a cronología (el ordo intenta distinguirlos lógicamente). Por el contrario, reconocer la diversidad en las experiencias de conversión es reconocer que la relación entre la realidad de la regeneración y su fruto en la experiencia de la conversión no siempre es fácil de analizar. Como tal, es importante tener en cuenta la distinción necesaria entre las experiencias de conversión y los eventos articulados en el ordo salutis. Nuestra conversión, al relatarla, describe la forma en que experimentamos el llamado eficaz y la regeneración del Espíritu Santo desde nuestra perspectiva como humanos. De hecho, el teólogo holandés Herman Bavinck argumentó que a menudo “ni siquiera es posible determinar el tiempo, porque la conversión, que surge como resultado de la nueva vida que se ha implantado, se produce gradualmente”.[1]

Lo que importa no es el tiempo, la forma, o la manera de la experiencia de conversión, sino la sustancia y esencia de la conversión.

Permitir la diversidad en las experiencias de conversión es reconocer que la perspectiva humana no siempre se alinea con la perspectiva divina; es decir, cómo experimentamos la conversión es diferente de cómo Dios realiza el trabajo de regeneración. Esto es cierto, hasta cierto punto, de aquellos que han tenido una experiencia aguda de conversión a Cristo, porque nuestra conciencia es limitada y nuestro conocimiento limitado. Lo que importa no es el tiempo, la forma, o la manera de la experiencia de conversión, sino la sustancia y esencia de la conversión.

¿Por qué importa esto? Para algunos, esto parece tan obvio que hace innecesaria esta discusión. Sin embargo, sugiero que reconocer la diversidad en las experiencias de conversión redirige la seguridad cristiana a las verdaderas marcas bíblicas de un cristiano, y honra más al Dios que convierte a los pecadores a sí mismo. Una vez estuve hablando con un grupo de unos treinta hombres cristianos. En el transcurso de nuestro tiempo juntos, les pregunté cuántos de ellos podían ubicar el momento de su conversión. Solo un hombre levantó su mano. A partir de entonces, les pedí a aquellos que no levantaron la mano que lo hicieran ahora si esta incertidumbre alguna vez había sacudido su seguridad. Casi todos levantaron la mano. Esta anécdota expone que, incluso entre los cristianos reformados, muchos de nosotros hemos creído en la idea pietista y renacentista de que la seguridad de la salvación depende de la validez de la experiencia propia de conversión.

Dios ha revelado en su Palabra la sustancia de la conversión, pero puede haber todo tipo de diferencias en la forma, manera, y tiempo de cómo experimentamos la conversión.

Hay una historia que se cuenta con frecuencia sobre una niña que caminó por el pasillo de su iglesia en respuesta a un llamado al altar. Después del servicio, su padre la llevó a su patio trasero, donde le pidió que tallara la fecha en un viejo árbol para que, cada vez que se sintiera tentada a dudar de su salvación, pudiera ir al jardín y mirar los números tallados en el árbol que marcaban la fecha de su conversión. Esto, sugirió el padre, disiparía sus dudas.

Aunque hacer algo así no es del todo inapropiado, este método puede proporcionar solo un grado mínimo de seguridad, tanto en medida como en longevidad. Además, ¿qué hay de aquellos que no pueden marcar una fecha en un árbol porque no pueden discernir cuándo pasaron de la incredulidad a la fe?

La Escritura proporciona varias pruebas para discernir si la fe que profesamos es genuina, pero ninguna implica la capacidad de relatar una experiencia de conversión precisa, con un marco de tiempo claro del trabajo de regeneración del Espíritu. Hacemos bien en no insistir en que los cristianos conformen su conversión a un molde extrabíblico que prohíbe las variedades de experiencias de conversión. Bavinck pensaba que esto era importante: “La diversidad en la conversión es algo que debemos respetar. Debemos aceptar la variada dirección oculta y sorprendente del Espíritu Santo”.[2] Dios ha revelado en su Palabra la sustancia de la conversión, pero puede haber todo tipo de diferencias en la forma, manera, y tiempo de cómo experimentamos la conversión. Una vez más, Bavinck estaba convencido de que “lo importante no es el tiempo, sino el hecho de [la conversión]”.[3]

No hay un solo tipo de experiencia de conversión para todos los elegidos, pero solo hay un Cristo a quien todos se convierten.

No todas las personas necesitan una copia de su certificado de nacimiento para saber que han nacido. Hay mucha diversidad en la manera y forma en que los pecadores experimentan su conversión. No hay un solo tipo de experiencia de conversión para todos los elegidos, pero no hay sino un solo Cristo a quien todos se convierten, y un instrumento —la fe— por el cual su justicia es apropiada por los pecadores. Esto es lo que sabemos, dejando la manera y la forma en que experimentamos nuestra conversión a las sorprendentes guías del Espíritu Santo. No podemos controlar y ni siquiera ver el viento que sopla, pero podemos maravillarnos de él (Jn 3:8).


[1] Herman Bavinck, Dogmática Reformada, vol. 4, Espíritu Santo, la Iglesia y Nueva Creación, ed. John Bolt, trans. John Vriend (Grand Rapids, Mich .: Baker, 2008), 162.

[2] Ibid., 157.

[3] Ibid., 162.


PUBLICADO ORIGINALMENTE EN TABLETALK MAGAZINE. TRADUCIDO POR EQUIPO COALICIÓN.
IMAGEN: LIGHTSTOCK.
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