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Bernabé, sin duda, fue un hombre con un rol cardinal en la labor de la extensión del evangelio en el primer siglo. Tenía una visión diferente de las cosas y, en especial, de las personas. Fue un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo; confiable y leal a la causa de Cristo.

El Espíritu Santo determinó darle un espacio en la inspirada narrativa del libro de Hechos. Él no fue un hombre perfecto, pero sí valeroso. En la introducción de Bernabé en el relato de Lucas leemos:

“Y José, un Levita natural de Chipre, a quien también los apóstoles llamaban Bernabé, que traducido significa Hijo de Consolación, poseía un campo y lo vendió, trajo el dinero y lo depositó a los pies de los apóstoles”, Hechos 4:36-37.

Bernabé también fue compañero del apóstol Pablo en los primeros años de su ministerio. Su labor es encomiable y ejemplar para todos nosotros. Te animo a que veamos algunas lecciones que podemos aprender de este hombre.

Un ejemplo de compromiso

Si bien la experiencia de la iglesia primitiva en Jerusalén muestra que se mantenía el estímulo y el valor para proclamar la Palabra, los creyentes estaban en medio de amenazas de parte de los líderes religiosos. Había tensión política y persecución religiosa. En este contexto apareció Bernabé en la escena.

A pesar de los peligros que enfrentaban aquellos que profesaban la fe cristiana, Bernabé no solo confesó a Cristo, sino que se unió a su iglesia y lo hizo de una manera comprometida. El texto citado arriba dice que él tenía una propiedad pero la vendió y “trajo el dinero y lo depositó a los pies de los apóstoles”. El poder del evangelio había transformado a este hombre, por lo que siguió al Señor con compromiso, sin mirar las posibles consecuencias.

Responsabilidad y compromiso son palabras en peligro de extinción hoy. Los cristianos, sin embargo, estamos llamados a imitar el ejemplo de Bernabé.

Un ejemplo de generosidad

Regresamos otra vez a los versos referidos (4:36-37). Como dice William MacDonald en su comentario: “Estos versículos forman un vínculo introductorio con el capítulo cinco [de Hechos]. La generosidad de Bernabé es presentada en acusado contraste con la hipocresía de Ananías”.[1] Este hombre fue alguien desprendido. No se condujo con mezquindad ante la necesidad de los hermanos de la iglesia, sino que obró en generosidad.

En medio de una generación altamente materialista, nos hace bien mirar la generosidad de Bernabé y replicarla.

No se sabe cómo ni por qué Bernabé obtuvo aquella tierra. En condiciones normales, dado que era levita, tal vez no la habría poseído. Sin embargo, sabemos “que la ley del amor obró de tal manera en la vida de este hijo de consolación que vendió el campo, y puso el dinero a los pies de los apóstoles”.[2]

En medio de una generación altamente materialista, nos hace bien mirar la generosidad de este hombre y replicarla. Oremos que Dios nos dé un corazón como ese.

Un ejemplo de amor y humildad

Cuando Lucas habla de Saulo, previo a su conversión, nos dice que “hacía estragos en la iglesia” al echar a creyentes a la cárcel (Hch. 8:4). Por tanto, después de su conversión, cuando él quería reunirse con los discípulos en Jerusalén, ellos titubearon por miedo. Sin embargo, Bernabé lo introdujo al contarles lo que Dios había hecho en y por medio de Pablo, y entonces los discípulos estuvieron dispuestos a aceptarlo (Hch. 9:26-27).

Este cambio de reacción en los discípulos implica que Bernabé tenía un lugar de liderazgo en la iglesia. Sin duda lo consideraban como alguien confiable y amante de los demás. Precisamente, su amor por Pablo lo movió a introducirlo a los líderes en Jerusalén.

La iglesia necesita gente dispuesta a dar oportunidades a otros y estimularlos a la fe y obediencia.

Ese mismo amor y humildad hizo que, años más tarde, buscara a Pablo en Tarso para que lo acompañara en la tarea de instruir a la creciente iglesia de Antioquía. Esta iglesia luego los enviaría por mandato del Espíritu Santo en lo que conocemos como el primer viaje misionero de Pablo (Hch. 11:25-26; 13:1-4).

El amor de Bernabé por el prójimo lo condujo a ser humilde y, por tanto, introducir a otro (Pablo) en el ministerio, rehusando llevarse solo la gloria. De hecho, no solo introdujo a Pablo, sino que también lo dejó liderar. Un hombre humilde reconoce el llamado y los dones en otros, no importa si eso implica convertirse en un líder secundario. Esta es una evidencia de un corazón impactado por la gracia del evangelio.

Al inicio del segundo viaje misionero, según Hechos 15:36 en adelante, vemos otra escena en la que se muestra esta característica en Bernabé. Pablo quería que el equipo misionero volviera a visitar a los hermanos en las ciudades donde habían estado en el viaje anterior. Bernabé estaba de acuerdo, pero quería llevar a Juan Marcos, su sobrino. Pablo se opuso porque este joven los había abandonado en el primer viaje. Esta situación los llevó a tal desacuerdo que Pablo se fue con Silas y Bernabé con su sobrino.

No obstante, Juan Marcos se convirtió en el futuro en alguien que no solo apoyó al mismo Pablo (2 Ti. 4:11), sino que además fue usado por Dios para escribir el evangelio de Marcos (se cree que con el dictado del apóstol Pedro). Es decir, finalmente, de alguna manera la experiencia al comienzo del segundo viaje misionero sirvió de estímulo para este muchacho, y esto fue causado por la decisión de Bernabé. Esto nos recuerda que la iglesia necesita gente dispuesta a dar oportunidades a otros y estimularlos a la fe y obediencia.

Al conocer a este hombre en la Palabra, los creyentes haríamos bien al preguntarnos: ¿nosotros también estamos dispuestos a exaltar a Cristo por encima de nuestros intereses personales, siendo ejemplos de compromiso, generosidad, y amor?


[1] Comentario Bíblico William MacDonald (Clie, 2004), p. 718.

[2] Ibíd.


Imagen: Lightstock.
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