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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Dios salva pecadores: Una exposición bíblica a los 20 temas más importantes de la salvación de Dios (Poiema Publicaciones, 2016), por Oskar E. Arocha.

La realidad espiritual más importante de nuestra relación con Dios es que hemos «muerto con Cristo» (Ro 6:8). ¡Es simplemente sorprendente! La Palabra revela que Cristo en la cruz tenía una relación que existe con aquellos por quienes murió. Estábamos unidos a Cristo en la cruz.1 Habiendo estado unidos a Él, podemos recibir de Dios Padre toda bendición espiritual (Ef 1:3, 7; 2 Co 1:20; Fil 4:19; 2 Ti 1:1). La Escritura presenta esta relación como una relación de representación.

En la primera carta a la iglesia en Corinto, esta relación es comparada con nuestra relación de representación en Adán, cuando afirma: «Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Co 15:22). El biblista Simón Kistemaker destaca que el texto griego de la primera frase, la de Adán, está en tiempo pasado; sin embargo la segunda frase está en futuro.2 Esta evidencia gramatical es importante porque en sentido cronológico, cuando este pasaje fue escrito, ya ambos acontecimientos habían ocurrido. Así que, en la historia de la redención, aun desde que Adán pecó y la promesa de gracia fue revelada, todos aquellos que han depositado su confianza en el Mesías fueron representados y han tenido un bendito futuro asegurado desde ese momento, para siempre.

Por otro lado, otro pasaje en Romanos declara: «Tal como por una transgresión resultó la condenación […] así también por un acto de justicia resultó la justificación» (Ro 5:18). Estábamos unidos a Cristo en ese «acto de justicia» expresado en el Calvario, pero hay más.

La unión con Cristo no solo conecta a la cruz de Cristo, sino también a todo aquello que fue logrado por Él: vida, muerte, resurrección y gloria

Según el experto en Nuevo Testamento, Robert H. Mounce, la construcción gramatical de la frase «acto de justicia» se refiere normalmente a un pronunciamiento más que a una acción. Indica un proceso completado más que un solo acontecimiento. Unido a frases del contexto, tales como «el juicio» en el verso 16, el autor está apuntando a una «sentencia de justificación».3 En otras palabras, la unión con Cristo no solo conecta específicamente a la cruz de Cristo, sino también, en un sentido integral, a todo aquello que fue logrado por Él: vida, muerte, resurrección y gloria (cp. Ef 2:4-7; Ro 6:8).

Extraordinariamente trascendental

Nuestra unión a Cristo en la cruz es trascendental porque cuando Cristo fue crucificado, ya la unión había sido decidida antes de la fundación del mundo. El Padre nos bendijo «en Cristo, según nos escogió en Él [Cristo] antes de la fundación del mundo» (Ef 1:3) y esa gracia «nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad» (2 Ti 1:9).

Esta realidad se ilustra como si en cada momento pasado, presente y futuro el Padre nos observara a través de unos anteojos llamados «crucificados juntamente con Cristo». Y no importa si fue dos mil años antes de Cristo con algún creyente de Ur de los caldeos (Abraham), o si fue en el momento exacto en que la sangre fue derramada en el Gólgota, o si es dos mil años después, el Padre considera a los suyos «muertos con Cristo».

Nuestra unión a Cristo en la cruz es trascendental porque cuando Cristo fue crucificado, ya la unión había sido decidida antes de la fundación del mundo

Ante lo extraordinario de esta realidad espiritual, algunos teólogos de siglos pasados hablaron de esta unión como una unión «mística»,4 no porque sea mágica, sino porque no tenemos palabras para explicar tan maravillosa realidad. La Escritura declara que cuando Cristo murió en la cruz, todos aquellos por quienes murió murieron juntamente con Él, y cuando resucitó, resucitaron con Él (Ro 6:6-8). «Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia han sido salvados), y con Él nos resucitó» (Ef 2:4-6).

¿Quiénes murieron juntamente con Cristo?

Entonces, si Cristo conocía y tenía una relación existente con aquellos por quienes murió, ¿quiénes fueron aquellos que murieron juntamente con Él?5 Esa pregunta nunca falta en este tema. La Escritura responde, sin mencionar nombres o apellidos, que cuando Cristo murió en la cruz, aquellos por quienes murió Dios les llamaba Su linaje, Su pueblo, Sus ovejas y Su Iglesia.

En el anuncio profético de la muerte de Jesús, el profeta Isaías declara: «Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje” (Is 53:10). En el anuncio profético de Su nacimiento el ángel del Señor declaró: «llamarás Su nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados» (Mt 1:21).

En el conocido discurso del Pastor y las ovejas, Jesús dijo: «Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas[…] y pongo mi vida por las ovejas» (Jn 10:14, 16). Y en su discurso sobre el diseño del matrimonio según Dios, el apóstol Pablo afirmó: «Amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella» (Ef 5:23-25).

La Escritura declara que cuando Cristo murió en la cruz, todos aquellos por quienes murió murieron juntamente con Él, y cuando resucitó, resucitaron con Él

Estos distintos títulos (linaje, pueblo, iglesia y ovejas) aluden a los redimidos que murieron juntamente con Cristo, y aun si nosotros no sabemos sus nombres, Dios sí los sabe. Jesús manifestó: «Yo conozco a Mis ovejas […] así como el Padre me conoce y Yo conozco al Padre, y doy Mi vida por las ovejas» (Jn 10:14-15). Dios las conoce por sus nombres, son Suyas y las ama en Cristo, que dio Su vida por ellas.

Es maravilloso considerar cada titular:

  • Linaje habla de hijos y de una descendencia pura que proviene del Progenitor o Padre.
  • Pueblo introduce un concepto de comunidad y un lugar de desarrollo y disfrute ilustrado por Israel en la tierra de Canaán.
  • Iglesia presenta la relación más íntima, la unión de un hombre y su mujer, donde dos vienen a ser una sola carne.
  • Ovejas conecta al rebaño indefenso y en riesgo, pero que tiene un Pastor que guía, ama y protege. Nos remonta a David que dijo: «Jehová es mi Pastor, nada me faltará» (Sal 23:1), y al patriarca Jacob que dijo: «De allí es el Pastor, la Roca de Israel» (Gn 49:24).

Estos redimidos que individualmente se relacionan a Dios en Cristo son gente de cada pueblo, lengua, tribu y nación (Ap 5:9). Ellos conforman un solo pueblo, un solo rebaño, un solo Israel, una sola iglesia, una sola nación, y todos bajo un solo Rey, Jesucristo, el Rey de gloria.

Sabiendo que somos de Dios, unidos indivisiblemente en Cristo, podemos, entonces, estar seguros de toda bendición y toda promesa. Tenemos una esperanza viva para vivir con gozo pleno. ¡Podemos fijar nuestras esperanzas plenamente, con gozo celestial, en Cristo, tanto que seamos así las personas más libres sobre la tierra!


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1 Hay un aspecto de la unión que no es considerado en este corto artículo. La unión es desarrollada de manera experiencial en cada una de nuestras vidas por medio de la fe. Ya que Cristo murió por nosotros, en un momento de la vida creemos y somos unidos a Dios en Cristo. Así lo describe el apóstol Pablo en pasajes como Gálatas 3:26-29, donde dice: «Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús […] todos ustedes son uno en Cristo».
2 Simón Kistemaker, Exposición de la primera epístola a los Corintios (Grand Rapids: Baker Book House, 1998) p. 598.
3 Robert Mounce, Romans, NAC, np. 143, ed. E. Ray Clenden (Nashville: Broadman & Holman, 1995) p. 145.
4 John Murray, El plan de salvación, trad. Humberto Casanova (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Co., 2001) p. 164.
5 Entre teólogos esto es conocido como el alcance de la redención.
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