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Aunque la pregunta “¿Qué puede hacer una mujer en la iglesia?” parece sencilla, al mismo tiempo está cargada de confusión y mucho más de emociones. 

Vivimos en un mundo caído, dirigido por su príncipe que ha cegado las mentes de los incrédulos para que no puedan ver la verdad (2 Co. 4:4). Entonces las creencias del mundo y sus vivencias están basadas en una mentira, y todos nosotros venimos de ese mismo mundo. 

Cuando llegamos a Cristo venimos con mentes entenebrecidas (Ef. 4:18) y corazones engañosos (Jer. 17:9), y por ende Dios nos manda a transformar nuestro entendimiento (Ro. 12:2) y el mismo versículo nos dice el porqué: “para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto”. Tenemos que buscar el verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Dios (Col. 3:10) con el propósito de hacer las buenas obras que Dios ha preparado de antemano para que andemos en ellas (Ef. 2:10).

El problema radica en que siempre creemos que nuestras ideas son correctas (Pr. 21:2) y a menos que estudiemos la Palabra intencionalmente para aplicar lo aprendido a nuestra propia vida, quedamos con ideas equivocadas.

Regresando al principio

Quiero volver a Génesis porque una gran parte del debate sobre este tema radica en que olvidamos que nuestro Señor es quien nos creó. Como Él es sabio y perfecto, Su creación es un diseño perfecto para que podamos lograr lo que Él quiere. De la misma manera, no podemos olvidar que Él como nuestro creador tiene la autoridad de decidir nuestro rol. 

La mujer fue creada a la imagen de Dios (Gn. 1:27) y fue creada como ayuda idónea, por lo que nuestra naturaleza es ayudar y complementar a aquellos alrededor nuestro (Gn. 2:18). Y los pasajes de Gálatas 3:28 y 1 Corintios 11:11-12 siguen completando esta idea, demostrando que los dos sexos son iguales en dignidad.

Cuando creemos que el líder tiene más valor que aquel que es subordinado, el resto de nuestra teología está edificada sobre este error

La “confusión” comienza en 1 Corintios 11:3, donde leemos: “Pero quiero que sepan que la cabeza de todo hombre es Cristo , y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios”. La confusión no es tanto bíblica sino cultural. El problema es que cuando nosotras interpretamos la Biblia con una cosmovisión secular, donde el líder tiene más valor que aquel que es subordinado, entonces llegamos a una suposición errada y el resto de nuestra teología está edificada sobre este error.

El inconveniente está, de nuevo, en que la cosmovisión secular es demasiado fuerte porque va acorde con nuestros deseos y corazón engañoso, y no importa la cultura en la que vivamos, las expectativas siempre serán opuestas a las expectativas de nuestro Dios (Gá. 5:17). Según la cosmovisión del Señor, somos iguales en dignidad con roles diferentes.

Regresando al inicio, Dios mandó a ambos géneros a sojuzgar la tierra (Gn. 1:27-28). Entonces, el rol de la mujer es trabajar en el hogar (familia biológica) y en la iglesia (familia eclesiástica), ayudando al liderazgo masculino a pastorear la grey. Sin embargo, vemos en la mujer de Proverbios 31 que también puede trabajar afuera de la casa con el propósito de ayudar a suplir para su familia.

Para la mujer casada, el hogar es su primer ministerio. Sin embargo, antes de casarse, la mujer tiene tiempo para dedicarle a la iglesia (1 Co. 7:34). Y luego de levantar a su familia, vendrá un tiempo en el que ella no tendrá niños con necesidades vitales que deba suplir, y cuando llegue la etapa donde tiene el tiempo y la experiencia, ella podrá ser de ayuda en su segunda familia, la iglesia. Esto es necesario por una muy buena razón: el Señor nos dejó un llamado de pasar el legado a la próxima generación (Tit. 2:4-5).

Cuando el propósito de la mujer es glorificar a Dios, la influencia que ella ejerce es poderosa y positiva

La mujer posee un papel importante sirviendo dentro de su iglesia. Pablo escribió sobre diferentes mujeres que trabajaban con él en el ministerio (Fil. 4:3, Ro. 16:1, 3). Nuestros dones y talentos deben ser usados para la gloria de Su nombre y el servicio a su pueblo. Cuando el propósito de la mujer es glorificar a Dios, la influencia que ella ejerce es poderosa y positiva. Al entender que una mujer puede ser diaconisa (Ro. 16:1, 1 Ti. 3:11), vemos que una mujer puede servir en áreas como:

  • Todo lo que implica el diaconado de iglesia (ayudando a la organización en la iglesia o de diferentes eventos, contando los diezmos, o sirviendo en la limpieza).
  • Basado en el texto al que hicimos referencia arriba (Tito 2:3-5), entendemos que una mujer puede enseñar en la escuela dominical, ser parte del ministerio de jóvenes, enseñar a otras mujeres en estudios bíblicos, dar charlas en retiros para mujeres, ser mentora de otras más jóvenes, aconsejar a mujeres, liderar ministerios para las mujeres o liderar –junto a su esposo– un grupo de parejas. Como el sexo femenino fue creado con más capacidad de conectar, cuidar, y nutrir a otros, a diferencia del sexo masculino, ella es idónea para trabajar con los niños. Ella no es inútil o perezosa, sino alguien que apoya el liderazgo masculino estimulando la obra del líder.

Viviendo nuestros roles

El poder bíblico en nuestro servicio se evidencia cuando los dos géneros se dan cuenta de que cada uno tiene dones, habilidades, y llamados diferentes. Cuando trabajan en equipo entendiendo sus roles, cada uno puede ayudar al otro a cumplir con el llamado que el Señor le da. No somos nada sin Cristo, y somos mejores trabajando juntos para Él. 

Los hombres y las mujeres no somos nada sin Cristo, y somos mejores trabajando juntos para Él

A través de la renovación de la mente (Ro. 12:2) aprendemos a obrar en el hogar y en la iglesia bajo el liderazgo masculino en una manera que honre a nuestro Dios. Cada uno de nosotros está siendo transformado a la imagen de Jesús, incluyendo los líderes, y nuestro rol es caminar juntos y en armonía, cada uno ayudando al otro a completar la obra que Dios ha asignado a cada persona individualmente, y luego corporativamente en su iglesia.

Nuestro trabajo y privilegio como mujeres, es caminar junto con los hombres en la iglesia usando las armas de Dios (Ef. 6) para hacer avanzar Su reino y vencer a nuestro enemigo. Él no nos necesita, y sin embargo, a través del caminar en Su Espíritu, podemos pararnos hombro a hombro en la brecha con otros para participar en la victoria de nuestro Salvador.

Dios nos regala el privilegio de experimentar el gozo de la salvación no solo en nuestra salvación personal, sino también multiplicándolo cuando Él nos usa como instrumentos para que más personas puedan entender la verdad.

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