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Una de las primeras lecciones que aprendí en la fe es que es imposible ser cristiano sin ser parte de la iglesia. Se trata de una tesis con buena intuición bíblica (somos unidos a Cristo mediante el Espíritu para ser su cuerpo), así como sociológica (somos parte de una comunidad visible de creyentes organizados alrededor de Jesús). Pero a la vez, crecí con una cierta ambigüedad para entender qué hace que una iglesia sea saludable.

¿Qué criterios podemos usar para evaluar la salud de nuestras iglesias a nivel local, como expresión de la Iglesia a nivel universal? Después de todo, la salud de un cuerpo determina su longevidad y la potencial influencia que tiene en su entorno.

La salud de una iglesia debe ser medida a partir de su propósito de existir. En parte, la iglesia es la única organización cuya razón de existir es para servir a los que no son parte de ella. La iglesia es el compendio —el drama social— visible de la fe cristiana. Es una puesta de escena en el mundo, en la cual hay gente de todas las edades, razas, sexos, y naciones que confiesan a Jesús como el Cristo de Dios, proclamándole como el crucificado resucitado, rey, y salvador.  

Esta comunidad de creyentes encuentra su origen, vida, y esperanza en el Dios Trino. De modo que la iglesia es la comunidad de todos aquellos que han sido reconciliados con Dios, recibiendo nueva vida por medio de la muerte y resurrección de Cristo, y están unidos a Cristo por el Espíritu Santo. Esta comunidad ensaya existencialmente que otro mundo es posible, y esto por la llegada del reinado de Dios en su Hijo Jesús.

La iglesia no es una idea abstracta. No es un edificio. En el Nuevo Testamento la palabra iglesia (ecclesia) no cuenta con adjetivos que la refieran a una tradición de pensamiento humano específico (como una denominación) o delimitación geopolítica. Ser iglesia es la experiencia concreta de ser congregaciones locales donde el evangelio es vivido, Dios es adorado, los medios de gracia son compartidos, y la gente ama y sirve. Por lo tanto, la iglesia tiene un ethos formado por el evangelio de Jesús y un ethnos transcultural.

Tres atributos visibles

El consenso de la reflexión bíblica protestante identifica al menos tres atributos visibles de una iglesia verdadera, y por lo tanto, saludable.

1. La predicación fiel de la Palabra de Dios. Allí donde está la iglesia, sana y testificando, se siembra la semilla de la Palabra de Dios. “El mensaje de la Biblia se dirige a toda la humanidad, puesto que la revelación de Dios en Cristo y en las Escrituras es inalterable. Por medio de ella el Espíritu Santo sigue hablando hoy. Él ilumina la mente del pueblo de Dios en cada cultura, para percibir la verdad nuevamente con sus propios ojos, y así muestra a toda la iglesia más de la multiforme sabiduría de Dios” (Pacto de Lausana; ver 2 Tim. 3:16; 2 Pe. 1:21; Jn. 10:35; Is. 55:11).

2. La administración apropiada de los sacramentos (bautismo y la cena del Señor). Ya que se trata de una práctica, sello, y símbolo, instituido por el Señor, esta segunda evidencia visible apunta a que el manejo de las ordenanzas/sacramentos refleja la fidelidad de la iglesia al mandamiento de Jesús (Lc. 22:19), quien dio su vida por la Iglesia (Ef. 5:26), iniciándola mediante el bautismo en su cuerpo (Hch. 2:41, 42).

3. El ejercicio de disciplina en la iglesia. La práctica de ejercer disciplina en la comunidad de la iglesia es una tercera señal de su salud. La búsqueda de justicia y santidad son frustradas donde no hay configuración y forma para el comportamiento cristiano. La vida ordenada de discípulos es una tarea y meta, condición y aspiración (Mt. 18:18).

Cuatro marcas características

Además de estos distintivos de salud, toda iglesia cristiana debe contar con estas marcas que han caracterizado la fe históricamente.

1. Unidad: Una comunidad unida por el vínculo del evangelio y la obra del Espíritu Santo que nos incorpora en la vida y misión de Dios. Cristo formó una sola iglesia (Jn. 10:16; 17; He. 3:6; 10:21). La iglesia entonces es un solo cuerpo con expresiones locales.

2. Santidad: Una comunidad de gente separada de la incredulidad y el pecado, dedicada a la justicia y servicio de Dios (1 Pe. 2:9-10; Ef. 5:25-27).

3. Universalidad/catolicidad: Una comunidad que no tiene delimitaciones étnicas, ni espaciales, ni económicas, ni de género, ni edad, sino que se une en un solo cuerpo y alrededor de la confesión del evangelio, haciendo vida en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28: Ef. 4:4-6).

4. Apostolicidad: Una comunidad fundada sobre la autoridad y enseñanzas de los apóstoles (Ef. 2:19-20).

De modo que para pensar sobre lo que hace una iglesia verdaderamente saludable, y sobre su futuro, es mejor mirar al pasado y su fundación. Es en el testimonio consensual de la iglesia cristiana a través de la historia que encontramos los criterios para evaluar la salud de una iglesia. Estos a su vez corresponden al testimonio del Nuevo Testamento. Habrán otros criterios que complementan los ya mencionados, pero al menos resaltamos aquellos que reflejan el consenso protestante.

Para terminar, nota cómo Lucas nos ofrece una imagen resumida de la salud de la iglesia:

“Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales se hacían por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos”, Hechos 2:42-47.

Que el Señor nos dé su gracia para que hoy en día podamos reflejar en nuestras congregaciones la salud que se espera de ellas.


Imagen: Lightstock
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