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Nota del editor: 

El pastor John Piper recibe preguntas de algunos de sus oyentes de su programa Ask Pastor John. A continuación está su respuesta a una de esas preguntas.

¿Por qué es tan corta nuestra vida hoy? Si has leído los primeros capítulos de Génesis, nuestro promedio de vida de ochenta años es tristemente corto en comparación a la época cuando las personas vivían hasta trescientos, cuatrocientos, aun novecientos años. La pregunta de hoy es de un oyente llamado Stephen. “Querido pastor John, gracias por este ministerio. ¿Podría darnos su opinión sobre por qué la gente vivió tanto tiempo en los primeros capítulos de Génesis? ¡Gracias!”


La pregunta de por qué las personas tuvieron una vida tan larga al principio de la historia de la humanidad como se describe en Génesis 1-10 es la otra cara de la moneda de por qué las personas han vivido solo 70 u 80 años en los últimos milenios, en comparación con cientos de años. Por supuesto, también es la otra cara de la moneda de por qué millones de personas han muerto a los 5 o 45 años. En otras palabras, el tema de la mortalidad en este mundo es un enorme contraste no solo con la vida eterna, sino también con vivir 900 años. ¿Qué pasa con eso? Esa es la pregunta.

En Génesis 5, Adán vivió 930 años; su hijo Set, 912 años; el hijo de Set, 910 años; Matusalén, el mayor, 969 años y Noé, 950 años. Después del diluvio, Sem, el hijo de Noé, vivió 600 años; su hijo, 438 años; luego Sala vivió 433 años; Peleg, 239 y Taré, el padre de Abraham, 148 años. Después vemos la edad de los patriarcas: Abraham, vivió 175 años; Isaac, 180 años y Jacob, 147 años. Después de los cuatrocientos años de servidumbre en Egipto vemos que Moisés vivió 120 años y Josué, 110 años. Cuando llegamos al período de los reyes, David murió a los 70 años, Salomón a los 80, que es donde han estado las cosas, se podría decir, durante tres mil años: 70 u 80 años en el mejor de los casos.

Donde reina la muerte

Hasta donde puedo ver, la Biblia no dice explícitamente por qué Dios ordenó que la humanidad primitiva viviera tanto tiempo. Sin embargo, creo que si meditamos sobre lo que dice la Biblia acerca de por qué nuestras vidas son tan cortas, podemos obtener una pista de por qué las primeras generaciones vivieron tanto tiempo. Por la historia de la creación en Génesis 1-3 y en Romanos 5:12-14, sabemos que el propósito no era que la muerte fuera parte del mundo perfecto antes de que el pecado entrara en el mundo y, con él, la muerte. Dios advirtió que la muerte sería el castigo por la desobediencia (Gn 2:17). Por lo tanto, la presencia de la muerte en el mundo no es una parte natural de la creación original y perfecta, sino una parte judicial de la creación caída. Es un castigo. El apóstol Pablo lo expresa de esta manera:

“Porque la creación fue sometida [esa es la caída bajo el juicio de Dios] a vanidad [por Dios mismo], no de su propia voluntad, sino por causa de Aquel que la sometió, en la esperanza de que la creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8:20-21).

Busca tu porción, tu esperanza y tu tesoro fuera de este mundo… Mira a Cristo

Pablo describe la situación actual del mundo creado como sujeto a futilidad y esclavo de la corrupción. Esa palabra, corrupción, se refiere regularmente a la mortalidad y cómo las cosas pasan de un estado de vitalidad a la disolución y la muerte. Dios sometió al mundo a la corrupción, futilidad y muerte. La muerte es una sentencia divina y judicial sobre la humanidad a causa del pecado. El salmista lo expresó así:

“Porque mil años ante Tus ojos

son como el día de ayer que ya pasó,

y como una vigilia de la noche.

Tú los has barrido como un torrente, son como un sueño;

son como la hierba que por la mañana reverdece… 

Porque por Tu furor han declinado todos nuestros días 

[esa es la parte judicial de la muerte];

acabamos nuestros años como un suspiro.

Los días de nuestra vida llegan a setenta años;

y en caso de mayor vigor, a ochenta años.

Con todo, su orgullo es solo trabajo y pesar,

porque pronto pasa, y volamos” (Salmo 90:4-5, 9-10).

La vida es un vapor

Si nos preguntamos cuál es el objetivo de este juicio divino, la respuesta es, al menos en parte, hacernos conscientes de que el pecado es horrible. El pecado es una gran atrocidad contra Dios. La vida es corta y la eternidad es larga. Necesitamos sabiduría para saber pensar y vivir con tan poco tiempo en la tierra en comparación con la eternidad. Por tanto, el salmista ora:

“SEÑOR, hazme saber mi fin,

y cuál es la medida de mis días,

para que yo sepa cuán efímero soy.

Tú has hecho mis días muy breves,

y mi existencia es como nada delante de Ti;

Ciertamente todo hombre, aun en la plenitud de su vigor, es solo un soplo.

Sí, como una sombra anda el hombre” (Salmo 39:4-6).

En el Nuevo Testamento, Santiago hace una declaración similar: “y el rico [se gloriará] en su humillación, pues él pasará como la flor de la hierba” (Stg 1:10). También Pedro dice: “Toda carne es como la hierba, y toda su gloria como la flor de la hierba. Sécase la hierba, cáese la flor, pero la palabra del Señor permanece para siempre” (1 P 1:24-25). En otras palabras, la mortalidad humana y la brevedad de la vida claman al mundo: “Tu vida es un vapor. Tu vida es un vapor. Aférrate a lo que dura. Aférrate a Dios. Aférrate a Cristo. Aférrate al evangelio”.

El punto de Dios con la brevedad de la vida es hacer sonar una trompeta en cada funeral, en millones y millones de funerales, para que el mundo sea advertido: “Mira hacia otro lado. Aparta tu mirada de esta vida mortal. Aparta tu mirada de este mundo caído de pecado, corrupción y futilidad. Busca tu porción, tu esperanza y tu tesoro fuera de este mundo. Mira a Dios. Mira a Cristo. Mira el evangelio”. Ese es el punto de la mortalidad.

La maldición invertida

¿Qué podemos decir acerca de las vidas extraordinariamente largas, entonces, de esos primeros humanos en Génesis 1-10? ¿Por qué vivieron 900 años? Quizás haya una pista en las palabras que el patriarca Jacob pronunció antes de morir. Él dijo:

“Los años de mi peregrinación son 130 años; pocos y malos han sido los años de mi vida, y no han alcanzado a los años que mis padres vivieron en los días de su peregrinación” (Génesis 47:9).

El evangelio de Cristo revierte la maldición de la mortalidad y abre la puerta de la vida eterna para todos los que creen

Jacob siente el contraste entre la duración de su vida, que consideraríamos larga, y la duración de la vida de aquellos que fueron antes que él. Seguramente lo sentimos, deberíamos sentirlo, cuando miramos nuestros “setenta años”, o “en caso de mayor vigor… ochenta años”; o 87 u 88 años como mi padre (Sal 90:10). Seguramente vamos a sentir que algunos de nuestros antepasados ​​vivieron diez veces más tiempo y debemos maravillarnos ante esa realidad.

Entonces, mi sugerencia es que Dios concedió esas largas vidas para que, mirando hacia atrás, pudiéramos ver desde dónde hemos caído. En otras palabras, esas largas vidas testifican que la muerte no fue parte de la creación perfecta. Dios permitió que el vigor de la vida fuese conservada durante cientos de años en vidas muy largas en esos primeros siglos como una lección para nosotros para mostrarnos que, en un principio, la vida y no la muerte, fue su diseño y nuestra porción en la creación. Así que las largas vidas de esos primeros humanos son un testimonio de cuán cortas son nuestras vidas y que el diseño de Dios al principio y su diseño en el futuro es vida, de hecho, vida eterna.

Pablo dice: “[La gracia] ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien puso fin a la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio” (2 Ti 1:10). En otras palabras, el evangelio de Cristo revierte la maldición de la mortalidad y abre la puerta de la vida eterna a todos los que creen. Esas largas vidas nos señalaban que: se trata de la vida, se trata de la vida. Esa vida es quitada de nosotros en su plenitud y restaurada en el evangelio a través de Jesús.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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