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Imagina que abres tu Biblia y no encuentras en ella cosas como subtitulos, números de versículos y capítulos, mapas, e índices. Estamos tan acostumbrados a esos elementos, que seguro te parecería un poco extraño leer la Palabra sin ellos en algún lugar en las páginas, ¿cierto?

La verdad es que Biblia no siempre lució como luce ahora. Ha tenido añadidos visuales en su edición para una mejor lectura (como las cosas mencionadas al comienzo de este párrafo, por ejemplo). Los más importantes son las divisiones en versículos y capítulos dentro de los libros del canon.

El sistema de capítulos que tenemos en nuestras Biblias fue creado por Steven Langdon (1150-1228), arzobispo de Canterbury, a comienzos del siglo XIII mientras enseñaba en la Universidad de París. [1] La división en versículos ocurrió luego, en el siglo XVI. “El caballero que comenzó el sistema de números de versos, una vez más, que sabemos, Robert Essien, un impresor francés, en realidad trabajaba en una concordancia bíblica… él insertó números de versos en un Nuevo Testamento griego y añadió números a las marcas de respiración hebrea que ya existían en el Antiguo Testamento”.[2]

Haz una pausa ahora y deja que te asombre el hecho de que las personas leyeron la Biblia sin divisiones de capítulos durante más de 1200 años. Y por más de 1500 años, la Iglesia leía la Biblia sin divisiones de versículos.

Ahora, sin duda estas divisiones han sido útiles. Por ejemplo, ¿puedes imaginar usar una concordancia bíblica sin ellas? Pero, aunque estas divisiones han sido provechosas, también han traído algunos problemas.

Gracias a que tenemos capítulos y versículos en nuestras Biblias, podemos citar con más precisión la Escritura, hacer referencias, y a veces recordar nuestras lecturas con más facilidad, entre otros beneficios. Pero también podemos sacar textos fuera de sus contextos con más facilidad, y tener mayor dificultad al entender el flujo de pensamiento y narrativa a través de porciones extensas de las Escrituras y libros enteros.

Esto tiene implicaciones profundas en la manera en que usamos la Palabra de Dios en nuestras iglesias, y cómo nos acercamos a ella en nuestras lecturas personales. Por ejemplo, Glenn Paauw ha escrito (y creo que con mucho acierto):

“Debido a que vemos la Biblia en pequeños pedazos, llegamos a conocerla en pedacitos. Incluso si usted llama a su bocado de Biblia una vitamina de la Biblia, el bocado termina siendo con demasiada facilidad un sustituto de una comida completa. Tal cosa no es lo mismo y nunca puede ser lo mismo que comer un curso completo de la Biblia… Cortar la Biblia en mis piezas favoritas evita que la Biblia sea una voz alternativa en mi vida”.[3]

Por tanto, aunque tener capítulos y versículos en nuestras Biblias puede servir para muchas cosas, necesitamos orar a Dios para que nos dé sabiduría al leer las Escrituras, entendiendo que los versículos pertenecen a capítulos, y los capítulos pertenecen a libros que fueron escritos para leerse como una unidad[4], dentro de la unidad más amplia de toda la Biblia.

Por eso es recomendable leer libros enteros de la Escrituras, como si no existieran las divisiones en versículos y capítulos, ya que eso nos ayuda a conocer mejor la Palabra de Dios[5].


[1] Robert L. Plummer, Preguntas y respuestas sobre cómo interpretar la Biblia (Portavoz, 2013), posición en Kindle 504.
[2] Glenn Paauw en una entrevista con Tony Reinke disponible en el portal de Desiring God: “A Short History of Bible Clutter”. Mi traducción.
[3] Glenn Paauw, Saving the Bible from Ourselves: Learning to Read and Live the Bible Well, (InterVarsity Press, 2016), p. 60. Mi traducción.
[4] Por supuesto, los salmos forman unidades en sí mismas, al igual que los proverbios en Proverbios. Sin embargo, igual necesitamos leer esos pasajes dentro de la unidad más grande del libro en que están, y dentro de la unidad de las Escrituras, si queremos comprenderlos mucho mejor.
[5] He escrito más sobre eso en mi artículo, 3 estrategias para conocer mejor la Biblia.
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