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El español es un idioma maravilloso y extraño. Eso sí, y a diferencia del inglés, las letras y palabras tienden a pronunciarse de manera estándar (Compara las “a” en “Radiador” con la misma vocal en “Radiator”). Los hispanos tenemos el gozo y el privilegio de hablar un idioma hermoso y de larga historia que, por lo general, es bastante regular y fácil de seguir.

Pero a veces se complica. Hay algunas palabras o frases que no es para nada fácil saber desde dónde salen. Eso a cultura popular (¿Por qué decirles “luna” a los cristales de los vehículos, como hacen los peruanos?; ¿o “guagua” a los autobuses, como hacemos los dominicanos?). Y una de esas variaciones que no es tan fácil de seguir está en nuestro libro favorito: la Santa Biblia. Me refiero, por supuesto, a ese libro número 20 del Nuevo Testamento: La epístola de Santiago.

Con toda seguridad, el autor de esta epístola es el Jacobo, el medio hermano del Señor Jesús (Gá 1:19), quien temprana y rápidamente se convirtió en líder de la iglesia en Jerusalén (Hch 12:17). No tenemos fecha exacta de la conversión de Jacobo, puesto que sabemos que en un principio no creía en Jesús sino que más bien lo consideraba un loco (Mr 3:21). Pero poco tiempo después de la resurrección, ya los vemos unido a la iglesia (Hch 1:14). Sin embargo, la epístola identifica a su autor como “Santiago” (Stg 1:1). Entonces, ¿es Jacobo o es Santiago? La respuesta es: sí.

Verás, en el original, el autor se identifica como Ἰάκωβος (gr. Iacobos). Esta es la versión helenizada del nombre de Jacob, el hijo de Isaac, y era un nombre más o menos común entre los hebreos. (De hecho, hay no menos de 7 personas llamadas Jacob o Jacobo en toda la Biblia). Jacob en Hebreo es más bien pronunciado como Iaakov, pero en Latín (el idioma religioso más común por casi diez siglos), el nombre era Iacobus. Y, por supuesto, al ser uno de los autores de la Escritura, la iglesia católica canonizó a Jacobo como San Jacobo, o en Latín Sanctus Iacobus. Ya puedes ver cómo este compuesto devino en Sant Iacob (¿ya te suena?) y al poco tiempo terminó siendo una sola palabra: Santiago. Así, el medio hermano de Jesús paso de Jacobo a San Jacobo a Santiago en español. Esos son los idiomas.

Como nota al margen, tal vez conoces que, en inglés, el nombre de la epístola de Jacobo no es Jacob ni Santiago sino James. ¡Ese es un cambio más radical! Y más difícil de rastrear. De hecho, un lingüista tan reconocido como Bill Mounce admite que no hay una evidencia concluyente de cómo sucedió este cambio. Lo más probable tiene que ver con las traducciones de la Biblia del griego hasta el inglés. Iaakov del hebreo pasó a Iacobus en griego, que a su vez pasó en algún momento y en algunas zonas a Iacomus en latín (primero Iacombus y luego esa b se asimiló y la o desapareció—se nasalizó—). Esto dio paso al francés Jammes que concluyó más tarde en el inglés James. ¡Así son los idiomas!

Si bien estas transformaciones idiomáticas son (al menos para mí) súper interesantes, para mí la transformación más sorprendente es aquella del Jacobo que no creía en Jesús (Jn 7:5), a aquel que no solo fue líder de la iglesia en Jerusalén, sino que dice Josefo murió como mártir —lapidado— por el evangelio.

Siempre he sentido cierta conmiseración por los hermanos de Jesús, ya que no debe ser fácil ser el hermano menor de alguien que nunca pecara y que hiciera bien todas las cosas, mientras ellos tenían un corazón pecaminoso y, con toda probabilidad, lleno de envidia. Este es un testimonio del poder de la resurrección de nuestro Señor y de la verdad del evangelio. Una vez Jacobo tuvo su encuentro con el Jesús resucitado (1 Co 15:7), no su nombre, sino toda su vida fue trastornada. Bendito sea el Señor que Él sigue salvando hoy.

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