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Dios lucha por Sus seres queridos

Oyes el chirrido de los frenos, el sonido de una bocina y te das la vuelta para ver a tu hija corriendo hacia la calle. Gritas tan fuerte como puedes para que se detenga. El coche se tambalea hasta detenerse a centímetros de ella. Después de cargar a tu hija y abrazarla cálidamente, das un paso atrás y comienzas a corregirla y le adviertes de un severo castigo si vuelve a salir corriendo a la calle. Algo como esto es lo que nuestro Padre celestial hace en la carta de Judas: advierte a la iglesia para que evite ser arrastrada lejos de Su amor.

La blasfemia ha vuelto

¿Qué cosas podrían apartarnos del amor de Dios? Judas, el hermano de Jesús, advierte a la iglesia sobre los escollos condenados, las estrellas errantes, los quejumbrosos, los amadores del pecado, los jactanciosos y los blasfemos. En una palabra, los amantes de sí mismos.

¿Cómo sabemos cuándo hemos cruzado hacia el peligroso amor a uno mismo? Cuando somos más apasionados por nuestra filosofía que por nuestro Salvador. Cuando nos obsesionamos con nuestros sentimientos más que con la verdad. Cuando la opinión personal es más preciosa que la unidad de la iglesia. Cuando estamos más atentos a las noticias que a las Sagradas Escrituras. Todas estas son señales de que hemos salido corriendo a la calle.

La blasfemia es un letrero de neón de amor propio, un tema en el que Judas invierte una cuarta parte de su carta (vv. 8-13). Si bien puede sonar como algo reservado para los herejes, la blasfemia simplemente significa «hablar de una manera irrespetuosa que degrada». ¿Has degradado a otros en las redes sociales? ¿Has hablado de una manera irrespetuosa sobre los líderes de tu iglesia? ¿Tienes tus opiniones culturales tan altas que te sientes justificado para difamar a los demás a sus espaldas? Entonces has blasfemado, algo que el arcángel Miguel se negó a hacer incluso contra el mismo Satanás (vv. 8-9).

Por el contrario, Judas modela la verdadera caridad cuando describe a los cristianos en términos angelicales, al instarnos a no blasfemar contra «las majestades angélicas» (v. 8). Con demasiada frecuencia, tenemos una visión corta de los demás, juzgándolos por una sospecha de pecado. Pero las Escrituras nos instan a tratarnos unos a otros con una visión a largo plazo en mente: todos somos santos. ¿Cómo podría cambiar esta visión a largo plazo la forma en que tratamos a nuestros oponentes ideológicos?

¡Contemplen, el Amado!

Considera cómo Dios habla acerca de Sus hijos en Judas: «a los llamados, amados en Dios Padre y guardados para Jesucristo» (v. 1). Judas nos describe como «amados» cuatro veces en esta breve carta (vv. 1, 3, 17, 20). ¿Qué quiere decir?

En la novela El idiota, de Dostoievski, Myshkin se encuentra con una joven campesina que se arrodillaba mientras veía sonreir a su bebé por primera vez. Él le pregunta por qué lo hace. Ella responde: «Bueno, señor, así como una madre se regocija al ver la primera sonrisa de su bebé, Dios se regocija cada vez que contempla desde lo alto a un pecador arrodillado ante Él para decir sus oraciones con todo su corazón». ¿Qué padre no se ha parado frente a su bebé sonriente con un deleite entusiasta? El amor atento de Dios por nosotros es mayor que esto. No somos amados en teoría, sino que Dios se deleita en nosotros personalmente. Somos amados.

¿Será que nuestro trato miope y blasfemo entre nosotros tiene sus raíces en una mala interpretación de cómo Dios nos ve? No nos ve como vagabundos sucios que debe tolerar. El corazón de Dios se hincha cuando te ve y mira todo de ti. Él también alberga el mismo amor trascendente por aquellos que nos desagradan.

¿Qué pasaría si nos amáramos unos a otros con el amor que se nos da? ¿Si nos comportáramos como pecadores arrodillados ante un Dios sonriente? ¿Qué tal si confesáramos con un corazón penitente nuestra blasfemia, amor propio y calumnias ante el rostro de Dios? Si nos sumergimos en Su amor perdonador, sin duda nos trataremos unos a otros como amados. Convencidos de Su afecto paternal, nos veríamos unos a otros como Dios nos ve en Cristo: como gloriosos.

Llamando y edificando

¿Cómo conciliamos la amorosa visión a largo plazo de las personas con el lenguaje severo de Judas hacia algunos? Su inmenso amor y clara percepción lo obligan a hacer un llamado a la gente subversiva. A veces, las personas más peligrosas en una iglesia son las menos probables: amados, con grandes habilidades sociales, imanes comunitarios y, sin embargo, Judas los describe como «escollos ocultos», que buscan hacer naufragar la fe (v. 12a). En otros casos, pueden ocupar lugares de liderazgo, «pastores que solo se alimentan a sí mismos» en busca de la gloria en una plataforma o el poder relacional (v. 12b). Están los más obvios «árboles de otoño sin fruto», cuyo discurso huele a muerte(v. 12c). La oscuridad está reservada para todos ellos (vv. 8, 13).

Entonces, si bien los cristianos no deben calumniarse unos a otros, debemos denunciar a los subversivos para que la familia de Dios no se separe y sea arrastrada lejos del amor de Dios. Para estos gloriosos perdidos y estrellas errantes, Dios dice: «tengan misericordia de algunos que dudan» (v. 22). Debemos acercarnos al escéptico con compasión y verdad edificante.

Judas toca muchos más temas relevantes que incluyen: la subversión de la autoridad, la idolatría de la libertad, la moralidad hecha a sí misma y la burla en la iglesia. No debemos sorprendernos de estas cosas. Jesús nos advirtió que estos tiempos vendrían (Mt 24). En cambio, dediquemos nuestra energía individual y colectiva a hacer lo que dice Judas:

Pero ustedes, amados, edificándose en su santísima fe, orando en el Espíritu Santo, consérvense en el amor de Dios, esperando ansiosamente la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna (vv. 20-21).

Cuando enfatizamos el crecimiento de la fe, la oración llena del Espíritu y permanecer en el amor de Dios, nos convertimos en una luz para todos, señalándonos unos a otros la misericordia de Jesucristo. Una misericordia disponible para nosotros y para aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Prestemos atención a las amorosas amenazas de Dios y abracemos esta asombrosa promesa hasta el final:

Y a Aquel que es poderoso para guardarlos a ustedes sin caída y para presentarlos sin mancha en presencia de Su gloria con gran alegría, al único Dios nuestro Salvador, por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea gloria, majestad, dominio y autoridad, antes de todo tiempo, y ahora y por todos los siglos. Amén (vv. 24-25).


Publicado originalmente en Crossway. Traducido por Martín Manchego.
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