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Al perderse lo que da seguridad,
significado y sentido de pertenencia,
todavía quedará el cielo.

Ahí cuando todo conspire contra mí,
y mis errores, debilidades y desafíos
unan fuerzas en complot contra mí,
todavía quedará el cielo.

Cuando nuevamente veo
con amargura y tristeza
cuánta maldad poseo,
todavía quedará el cielo.

En los días cuando descubro
con vergüenza y frustración
mis fétidas inconsistencias,
todavía quedará el cielo.

En los días que soy más consciente
de esa vergonzosa diferencia
entre lo que creo y lo que hago,
todavía quedará el cielo.

Al ser doblegado con dureza
por el peso de mi maldad
y la consciencia de mi torpeza,
todavía quedará el cielo.

En las ausencias, escasez y vacíos,
todavía quedará el cielo.
En los días cuando los íntimos y cercanos
se vuelven distantes e indiferentes,
todavía quedará el cielo.

Cuando los piadosos muestren su impiedad,
los fuertes descubran su debilidad
y los sabios se jacten de necedad,
todavía quedará el cielo.

Cuando todo se haya caído,
todavía puedo con esperanza
levantar mirada segura,
porque allá arriba nada se ha movido.

Todavía quedará el cielo;
ese mismo cielo azul,
extenso, sólido y bello
que una vez envió Aquel.
Y lo volverá a enviar,
para llevar a los suyos al mismo cielo.

En cualquier día y lugar,
con mucho o con poco,
con fuerza y sin vigor,
solo o acompañado.
Con alivio y esperanza,
con expectativa y añoranza,
puedo confiar en que todavía quedará el cielo.

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