Salí de casa una mañana
con apenas el equipaje necesario.
Mis ilusiones no necesitaban inventario,
solo algo de ropa y una tienda de campaña.
Caminé y caminé sin rumbo fijo.
No hay mapa, creí, para la tierra prometida.
Pero ya han pasado casi 40 años de mi vida.
Mis ropas envejecieron, he dormido sin cobijo.
Con la edad pensé volverme más sabio.
Lo dicen todos: «Los años traen más juicio».
Pero a mí solo me han traído desquicio.
Lo perdí todo en un inútil intercambio.
Me extravié siendo joven y orgulloso.
He perseguido torpemente un espejismo;
habiendo corrido tras un fútil heroísmo.
He tocado fondo, tengo un destino deshonroso.
¿Qué es esto que veo, será otra ilusión?
Una nube tapa el sol, una columna de fuego me guía.
Salió agua de la roca, del cielo cayó el pan de cada día.
Quiero saber quién está detrás de todo esto, quién me ama con pasión.
«¿En serio estás dispuesto a conocerme?», una voz sublime preguntó.
No tengo elección, le respondí.
«Bien has dicho, porque a ti yo te elegí».
Y con el resplandor de mil soles, la vista me quitó.
Me dijo: «Soy la nube y el fuego, soy la roca y el pan;
para darte nueva vida, mi cuerpo entregué;
para traerte de vuelta, mi sangre derramé.
Soy la tierra prometida, soy la única Verdad».
Desde entonces, no he caído en otra imagen engañosa.
Mi voluntad he cedido al que cambió mi destino.
No necesito nada más, ando por el Camino.
He vuelto a nacer, no hay alma más dichosa.