×

Muchas personas se sienten naturalmente atraídas por las enseñanzas del Sermón del monte y, en especial, por las bienaventuranzas que abren el discurso de Jesús. Las palabras sobre la pobreza de espíritu y la humildad resuenan profundamente en los oídos de quienes anhelan esas virtudes o sus recompensas.

Sin embargo, este sermón es más que un discurso sobre moralidad y el buen carácter. Y la primera bienaventuranza lo confirma.

¡Bienaventurados!

Podemos pensar en el Sermón del monte como la Constitución oficial del reino de Dios. Jesús anunciaba la llegada del reino (Mt 4:17) y ofrece Su primera predicación como un pantallazo de cómo lucen sus ciudadanos.

Lo interesante es que no comienza con reglas, sino con bendiciones. ¡Piensa en eso por un minuto! La Constitución del reino de Dios no abre con nueve mandamientos, sino con nueve bienaventuranzas. El Rey está afirmando que estos ciudadanos están sumergidos en bendiciones celestiales, especiales y eternas.

Es importante entender que estas bendiciones no son exclusivas del Nuevo Testamento. Observa las similitudes del sermón de Jesús, con lo que Moisés predicó en Sinaí:

Y sucederá que si obedeces diligentemente al SEÑOR tu Dios, cuidando de cumplir todos Sus mandamientos que yo te mando hoy, el SEÑOR tu Dios te pondrá en alto sobre todas las naciones de la tierra. Y todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán, si obedeces al SEÑOR tu Dios (Dt 28:1-2).

Las bendiciones también estaban al alcance de Israel. Sin embargo, recibirlas dependía de su obediencia. El problema de Israel fue que no pudo ni quiso obedecer y, en lugar de una vida de bendición, terminaron en maldición. Cientos de años después del sermón de Moisés, Dios se hace presente como en el monte Sinaí, pero ahora hecho carne. Jesús, el Rey del reino celestial, comienza Su discurso anunciando bienaventuranzas para Su pueblo.

Como un mendigo vive de la misericordia de los demás, así es nuestra condición espiritual, pues dependemos de la misericordia de Dios

Entonces, ¿qué significa ser «bienaventurado»? Viene de la palabra griega makarios. El sentido original se refiere a alguien doblemente afortunado, de quien su felicidad excede todo parámetro. Se repite unas cincuenta veces en el Nuevo Testamento y siempre se usa en un marco espiritual. Es decir, es una felicidad suprema que solo se obtiene a través de medios espirituales.

Hay una felicidad terrenal, la cual podría venir de vacacionar en un lugar paradisíaco, ganar mucho dinero, tener buena salud, tener hijos, bienes o alcanzar un sentimiento de autorrealización. Pero hay una felicidad que es superior, la cual excede toda experiencia humana. Imagina la mayor clase de felicidad que encuentres en la tierra y multiplícalo por cien mil millones de veces. Eso significa «bienaventurado».

Esta es la clase de felicidad que el mundo busca. Sin embargo, Jesús atribuye esta felicidad a un grupo específico de personas.

Riqueza en la pobreza

Si la Constitución del reino describe las características de sus ciudadanos, entonces es lógico que lo primero que Jesús predique sea la forma en la que entramos al reino. La manera es sencilla, pero contra toda intuición humana: a través de la pobreza espiritual.

Podemos entender esto como ser un limosnero o un mendigo. ¿Ves la paradoja? Los que andan mendigando pueden ser supremamente afortunados. Lo que el Rey está diciendo es que hay gran riqueza en ser pobre, pero no está hablando de una pobreza material, sino de una espiritual. Se refiere a la condición de reconocer que no tenemos nada que ofrecer a Dios, no tenemos recursos para ganar Su favor, ni tenemos manera de alcanzar Su estándar de santidad y perfección.

¡Cuántas veces hemos querido vencer nuestros pecados por nuestras propias fuerzas! Pero finalmente nos acercamos a Dios con las manos vacías y nos arrojamos a Sus brazos pidiendo misericordia, porque sabemos muy bien que somos mendigos espirituales. De la misma manera en la que un mendigo de la calle vive de la misericordia de los demás y sin esos actos de caridad moriría, así es nuestra condición espiritual, pues dependemos por completo de la misericordia de Dios.

La pobreza espiritual no debe confundirse con la humildad fabricada en los talleres de la hipocresía

Esta pobreza espiritual no debe confundirse con la humildad fabricada en los talleres de la hipocresía. No se trata de decir con dramatismo o falsa modestia: «No valgo nada». Dios no quiere que te desestimes para entrar al reino, sino que te estimes por lo que realmente eres; ni más, ni menos. Su Palabra dice que somos infractores de la ley, separados de la gloria de Dios y necesitados de Su perdón. Solo quien reconoce su condición podrá clamar a Dios de todo corazón y Él extenderá Su misericordia, ayuda, perdón y limpieza.

Sin embargo, esto no es algo de una sola vez, porque somos llamados a ser pobres de espíritu todo el tiempo. Es una acción que se desarrolla en lo que llamamos «presente continuo», es decir, una que se sigue practicando. Aun cuando ya eres un ciudadano del reino y has aprendido mucho, una característica de la ciudadanía es que siempre reconoces tu necesidad de la gracia de Dios.

¿Cómo luce la pobreza espiritual? 

Hay varias maneras en las que la pobreza espiritual se demuestra en la vida del creyente, pero hay dos que me parece importante resaltar.

En primer lugar, reconocernos mendigos espirituales nos lleva a no juzgar ni creernos superiores a otros creyentes. ¡Qué absurdo sería ver a un mendigo criticando a otro mendigo por no tener suficiente dinero! Pues bien, así se ve un cristiano orgulloso. Muchas veces actuamos con esa actitud crítica hacia nuestros hermanos. ¡Qué rápido nos olvidamos de nuestra necesidad continua! A veces no nos creemos mendigos, sino inversionistas del reino. Pero no eres un verdadero ciudadano si no eres pobre en espíritu.

La segunda forma en que se expresa es a través de la confesión de los pecados y el clamor por la misericordia divina cada día. Es lamentable cuando los creyentes están sumergidos en pecado y no presentan batalla contra él a través de la confesión. Se han acostumbrado a vivir así, no les incomoda tener pecado en sus vidas.

Te advierto: somos mendigos espirituales y sin la misericordia de Dios nos marchitamos. No en el sentido de que perderemos la salvación, sino que deterioramos nuestra comunión con Él. El orgullo nos deja fríos por las glorias de Dios, distantes e indiferentes a Su gracia.

Cuando te reconoces pobre de espíritu, no te olvidas de confesar tu pecado y pedir la gracia del Señor cada día

Ser pobre en espíritu es clamar: «Dios, ten piedad de mí, pecador» (Lc 18:13). Es entender todo el tiempo que lo único que nos mantiene de pie es la bondadosa, generosa e inmerecida misericordia de Dios. Por lo tanto, cuando te reconoces pobre, no te olvidas de confesar tu pecado y pedir la gracia del Señor cada día.

Ahora bien, la hermosa paradoja de la primera bienaventuranza es que cuando somos pobres, somos verdaderamente ricos y felices, ¡porque hemos sido recibidos en el reino!

Felices de verdad

La única forma de ser realmente felices es siendo parte del reino de Dios. Nada más nos puede hacer felices, porque no fuimos creados para nada más. Así como un pez de agua dulce no puede sobrevivir en agua salada, tampoco el ser humano puede tener vida fuera de Dios y de Su reino.

El reino de las tinieblas nos mata, nos ahoga, nos tortura. Pero Dios «nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de Su Hijo amado» (Col 1:13)

Solo en el reino de los cielos podemos ser plenamente felices, porque ya no somos huérfanos, somos Su reino, Su familia (Ef 2:19). Allí encontramos hogar y promesas inamovibles. La pobreza espiritual es la primera característica de los ciudadanos de este reino, lo que abre sus puertas. Esto es lo que llamamos salvación, el momento en el que una persona que clama por el perdón de sus pecados y pide misericordia a Dios, los recibe.

¿Has hecho eso? ¿Te has puesto de rodillas ante Dios y has pedido piedad y perdón? Si no es así, hazlo ya de todo corazón. No te demores. Y las puertas del reino celestial se abrirán para recibirte.

Si ya eres ciudadano de este reino, ¡qué alegría! Pero una pregunta persiste: ¿Estás siendo pobre en espíritu cada día? Cultiva esta virtud a los pies de Dios y serás doblemente feliz.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando