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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Sobre la roca: Un modelo para iglesias que plantan iglesias, por Justin Burkholder (B&H Español).

Saber que somos responsables de pastorear el rebaño podría producir en nuestro corazón el sentir de que somos más necesarios de lo que realmente somos.

Por ejemplo, el teléfono suena y un miembro de la iglesia nos dice con voz quebrada: “Pastor, ¿podríamos reunirnos? Estoy pasando una situación difícil”. De inmediato, sientes el dolor de esa persona, aun sin conocer los detalles. Aunque sabes que tienes que estar con tu familia o que tienes otros asuntos que trabajar o que hay otras personas con las que te debes reunir, de inmediato sientes la presión de juntarte con esa persona en necesidad. Empiezas a llevar la carga de ellos como si fuera tuya. Es posible que llegues a preguntarte: “Si no me junto con ellos, ¿qué podría pasar?”. Aunque somos llamados a ayudar a otros a llevar su carga, nuestro problema como pastores radica en no saber encontrar el equilibrio.

Los pastores enfrentamos diversas situaciones con los miembros de nuestra iglesia casi a diario. No hay semanas ni días que sean completamente predecibles. No sabemos qué tipo de llamada recibiremos, si será para contarnos de una bendición o para socorrer en medio de la adversidad. Tampoco tenemos forma de saber quién pasará por nuestra oficina. Ni siquiera tenemos certeza de quiénes asistirán cada domingo. El ejercicio de planificar nuestro horario entre semana se vuelve muy complejo por lo mismo. Aunque planifiquemos bien, casi todas las semanas nos damos cuenta de que Dios tiene un plan diferente al nuestro. Tenemos muchas situaciones de consejería que son sumamente pesadas. Aunque planificamos nuestro horario para la semana, Dios nos trae situaciones que jamás hubiésemos proyectado.

Un pastor no tiene tantas oportunidades como quisiera de pasar más tiempo con las ovejas saludables. La mayoría de su tiempo transcurre entre ovejas heridas, débiles, dolidas, rebeldes, o enfermas. Esto tiene un gran impacto sobre el estado emocional del pastor. Como dice Pablo al referirse a las tensiones que enfrentaba como ministro: “Y para estas cosas ¿quién está capacitado?” (2 Co. 2: 16).

Muchos pastores viven con agotamiento emocional y espiritual producto de estar enfrentando situaciones sumamente delicadas y fortuitas con mucha frecuencia y sin respiro. Esa realidad demanda que todo pastor reconozca que, aunque es responsable de apacentar y pastorear, él mismo no es la solución y él mismo no puede llevar toda la carga en soledad.

Si eres un pastor, quiero que sepas que no fuiste diseñado para llevar las cargas de tu congregación.

Si eres un pastor, quiero que sepas que no fuiste diseñado para llevar las cargas de tu congregación. No hay duda de que los pastores del redil de Cristo sienten un gran amor por cada congregación y lo demuestran orando por ellas, pensando en sus ovejas, buscándolas y atendiéndolas. Mientras tanto, preparamos los sermones, pensamos en las que vendrán ese domingo y necesitan las palabras de Dios. Cuando predicamos, nuestros ojos recorren el salón y reconocemos caras y necesidades específicas; conocemos los sufrimientos y los dolores que están debajo de cada sonrisa. Al acostarnos, oramos por las situaciones difíciles que la gente está viviendo y buscamos en nuestra mente soluciones para sus dilemas.

Muchos pastores sentimos el dolor que tienen las ovejas, tanto por su sufrimiento como por lo que puedan estar viviendo como consecuencia de su propio pecado (2 Co. 11: 28-30). Anhelamos ver que tengan victoria sobre su pecado y nunca nos deja de doler verlos caer una vez más en patrones pecaminosos que los han dominado.

Sin embargo, todo ese amor tan bueno y sincero fácilmente se transforma en un “complejo de Mesías”. Esto no significa que quieran salvarlos, pero sí en el sentido de sentir que somos necesarios en sus vidas. Podemos llegar hasta sentirnos imprescindibles para su crecimiento espiritual, indispensables para consolar sus sufrimientos e irremplazables para su aprendizaje de la Palabra. Claro, como no podemos con tal carga, terminamos sumamente agotados.

El apóstol Pablo nos muestra una apreciación un tanto diferente: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (1 Ti. 2:5). Los pastores no fuimos diseñados para ser los mediadores entre la gente y Dios. Las ovejas necesitan muchas otras cosas además de a su pastor. Particularmente, necesitan que su pastor les señale el evangelio, la Palabra, el Espíritu Santo, y que los lleve a la oración.

No hay mayor esperanza que saber que el Dios que antes estaba airado justamente con nosotros ahora nos ofrece una libre entrada a su trono por medio del sacrificio de su Hijo. Esa es la mejor noticia de todos los tiempos y es la noticia que necesitan oír las ovejas. Ellas también necesitan la esperanza de un Salvador que ha pagado por su pecado y no solo de un pastor que las ayuda a hacer guerra contra su pecado. Nuestras palabras no libran del pecado ni tampoco lo hacen nuestros mejores consejos. Solo el Cristo anunciado en el evangelio libera del pecado.

La mejor arma que tienes a tu disposición para cualquier situación que enfrentes es el evangelio de Jesucristo.

La mejor arma que tienes a tu disposición para cualquier situación que enfrentes es el evangelio de Jesucristo. Este evangelio se comunica pastoralmente a los creyentes al recordarles dos verdades gemelas. Tim Keller las ha formulado así: “El evangelio revela una verdad sorprendente: somos pecadores en una medida que no nos atrevemos a reconocer, y al mismo tiempo somos amados y aceptados por Jesús como jamás pudimos imaginar”.

El pastor debe guiar sus conversaciones con esta doble tensión en mente. Queremos formar personas que no confían en sí mismas o en nosotros, sino que dependen cada vez más del Señor. Queremos formar personas que están dispuestas a ver su pecado, sin importar cuán horrible sea, porque tienen la confianza de que ya han sido amadas en Cristo. Queremos formar personas que entienden lo perdidas que están en sí mismos, y que también descubran su verdadero valor en Cristo Jesús, como hijos adoptados y amados.

Cuando manejamos estos dos extremos de la madeja del evangelio, las conversaciones serán realmente fructíferas. Estas mismas verdades gemelas tienen que ser las que gobiernan la vida del mismo pastor. Cuando aconsejamos y predicamos, debemos recordar que nuestra esperanza no está en nuestra habilidad retórica, sino en el poderoso mensaje que estamos compartiendo. De esta manera le estaremos dando a las ovejas lo que más necesitan y podremos descansar en nuestro Salvador.

Las ovejas no cambiarán porque seamos buenos para explicar las cosas. Ellas serán transformadas porque Cristo las ha liberado del dominio de las tinieblas y las ha trasladado al dominio de la luz. Las ovejas no cambiarán porque les dediquemos mucho tiempo ni porque tengamos mucho discernimiento para saber definir sus problemas o realidad. Cambiarán porque Cristo ha roto la maldición del pecado sobre ellas, ha conquistado la muerte, y les ha dado vida nueva en Él.


Imagen: Lightstock.
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