Muchos pastores se identifican con las palabras de Bilbo Bolsón, el personaje de J. R. R. Tolkien: «Me siento delgado, como estirado, si sabes a lo que me refiero; como mantequilla untada sobre demasiado pan». No hace falta conocer el contexto de las palabras de Bilbo para captar su significado. Transmiten pesadez. Agotamiento. Cansancio. Los pastores a quienes estas palabras no les resulten familiares, es probable que no lleven mucho tiempo en el ministerio.
¿Qué motiva a los pastores cansados a perseverar? El hecho de necesitar tal motivación es algo que no admite discusión. El ministerio pastoral, después de todo, es difícil. Los pastores son llamados a soportar temporadas de dificultad, decepción y adversidad. Al igual que nuestro Señor Jesucristo, los pastores no deben huir de una vida de sufrimientos, sino llevar en sus propios cuerpos las marcas de la vida de Cristo.
Soportan los males morales y naturales que les afligen en sus vidas y, de forma vicaria, a través de las vidas de sus congregantes. A veces, incluso son llamados a soportar la calumnia y la difamación por causa de Cristo. Los pastores no son llamados a una vida cómoda, sino a una vida de sufrimiento que exige perseverancia.
Pero ¿perseverar con qué fin? La respuesta bíblica e histórica a esta pregunta es la visión beatífica, y el pastor que llegue a asimilar esta respuesta en lo más profundo de su ser encontrará allí una inmensa reserva de recursos para perseverar.
La visión beatífica como motivación
Perseverar por el simple hecho de perseverar es algo enfermizo. Dios no nos ha llamado a eso, como si debiéramos simplemente apretar los dientes y abrirnos paso a la fuerza por las dificultades de este mundo por causa de la dificultad en sí misma. No somos como Sísifo, ese personaje de la mitología griega condenado a una vida de tedio repetitivo, quien luchaba por hacer rodar una roca hasta la cima de una montaña solo para que volviera a caer y tener que empezar de nuevo. Esto es una buena noticia para nosotros, porque una visión tan corta de la obediencia («solo hazlo porque debes») carece de poder para sostenernos.
Dios le da la vuelta al sufrimiento: cuanto mayor es el sufrimiento, mayor es la promesa de gloria
En Apocalipsis 2:8-11, nuestro Señor exhorta a la iglesia de Esmirna a perseverar, incluso hasta la muerte, para recibir la corona de la vida. Recibirla, según este pasaje, es ser librado de la muerte segunda. La experiencia más sublime de esa corona es con lo que Juan concluye su Apocalipsis: la felicidad eterna en la presencia de Dios (Ap 22:1-5).
Esta es la gran esperanza para los pastores. De hecho, esta esperanza es el telos de todo anhelo en esta vida. Para esto nos hizo Dios a todos, pastores incluidos. La esperanza de este anhelo celestial se insinúa en todas nuestras experiencias a través del fenómeno mismo del deseo.
Agustín, el padre de la iglesia del siglo IV del norte de África, articuló bien este fenómeno cuando oró: «Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón no halla descanso hasta que descanse en Ti». La inquietud de la experiencia humana existe para ser saciada en Dios.
La teología cristiana llama a la experiencia culminante de esta saciedad la «visión beatífica»: la visión bienaventurada de ver a Dios en gloria. Esto es lo que hace que el cielo sea cielo. No es que nos reuniremos con nuestros seres queridos, ni que nuestros cuerpos serán nuevos y estarán libres de corrupción, ni que el cosmos se verá libre de la futilidad de la corrupción, por más gloriosas, innegociables y ciertas que sean esas realidades. No, lo que convierte al cielo en el cielo —el ardiente corazón del cielo que ilumina y calienta todo su dominio, así como la experiencia que infunde esplendor a todos los demás beneficios— es que allí veremos a Dios. «En Tu luz», dice el salmista, «vemos la luz» (Sal 36:9). Todos los caminos del deseo encuentran su fin aquí, en la visión beatífica.
¿Cómo contribuye la visión beatífica a la perseverancia del pastor en el ministerio? Una forma crucial es que transforma nuestra manera de ver el sufrimiento.
El pastor que sufre
La Escritura conecta habitualmente el sufrimiento con la esperanza de la gloria (p. ej., Ro 8:18-26; He 12). Un ejemplo destacado es la reflexión de Pablo en 2 Corintios 4:7–5:10. Pablo no minimiza el sufrimiento, sino que lo pone en perspectiva a la luz de la gloria que el propio sufrimiento, bajo la providencia de Dios, ayuda a producir.
No es que Pablo diga que el sufrimiento valdrá la pena porque la gloria será mejor. Más bien, Pablo llega a afirmar que, de alguna manera, el sufrimiento presente produce una gloria futura aún más gloriosa. Somos consolados con la promesa de que tendremos gloria no simplemente a pesar de nuestro sufrimiento, sino a causa de él.
Piensa, por ejemplo, en que nuestro Señor conserva Sus cicatrices después de Su gloriosa resurrección. El cuerpo resucitado de Cristo se vuelve más glorioso a causa de Su sufrimiento, como lo demuestran los trofeos que son Sus cicatrices. De esta manera, Dios le da la vuelta al sufrimiento: cuanto mayor es el sufrimiento, mayor es la promesa de gloria.
Esto debería ser un profundo consuelo, especialmente para los pastores. El ministerio pastoral, vale la pena repetirlo, es increíblemente difícil. Conlleva expresiones únicas de sufrimiento: los pastores no solo enfrentan temores por dentro y peligros por fuera, sino que también experimentan las ansiedades diarias por la iglesia (ver 2 Co 7:5; 11:24-29).
Eso significa que, además de sobrellevar su propio sufrimiento, los pastores cargan con el de muchos miembros de su iglesia, cuyos dolores sienten con más agudeza que nadie en la congregación. ¡Esto no es una queja! Compartir estas cargas es un privilegio sagrado, pero es un privilegio que implica sufrir.
Tu sufrimiento no es en vano. De alguna manera, hará que la alegría infinitamente dulce de ver a Dios sea aún más dulce
¿Cómo perseveran los pastores? En parte, tomándole la palabra a Pablo y viendo todo ese sufrimiento como una promesa de Dios para ellos. Deberían desarrollar el reflejo de esperar la gloria que nace del sufrimiento. A su vez, deberían enseñar a sus rebaños a tener esa misma perspectiva celestial: la promesa de la visión beatífica en la gloria no significa que el sufrimiento no sea real; significa que el sufrimiento no se desperdicia.
Esperanza para el pastor cansado
Hermano pastor, mientras te sientes sofocado por el peso de las necesidades y los dolores del ministerio pastoral, permite que este sea un suave recordatorio de la promesa de Dios: «Verán Su rostro» (Ap 22:4). Este es tu fin. En esa visión, encontrarás la culminación y el cumplimiento de toda alegría parcial y temporal de esta vida, y la transformación vindicadora de toda tristeza experimentada aquí. La visión de Dios allá será más gloriosa por nuestro sufrimiento aquí.
En medio de tu sufrimiento, deja que esta esperanza sea como un claro entre las nubes, un destello de luz que atraviesa el firmamento; una alegría que trasciende la asfixia de la adversidad y el cansancio temporales. Tu sufrimiento no es en vano. De alguna manera, hará que la alegría infinitamente dulce de ver a Dios sea aún más dulce.