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Génesis 16-18 y Mateo 11-12

“Entonces Abraham se postró sobre su rostro y se rió, y dijo en su corazón: ¿A un hombre de cien años le nacerá un hijo? ¿Y Sara, que tiene noventa años, concebirá? Y dijo Abraham a Dios: ¡Ojalá que Ismael viva delante de ti”, Génesis17:17-18.

Ojalá es una palabra árabe castellanizada que brota de lo profundo de nuestro corazón cuando esperamos que algo suceda o que algo sea como lo soñamos. Hemos trasladado el “Dios lo quiera” por el “ojalá” (aunque en su origen etimológico dice exactamente lo mismo, ya la gente no lo entiende así). La persona que espera que nuestros sueños se hagan realidad ya no dice “Dios te bendiga”, ahora te dice “suerte”. Como ahora vivimos en el mundo de la casualidad evolutiva y del agnosticismo, entonces, el “ojalá” se convierte en la más alta nota probabilística.

En todos los terrenos de nuestra vida: económicos, amorosos, laborales, familiares, etc., etc., el “ojalá” forma parte fundamental de la estructura gramatical de nuestros pensamientos. Seguramente, le hemos perdido la cuenta a las numerosas oportunidades en que hemos suspirado diciendo: “¡Ojalá fuese cierto!”. Me parece que el problema con el “ojalá” radica en el carácter pesimista con el que usamos esta frase. Ya decían los antiguos: Eadem sunt omnia semper (Todo es siempre lo mismo).

Al pronunciar la consabida palabra estamos dando cuenta que todo es sueño… y los sueños, ¡sueños son! Abraham no escapa a esta milenaria palabrita. En las breves reflexiones que hemos hecho de su vida nos hemos encontrado con un hombre íntegro y capaz de jugarse el partido entero por sus convicciones. En conclusión, un hombre inclaudicable.

Pero todos tenemos nuestro talón de Aquiles, y Abraham también tenía el suyo. Él podía obedecer a Dios y seguirlo por los caminos más difíciles; sin embargo, había un “ojalá” que siempre sería para él sólo un sueño: tener su propio hijo. Al momento de aparecer en la historia, este hombre ya era un anciano y su mujer anciana también, y estéril. Ya no estaba en el terreno de las posibilidades de Abraham concretar el plan “A”, o sea, tener un hijo carnal con su esposa. Ahora, el plan “B” y “C” estaban en pleno ejercicio.

En un primer momento, él pensaba que su heredero sería su leal mayordomo Eliezer. Él conocía bien sus negocios y sería un buen jefe para todo el grupo humano que giraba en torno al patriarca. Pero como buen plan “B”, siempre terminaba con un suspiro de insatisfacción y un largo: “Ojalá…”. El plan “C” se regía conforme a las costumbres de la antigüedad; una de las esclavas jóvenes de su esposa tuvo relaciones con él para poder procrear al sucesor que tanto le hacia falta.

Era como el dicho ese que dice, “A falta de pan, buenas son tortas”. Pero los planes “C” siempre son problemáticos. Son paliativos, pero con efectos secundarios devastadores. Veamos: “Y él se llegó a Agar, y ella concibió; y cuando ella vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora. Y Sarai dijo a Abram: Recaiga sobre ti mi agravio. Yo entregué a mi sierva en tus brazos; pero cuando ella vio que había concebido, me miró con desprecio. Juzgue el SEÑOR entre tú y yo. Pero Abram dijo a Sarai: Mira, tu sierva está bajo tu poder; haz con ella lo que mejor te parezca. Y Sarai la trató muy mal y ella huyó de su presencia” (Gn.16:4-6). ¡Tremendo argumento de telenovela!

Supongo que Abraham tuvo que haber lanzado el consabido “Ojalá…”, y con profunda resignación siguió enfrascado en sus aparentemente inalterables circunstancias. Bueno, ahora el Señor hace su aparición. Cuando ya Abraham tenía casi el rompecabezas completo (salvo unos “pequeños” problemitas por resolver), el Señor hace caer las piezas al suelo diciéndole: “…Sarai, tu mujer, no la llamarás Sarai, sino que Sara será su nombre. Y la bendeciré, y de cierto te daré un hijo por medio de ella. La bendeciré y será madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella” (Gn.17:15-16).

El texto del encabezado nos muestra el silencioso “ojalá” de Abraham. Cuando hay asuntos que entran a tramitación en la oficina de “OJALÁS” de nuestra conciencia, duermen el sueño eterno del expediente archivado sin resolver. Por eso, el Señor es más enfático aun con Abraham: “Respondió Dios: Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto perpetuo para sus descendientes después de él. Y en cuanto a Ismael (el hijo de Agar, la esclava), también te he oído; y he aquí le bendeciré, y le haré fructificar y multiplicar mucho en gran manera…” (Gn.17.19-20).

Ahora, el “ojalá” de Abraham no sólo lo involucraba a él sino también a Sara, su esposa. Hay muchos sueños que quedan en el terreno de las nubes debido a que todas las personas involucradas no están de acuerdo. El Señor debía trabajar también con la señora de Abraham. “¿Dónde está Sara tu mujer? Y él respondió: Allí en la tienda. Y aquél dijo :Ciertamente volveré a ti por este tiempo el año próximo; y he aquí, Sara tu mujer tendrá un hijo. Y Sara estaba escuchando a la puerta de la tienda que estaba detrás de él. Abraham y Sara eran ancianos, entrados en años; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. Y Sara se rió para sus adentros, diciendo:¿Tendré placer después de haber envejecido, siendo también viejo mi señor? Y el SEÑOR dijo a Abraham:¿Por qué se rió Sara, diciendo:”¿Concebiré en verdad siendo yo tan vieja?” ¿Hay algo demasiado difícil para el SEÑOR? Volveré a ti al tiempo señalado, por este tiempo el año próximo, y Sara tendrá un hijo” (Gn.18:9-14).

El “ojalá” de Abraham se iba a convertir en realidad porque Dios estaba interponiendo sus buenos oficios. En medio de la naturalidad (“según el tiempo de la vida”) Dios obraría milagrosamente, haciendo que esta pareja de ancianos tengan un hermoso fruto. Entrelíneas esta historia nos muestra el gran deseo de Dios por persuadir a sus hijos, para hacerles ver que el terreno de los “ ojalás imposibles”  es de su propiedad.

Nuestro Señor Jesucristo universaliza esta historia a través de principios para todos sus hijos. En primer lugar, el Señor despliega su currículum para hacernos ver que domina la materia de los “imposibles ojalás”. Así le contesta a los emisarios de Juan el Bautista que había pedido noticias de El: ” …Id y contad a Juan lo que oís y veis: los CIEGOS RECIBEN LA VISTA y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los POBRES SE LES ANUNCIA EL EVANGELIO ” (Mt.11:4-5).

Él nos demuestra lo que puede hacer por nosotros mostrándonos lo que otros han logrado con Él. El testimonio de miles de cristianos que viven vidas transformadas son la prueba irrefutable de su poder ilimitado. Ojo, no debemos confundir el término cristiano. Tantos se llaman cristianos hoy en día que es difícil encontrar a los que lo son en realidad. Es necesario anteponerle alguna palabra que identifique a aquellos de los que nosotros estamos hablando. Los hay “nominales” que los son solo por nombre; los hay “ritualistas”, que se hacen llamar así porque cumplen con las festividades y los ritos religiosos; y los hay “transformados” porque han experimentado el poder de Jesucristo en sus propias vidas.

Al leer los Evangelios nos damos cuenta que ése es el tipo de cristianos que han tenido un verdadero encuentro con Jesús. En segundo lugar, el Señor Jesucristo hace una invitación personal a que cada uno de nosotros pueda ir a El y experimentar su poder refrescante: “Venid a mí todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt.11.28).

Las palabras son tan sencillas que nos cuesta comprenderlas. Son como el “¿¡Cómo!?” que nosotros empleamos cuando la gente nos responde con franqueza y sin usar tanto contenido gramatical. Por ejemplo: “El trabajo es suyo”, “Esto es para tí” o “Gracias pero no”. Nos cuesta entender cuando nos hablan directamente. Veamos el mismo texto en varias versiones para poder digerirlo mejor: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar” (Dios Habla Hoy); “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (NVI); “Vengan a mí los que estén cansados y afligidos y yo los haré descansar” (Paráfrasis).

Esa es la intención simple y sencilla de nuestro Señor Jesucristo: llamarnos en medio del cansancio por sobrevivir a un oasis de descanso que solo Él puede ofrecer. No te dejes llevar por una vida de “ojalá” y deja que el Señor, quien te está llamando, despliegue su poder a nuestro favor. Sabemos que estamos muy ocupados por vivir la vida “real”. Sé que parte de ser adultos es aprender a conformarnos con lo que tenemos y olvidar  los “ojalá” para las noches de insomnio y de largos y profundos suspiros. Pero, con todo, te invito a que en medio del trajín por vivir afines tu oído para escuchar el fino y delicado llamado de Dios. Termino con una preciosa poesía de Mabel Carrasco (querida amiga mía) que nos habla acerca de la persistencia del Señor en su llamado:

Tú nos buscas Señor,

estás buscándonos

entre los altos edificios que se toman del brazo,

a pesar de las grandes tiendas donde cuelga el deseo,

nos sigues en medio de los coches ruidosos de las calles,

esquivando garabatos y atropellos,

nos buscas mientras nos apartamos de la mano extendida,

estás mirando cuando cerramos violenta puerta a los amados,

nos aguardas en las locuras de las fábricas,

y en las febriles reuniones laborales,

entre los minutos malgastados

tú nos llamas;

esperas entre televisores encendidos

y en el desesperado desborde de los gritos.

Nos sigues llamando mientras trepamos la cima sin notar los peñascos que soltamos.

Pero no te oímos, no podemos escucharte.

De pronto:

en un estrépito de llantas, el desaire de un amigo,

el crujido de una catástrofe,

una pistola puesta en nuestra sien,

un mal diagnóstico de salud o el adiós de quien amamos,

con nuestras miradas cubiertas de rocío

aterrizando en los cálices abiertos,

el sonido del piano sobre el río

o el mensaje del cuerpo sobre el lecho;

cuando menos lo esperamos

hacemos silencio desde dentro,

¡hasta de lo que pensamos!

Y por un iluminado instante

alguien oye muy claro TU LLAMADO.

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