Pensé que unas tarjetas con mis peticiones anotadas lo resolverían todo.
Mi vida de oración cojeaba, pero yo anhelaba correr con la fuerza y la agilidad de un George Müller o de otros santos conocidos por su dependencia de Dios. Una sugerencia común es usar diversas técnicas o sistemas, como anotar nombres y peticiones en tarjetas, usar la aplicación PrayerMate o leer las oraciones de El valle de la visión. Cuando fui a casa de mis padres y vi una caja larga de plástico con todas las tarjetas de oración de mi papá, pensé que podría ser justo lo que necesitaba.
Aunque mi nuevo sistema me ayuda a ser más organizada y a tener variedad en mis peticiones, no me convirtió en un atleta olímpico de la oración. Mi mejor entrenamiento, en realidad, vino de una fuente inesperada.
Hace unos años, varias situaciones en mi iglesia me sumieron en un profundo desánimo e impotencia. Las cosas cambiaban a mi alrededor y nada parecía mejorar, pero yo no podía hacer nada para arreglarlo. A veces, tenía que contener las lágrimas durante casi todo el servicio dominical.
Quienes han caído en el pozo del desánimo y han sido heridos en la iglesia no se sorprenderán al saber que esa temporada impactó mi vida de oración más de lo que las tarjetas jamás podrían haber hecho. Estaba desesperada. Lo único que podía hacer era clamar a Dios, pidiéndole que interviniera en una situación que yo era incapaz de resolver.
Para vencer la apatía en la oración, no necesitas una nueva técnica. Necesitas un corazón que se rinde en humilde dependencia.
Por qué nos atraen las técnicas
Parte de la razón por la que recurrimos tan fácilmente a las técnicas y los sistemas es que reflejan el espíritu de nuestra época. Nuestra cultura rinde culto a la superación y la optimización constante. La publicidad nos vende la mentira de que siempre habrá una aplicación o un producto para cada problema (o pequeña molestia). Sitios en internet publican listas interminables de trucos y consejos para cambiarte la vida. Es natural que, al ver un problema como «No estoy orando lo suficiente», busquemos una solución práctica. Queremos arreglarlo por nuestra cuenta.
Para vencer la apatía en la oración, no necesitas una nueva técnica. Necesitas un corazón que se rinde en humilde dependencia
Pero estamos ignorando la raíz del problema. No descuidamos la oración por no tener el sistema perfecto, sino porque, en el fondo, no sentimos que la necesitemos.
Desde el jardín del Edén, la humanidad ha intentado seguir su propio camino sin depender de Dios. Durante el reinado de Ezequías, Judá se alió con Egipto en lugar de buscar la ayuda de Dios contra la amenaza asiria (Is 30:1-2). En el Nuevo Testamento, Pedro confió en sus propias fuerzas y en su amor para serle fiel a Jesús, y terminó negándolo (Lc 22:33-34, 39-40). Nuestra cultura nos impulsa a la autosuficiencia, pero este ha sido un problema persistente en todas las épocas.
Thomas Charles, un pastor galés del siglo XVIII, se lamentaba de cuántos cristianos viven como «ateos prácticos». Decimos que confiamos en el Señor, pero nos falta sentir una necesidad real de Él:
¿No estamos viviendo… sin Dios en el mundo? ¿Dónde están aquellos que son conscientes en la práctica de que, sin la continua influencia y ayuda de lo alto, ni el mejor de nosotros tiene sabiduría para ninguna obra, ni fuerza para ningún deber, ni éxito en ninguna prueba, ni victoria sobre ningún enemigo?
Cuando no oro antes de tomar una decisión, es porque creo que puedo elegir bien basándome en mi propia sabiduría, en la información que he reunido y en el consejo de mis amigos. Cuando no oro pidiendo ayuda contra una tentación específica, es porque pienso que la próxima vez tendré la fuerza suficiente para decir que no.
No descuidamos la oración por no tener el sistema perfecto, sino porque, en el fondo, no sentimos que la necesitemos
En medio de las dificultades en mi iglesia, por fin pude ver lo que siempre había sido cierto: no tengo el control. El Señor estaba logrando que yo fuera, en palabras de Charles, «consciente en la práctica» de cuánto lo necesitaba.
El corazón de la oración
La Palabra de Dios es clara: un corazón humilde es indispensable para acercarnos al trono de gracia de Dios. Como señala H. B. Charles Jr., la Escritura habla mucho más sobre la motivación para orar que sobre las metodologías de oración. La oración, afirma, es una «declaración de dependencia».
A menudo vemos el Padrenuestro como un modelo para el tipo de peticiones que debemos presentar a Dios. Aunque lo es, Jesús nos enseña tanto una forma de orar como una actitud del corazón: acercarnos a Dios como «Padre nuestro», humillarnos ante Aquel que está «en los cielos», buscar Su reino por encima de nuestros propios intereses y pedir el pan de cada día en lugar de luchar por obtenerlo con nuestro propio sudor (Mt 6:9-13).
Jesús también nos anima a imitar a la viuda insistente (Lc 18:1-8). Lo que la llevaba a rogarle ayuda al juez una y otra vez era su desesperación. Ella sabía que era incapaz de resolver la situación por sí misma, pero también sabía quién sí tenía el poder para hacerlo. Jesús desea que nos acerquemos a nuestro Padre con ese mismo tipo de dependencia desesperada que nace de conocer Su carácter. Podemos humillarnos bajo la poderosa mano de Dios y entregarle nuestras ansiedades, porque Él tiene cuidado de nosotros (1 P 5:7).
Sufrir y estudiar
Podríamos pensar que el problema es que no podemos fabricar un corazón más dependiente siguiendo una lista de «5 sencillos pasos para cultivar la humildad». Pero ¿no es ese precisamente el punto? Si queremos crecer en humildad, debemos depender de Dios para que nos transforme. Así que el primer paso es orar: «Señor, reconozco que no oro como debería. Perdóname y enséñame a depender de Ti».
La alegría de una vida despreocupada y autosuficiente no se compara con el gozo de estar cerca de Cristo
La respuesta de Dios a esta oración por humildad puede ser dolorosa. Con frecuencia, Él usa el sufrimiento para despojarnos de nuestra autosuficiencia y de cualquier otro refugio. Como suele decir Nancy DeMoss Wolgemuth: «Cualquier cosa que me haga necesitar a Dios es una bendición». La alegría de una vida despreocupada y autosuficiente no se compara con el gozo de estar cerca de Cristo.
Si queremos depender de Dios en todo momento, necesitamos conocerlo íntimamente. Esto exige estudiar y meditar en la Escritura repetidamente, día tras día, año tras año. A través de la Biblia, contempla la santidad de Dios (Is 6). Recuerda todo lo que ha hecho para cuidar de Su pueblo a lo largo de la historia (Sal 136). Maravíllate ante Cristo, quien tiene tanto el poder como el deseo de salvar (Mt 8:1-3). Entrena tu vista para reconocer en la creación la evidencia del cuidado constante de tu Padre (Mt 6:25-34).
Las tarjetas y otras técnicas tienen su valor. Así que haz planes, organiza un sistema para interceder con regularidad, sumérgete en las riquezas de la historia de la iglesia y ten a mano las cartas de tus misioneros. Pero nunca descuides cultivar un corazón que reconoce cuánto necesita la oración; es decir, cuánto necesita a Dios.