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“Entonces Zacarías dijo al ángel: ‘¿Cómo podré saber esto? Porque yo soy anciano y mi mujer es de edad avanzada’. El ángel le respondió: ‘Yo soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte estas buenas nuevas. Así que te quedarás mudo, y no podrás hablar hasta el día en que todo esto acontezca, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su debido tiempo’”, Lucas 1:18-20.

Gabriel vino a decirle al anciano Zacarías que su esposa Elisabet daría a luz a un hijo (Juan el Bautista). Podrías pensar que cuando un ángel te da un susto que casi mueres, vas a creer lo que dice. Sin embargo, Zacarías duda.

En ese momento de duda, por lo tanto, podrías esperar que Gabriel dijera: “Olvídalo entonces. Me llevaré a mi Bautista y me regreso a casa”. Y es cierto que Gabriel se lleva algo de Zacarías: su voz. Pero, aun así, les da el niño a Zacarías y a Elisabet.

Es una retrato de la gracia. Las “buenas nuevas” (v.19) “se cumplirán” (v.20).

No es la fuerza de la fe lo que salva, sino la fuerza del Salvador

Puedo notar el interesante contraste entre el versículo 20, y la declaración de Lucas 1:6 que describe a esta pareja como justa e intachable guardadora de la ley. El hecho de que Dios llame a este hombre anciano lleno de dudas (que no cree cuando un ángel está justo delante de él) “justo e intachable” es una prueba más de que no existe una fe tan pequeña que no pueda salvar. Es una prueba de que no es la fuerza de la fe lo que salva, sino la fuerza del Salvador. 

Y también es una prueba de que ser justo e intachable no es algo que pueda ser ganado, sino algo que es otorgado. Si a Zacarías y Elisabet se les diera lo que merecen y lo que ameritaba sus circunstancias, seguirían en su rutina, envejeciendo cada vez más hasta morir. Pero en lugar de eso, Dios los bendice de acuerdo a su bondad, a su gloria, a su poder, redimiendo las circunstancias y el tiempo de ellos. La fe de Zacarías pudo haber sido pequeña y prácticamente inexistente en el momento en que más importaba (“no creíste mis palabras”, dice Gabriel), sin embargo, el plan salvador de Dios prevalecerá.

Cuando llegamos al final del pasaje en el versículo 25, Elisabet sostiene su vientre de embarazada y dice: “Así ha obrado el Señor conmigo en los días en que se dignó mirarme para quitar mi afrenta entre los hombres”.

No existe fe tan pequeña que no pueda salvar

Parecía que toda esperanza se había perdido para esta pareja y para Israel. Pero Dios no se ve obstaculizado por una fe débil. Jesús dijo que una fe del tamaño de una semilla de mostaza movería montañas. A pesar de todas sus debilidades, Dios quitó su afrenta.

La vergüenza, la acusación, los insultos, la burla: todo quitado por la gracia de Dios.

Más tarde, Jesús llama al hijo de Zacarías el mayor hombre nacido de mujer (Mt. 11:11). Juan proclamó el favor del Señor y preparó el camino para el ministerio del Mesías, al guiar a la gente hacia Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo al pueblo. Pero, él tuvo su propio tiempo de dudas en un mal momento (¿de tal palo tal astilla?).

Juan estaba en prisión, aguardando su ejecución, y envió a preguntar a Jesús: ¿De verdad eres aquel por quien hemos estado esperando?

¿Recuerdas que es exactamente en esa escena cuando Jesús llama a Juan el mayor hombre que jamás haya vivido? Este hombre que acaba de exponer su duda en su momento de temerosa debilidad, ¿este es el mayor hombre?

La fe más pequeña, si es real, recibe el mismo poder de Cristo en salvación que la fe más fuerte

No existe fe tan pequeña que no pueda salvar. La fe no necesita ser fuerte para salvar. Solo tiene que ser real. La fe más pequeña, si es real, recibe el mismo poder de Cristo en salvación que la fe más fuerte.

Tus pequeñas fuerzas no son obstáculo para Dios. De hecho, nuestra debilidad es el medio principal de Dios para demostrar su poder, un poder que se revela gloriosamente cuando nuestras fuerzas se acaban totalmente y morimos. Porque cuando morimos, solo conoceremos su poder, que al final nos resucitará.

Juan Bautista debió aprender esto en alguna parte del camino, quizás de su anciano padre Zacarías, porque declaró en Juan 3:30: “Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya”.

Sin importar tus debilidades, Dios es Dios. Y sin importar tu fe (ya sea grande y fuerte o pequeña y débil), si es fe verdadera, salvo quiere decir salvo.


Publicado originalmente en For The Church. Traducido por Manuel Bento Falcón.
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