El cristianismo motivado por culpa lleva al agotamiento, ya sea que se trate de sentirte culpable por no hacer lo suficiente para el reino de Dios, o porque continúas luchando contra muchos pecados que te enredan. La culpa es algo que desmotiva enormemente para servir en el reino de Dios. Podemos llegar a ser abrumados con pensamientos como,
“Simplemente no soy todavía lo suficientemente bueno, ¡no soy lo suficientemente parecido a Cristo!”.
“Simplemente no soy todavía lo suficientemente bueno, ¡no soy lo suficientemente parecido a Cristo!”.
“¡Nunca hago lo suficiente para el reino de Dios!”.
“¡Si supieras todos los pecados con los que lucho diariamente!”.
“Dios no me usaría, ¡puede escoger entre muchos cristianos que son mejores que yo!”.
Si no son las grandes necesidades del mundo las que te abruman, los grandes pecados de tu corazón que amenazan con evitar que cumplas la misión de Dios.
Tu idea de alguien que vive misionalmente puede ser la de un cristiano victorioso que, si no completamente, al menos ha ganado victoria sobre los mayores pecados de su vida y puede ahora enfocarse afuera, en el mundo que le rodea. Han ganado la batalla interior, y ahora pueden mirar al exterior.
Cuando Jesús comisionó a sus discípulos después de su resurrección, les dijo que llevaran el evangelio de Jerusalén, a Judea, a Samaria, y hasta lo último de la tierra. Fueron un grupo diverso de hombres que no eran los más educados o los más dotados en lo financiero, y sin embargo la necesidad del mundo no los abrumó. Si alguien podría haber visto la tarea y decir: “Es demasiado grande, ¡no podemos manejarla!”, deberían haber sido ellos ¿no es así? Tenemos más oportunidades de esparcir el evangelio hoy de las que ellos tenían, y sin embargo ellos no rehusaron cumplir con la tarea. ¿Por qué no?
Quizás podamos encontrar la respuesta en los versículos que rodean el texto de la Gran Comisión (Mt. 28:19). Justo antes de que Jesús dijese a Sus discípulos que fuesen al mundo e hiciesen discípulos, Él hace la afirmación: “Toda autoridad me ha sido dada” (v. 18). Y después de que comisiona a los discípulos, Él hace esta promesa: “y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (v.30).
De ahí la pregunta: ¿Qué efecto crees que tuvo sobre los discípulos la afirmación de la autoridad de Jesús y la promesa de Su presencia considerando la tarea gigantesca que se les había dado? O, para hacernos la pregunta personalmente: ¿Qué papel juega la fe en la promesa de Jesús de su presencia a ayudarnos a vencer los sentimientos de incompetencia en nuestra vida?
Jesús no comisionó a gente perfecta en ese entonces, y no comisiona a gente perfecta hoy en día. Pedro comprometería más tarde su testimonio al evangelio y sería confrontado por Pablo. Las primeras iglesias cristianas batallaron con enseñanzas falsas (Gálatas), lidiaron con la inmoralidad (Judas), lucharon por la unidad (Corintios), y perdieron de vista su esperanza (Tesalonicenses). Y sin embargo, a través de estas iglesias y sus líderes, el evangelio avanzó.
¿Cuál era el secreto? Cristo estaba en ellos. En su carta a los Colosenses, Pablo escribió:
“Dios quiso dar a conocer cuáles son las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en ustedes, la esperanza de la gloria”.
Demasiadas veces, vemos la vida cristiana como algo que nosotros estamos haciendo para Dios. No hay nada que canse más que pensar que la misión depende de ti. Otros se sienten como si fuese Cristo y yo, como si estuviésemos luchando contra el diablo y cada vez que necesitásemos que Él tomase el control, Jesús entrase al ring y encajase unos cuantos golpes. Las Escrituras nos recuerdan que es Cristo en nosotros quien trae la victoria.
Para reflexionar más: Tómate unos cuantos minutos para leer Romanos 8, el capítulo de Pablo sobre la vida victoriosa del creyente. Cuenta cuántas veces se refiere al Espíritu. ¿Qué nos dice esto acerca de nuestra necesidad del Espíritu mientras luchamos contra nuestra carne pecaminosa?