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Los misioneros no pueden enviarse a sí mismos: Quién debería ir (y quién no)

Más de Nick Whitehead

«No deberíamos estar aquí».

Cuando mi esposa entró en nuestro hogar después de una mañana completa de estudios de un idioma, la saludé con estas cuatro palabras apresuradas. Mientras ella estaba conjugando verbos, yo me había dedicado a estudiar por mi cuenta. Después de tan solo pocos meses en el país, estaba seguro de que no estábamos cualificados para ser misioneros.

Le expliqué que no habíamos sido capacitados apropiadamente para la tarea ni afirmados por una iglesia local. «Deberíamos volver a casa», concluí de modo abrupto. Mi esposa estuvo de acuerdo con mis convicciones, pero de una forma razonable me convenció para que no me lanzara al precipicio de una decisión apresurada. Después de todo, nos habíamos comprometido a servir a nuestro equipo por dos años. Seguramente Dios podría usar lo que quedaba de nuestro tiempo para madurarnos e incluso hacer que nuestras labores fueran fructíferas.

Su consejo fue sabio. Nos quedamos para terminar nuestro período y, en Su buena providencia, Dios sí nos hizo desarrollar de maneras significativas. Nos incorporaron a la membresía en una iglesia local de nuestra ciudad y el pastor me discipuló hasta que regresamos a los Estados Unidos para estudiar en el seminario.

Aunque no cambiaría esa experiencia por nada, sigo convencido de que no estábamos lo suficientemente equipados ni fuimos afirmados apropiadamente para ser misioneros. ¿Por qué lo sugiero? Ambos practicábamos regularmente las disciplinas espirituales, no consentíamos pecados habituales, amábamos el evangelio, y anteriormente habíamos pasado tiempo en el extranjero. ¿Por qué, entonces, me había convencido de que no podíamos poseer el título de «misioneros»? La respuesta se resume en esto: no fuimos enviados por una iglesia local para contribuir estratégicamente a la gran comisión.

Los misioneros como los enviados

Nuestra palabra en español, «misionero», proviene del latín missio, una traducción del verbo griego apostellō. Apostellō se refiere a enviar a alguien para que cumpla un objetivo. Los lectores de la Biblia están más familiarizados con la forma sustantiva de este verbo, apostolos, transliterada al español como «apóstol». En el Nuevo Testamento, la palabra apostolos no solo se refiere a los apóstoles oficiales, los portavoces designados de manera especial por Jesús, sino que también, en otros contextos, se usa para los «mensajeros» enviados por la iglesia para cumplir con responsabilidades específicas para avanzar la misión de Cristo. Todas estas tareas seguían el patrón de Jesús, «el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe», quien fue enviado por el Padre y vino fielmente a hacer la voluntad de Su Padre en la tierra (He 3:1-2; Jn 6:38; 20:21). Al igual que el Salvador enviado, un misionero también es un «enviado». El ser enviado, por supuesto, requiere un remitente. No existe tal cosa como un misionero que se haya comisionado a sí mismo.

Los futuros misioneros deben ser transformados personalmente y santificados cada vez más por la Palabra de Dios

Entonces, ¿quién envía a los misioneros? El Espíritu de Cristo es el principal remitente de los obreros del evangelio (Hch 8:29; 11:12; 13:4). No obstante, el Nuevo Testamento también establece el patrón de que los misioneros sean afirmados y enviados por iglesias locales (Hch 13:1-3; 15:40). Así como las congregaciones llaman y afirman a sus propios ancianos y diáconos, también sus miembros ponen a prueba y comisionan a aquellos que desean trabajar en las naciones.

Puesto que cada iglesia local determina a quién enviará, ni yo ni nadie más tiene la autoridad de crear un criterio universal para los requisitos de los misioneros. Sin embargo, quisiera sugerir tres características generales que una iglesia local y sus ancianos podrían requerir de aquellos a los que comisionan.

1. Amor por la iglesia.

Uno de mis profesores del seminario dijo una vez: «En segundo lugar, después de la adoración, la iglesia local es el combustible y el objetivo de las misiones». En otras palabras, las iglesias locales saludables son el instrumento y el resultado que se espera de las misiones. Por lo tanto, los candidatos misioneros idóneos son miembros significativos de una iglesia local específica que desean ver congregaciones saludables que se reproducen entre las naciones.

He conocido a cristianos, incluso misioneros, que aman a Cristo y afirman amar a su novia, pero no ponen en práctica este amor al comprometerse a edificar y someterse a una iglesia local. Sin embargo, las instrucciones bíblicas relacionadas con la disciplina eclesiástica (Mt 18:15-20; 1 Co 5:1-12) y las relaciones entre los ancianos y la congregación (Hch 20:28; 1 Ti 5:17-19; He 13:17; 1 P 5:1-5) dan por sentado que la iglesia universal se organizará en asambleas locales con miembros identificables. Dios llama a los cristianos a reunirse y comprometerse unos con otros en las iglesias locales como una forma de proteger y preservar a Su pueblo y a Su Palabra. Por lo tanto, como punto de partida, los futuros misioneros deben ser miembros fieles de su iglesia local.

Más aún, los misioneros deben saber lo que es una iglesia bíblica, qué hace y cuál es el papel central que desempeña en la gran comisión. La convicción de que las iglesias locales son puestos de avanzada del reino de Dios, diseñadas precisamente para avanzar el nombre de Cristo entre las naciones, es crucial para quienes desean llevar adelante esta obra.

Una defensa bíblica completa de las características esenciales de una iglesia local excede el alcance de este artículo, pero los líderes de las iglesias locales pueden ayudar a los aspirantes a misioneros proporcionándoles una definición. Por ejemplo, la afirmación de fe de los ancianos de mi iglesia define a una iglesia local como un grupo de creyentes que «se ponen de acuerdo para escuchar juntos la Palabra de Dios proclamada, participar en la adoración colectiva, practicar las ordenanzas, […] edificar la fe unos de otros a través de los múltiples ministerios del amor, rendirse cuentas mutuamente en la obediencia de la fe a través de la disciplina bíblica y comprometerse con la evangelización local y mundial».

Las misiones son fundamentalmente una labor teológica

Si los aspirantes a misioneros no pueden explicar y defender los elementos básicos de una iglesia según la Escritura, todavía no están listos para plantar o fortalecer iglesias locales en el extranjero.

2. Conocimiento de la Palabra de Dios.

La comunicación explícita de la Palabra de Dios es central para la gran comisión (Mt 28:18-20). Por tanto, los obreros globales del evangelio necesitan raíces profundas en las Escrituras y la capacidad de comunicar la sana doctrina a los demás.

En primer lugar, los futuros misioneros deben ser transformados personalmente y santificados cada vez más por la Palabra de Dios. El amor sacrificial de Cristo formará el contenido central de su mensaje misionero. Los misioneros fieles a este mensaje vivirán de una manera que demuestre una profunda gratitud y dependencia del evangelio de Cristo. El amor por ese evangelio y por Cristo alimentará sus ambiciones misioneras.

Al preparar a los candidatos para el servicio misionero, una de las tareas de la iglesia local es observar un crecimiento continuo en la piedad. Muchas iglesias han enviado a jóvenes con celo por las misiones, pero que carecen de madurez espiritual. Por lo tanto, las iglesias harían bien en hacer algunas preguntas de diagnóstico:

  • ¿La Palabra de Dios ordena sus afectos y conductas?
  • ¿Luchan con el pecado por el poder y las promesas de la Palabra?
  • ¿Sus mentes están enfocadas en las cosas de arriba o pierden tiempo con las redes sociales y las ansiedades mundanas?

Preguntas como estas proveen puntos de información importantes para las iglesias que tienen como objetivo enviar misioneros que estén dedicados a la verdad, cada vez más conformados a la imagen de Cristo y que sean modelos ejemplares para otros.

Los líderes de la Iglesia harían bien en observar pacientemente la fidelidad y los frutos de los miembros que aspiran a ejercer el ministerio transcultural

En segundo lugar, los potenciales misioneros deben conocer la Palabra de Dios lo suficientemente bien como para comunicarla de manera fiel y eficaz a los demás. Las misiones son fundamentalmente una labor teológica. Se requiere que los misioneros proclamen la verdad y enseñen a otros a conocer y seguir a Cristo. La capacidad de explicar fielmente la sana doctrina y el significado de los textos bíblicos no es secundaria en esta tarea. Los errores teológicos, la confusión y el sincretismo surgen fácilmente en lugares donde el evangelio comienza a avanzar. Este peligro debería animar a las iglesias a enviar miembros teológicamente astutos para que establezcan bases sólidas para la iglesia en las regiones del mundo que aún no han sido alcanzadas.

Las iglesias que envían misioneros pueden tratar de discernir los dones de los candidatos para el ministerio de la proclamación haciendo preguntas como estas:

  • ¿Qué tan frecuentemente comparten el evangelio con otros con claridad y valentía?
  • ¿Pueden dar ejemplos de personas que hayan discipulado y cómo se llevaba a cabo ese discipulado?
  • ¿Son capaces y están dispuestos a adquirir fluidez en otro idioma y cultura, con el propósito de comunicar la doctrina cristiana con claridad y credibilidad?
  • ¿Podríamos confiarles la enseñanza en nuestra asamblea del domingo o en nuestras clases de escuela dominical?

3. Aptitud para la tarea.

Muchas voces evangélicas influyentes han apelado a todos y cada uno de los cristianos para que consideren convertirse en misioneros. Lamentablemente, el énfasis en la urgencia a veces eclipsa la importancia de enviar a personas maduras y competentes.

Estemos dispuestos a enviar a las naciones a aquellos que tienen un historial probado de santidad y fidelidad a la Palabra

La Biblia no llama a todos los cristianos a ser misioneros. En cambio, sugiere que ciertos tipos de personas serán buenos misioneros según las habilidades que Dios les haya dado (Ro 12:6). El apóstol Juan nos dice que debemos apoyar a los obreros del evangelio «como estos» o, más literalmente, «a tales hombres» (3 Jn 8). Sería sabio preservar una categoría distinta para aquellos que salen «por amor al nombre» como evangelistas, formadores de discípulos, plantadores de iglesias y maestros (3 Jn 7). Las iglesias pueden tratar de usar la razón y el juicio guiados por el Espíritu para determinar a qué miembros podrían enviar fielmente y para qué roles podrían ser más aptos.

Los líderes de la Iglesia harían bien en observar pacientemente la fidelidad y los frutos de los miembros que aspiran a ejercer el ministerio transcultural. El simple hecho de que alguien desee realizar una tarea no significa que sea competente para ella. El discernimiento vendrá cuando las iglesias aviven las llamas de esos deseos y pongan a prueba el celo de los candidatos guiándolos hacia una preparación robusta. Si perseveran y demuestran su efectividad, las iglesias pueden darles mayores responsabilidades y oportunidades para desarrollarse. Hacer preguntas precisas, llamar la atención a los defectos del carácter, desafiarlos a crecer y observar cómo responden son aspectos importantes de esta preparación.

A fin de cuentas, las naciones necesitan a aquellos que tu iglesia preferiría no perder: las personas que contratarías como personal, recomendarías para cargos en la iglesia o a quienes confiarías un área ministerial importante. No somos administradores sabios si enviamos a personas sin preparación e inmaduras a iglesias inexistentes o incipientes en el extranjero, mientras apilamos nuestro propio personal de la iglesia con personas equipadas y llenas de dones. Estemos dispuestos a enviar a las naciones a aquellos en quienes hemos invertido innumerables horas, a aquellos que hemos visto crecer en la eficacia del ministerio, a aquellos que tienen un historial probado de santidad y fidelidad a la Palabra.

El Rey Jesús transforma las naciones a través de creyentes comunes y corrientes, cada uno con sus debilidades y sus luchas con el pecado. Pero no usemos esto como excusa para enviar a personas mal preparadas y prematuras al frente de esta obra. Si nuestro objetivo en las misiones es proclamar el evangelio, hacer discípulos y reunirlos en iglesias locales saludables, enviaremos a personas que aman la iglesia, conocen la Palabra y son aptas para la tarea.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por María del Carmen Atiaga.
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