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Luchando contra el ídolo de la envidia a través de Números 11

El año pasado, noté una creciente falta de contentamiento con respecto a mi vida. Lo atribuí a las circunstancias: varios de mis buenos amigos se habían mudado, mi papel dentro de nuestra iglesia estaba cambiando rápidamente y, como resultado, me sentí algo perdida. Sin embargo, a medida que pasaron los meses, mi descontento seguía creciendo. Me estaba volviendo cada vez más amargada, aunque no podía haber explicado el por qué.

Solo sabía que se sentía como si estuviera vagando por el desierto. Como los israelitas que me precedieron, recordé con gran anhelo lo que una vez tuve: Si tan solo estuviera de vuelta en mi Egipto. Si tan solo pudiera transportarme a la tierra que mana leche y miel. Si pudiera estar en cualquier lugar menos aquí.

El desierto se caracteriza por la espera: esperar lo que se ha prometido, esperar una palabra de parte de Dios, esperar a que se muevan las columnas de nube y de fuego. Pero en esta espera, Dios comenzó a usar mis emociones —amargura, resentimiento, confusión— para revelar la raíz de mi descontento.

Comencé a notar que, de forma específica, mi descontento se manifestaba cada vez que alguien hacía mención de una reunión social a la que ellos habían sido invitados o una amistad que estaban desarrollando. 

Mi malestar prolongado era realmente envidia del sentido de pertenencia que otros parecían estar experimentando, mientras yo me sentía excluida

Finalmente, aparentemente de la nada, el pensamiento me golpeó: envidia. Mi malestar prolongado era realmente envidia del sentido de pertenencia que otros parecían estar experimentando, mientras yo me sentía excluida. Durante esos meses de desavenencia, busqué paz en los lugares equivocados.

En esta batalla en contra de la envidia, Números 11 se convirtió en un pasaje crucial, porque muestra dos respuestas contrastantes a nuestras necesidades y deseos: la de los israelitas versus la de Moisés.

Las tumbas de la codicia: la respuesta de los israelitas

Al comienzo de Números 11, el campamento israelita está lleno de gente descontenta. Han andado por el desierto durante dos largos años, y están pensando en sus “adversidades” (Nm. 11:1). En su frustración, se quejan unos a otros: “¿Quién nos dará carne para comer? Pero ahora no tenemos apetito. Nada hay para nuestros ojos excepto este maná” (Nm. 11:4, 6). Sus palabras están llenas de ingratitud, olvido, y arrogancia.

Tienen un deseo legítimo: no hay nada intrínsecamente malo en su deseo específico de carne. Lo que está mal es dónde van con sus deseos. Los israelitas se vuelven contra Moisés y unos contra otros, haciéndose eco y alimentando las quejas de los demás. Ni siquiera consideran recurrir a Dios, quien los ha sacado de Egipto y les ha provisto en cada paso del camino.

Airado por sus quejas, el Señor los disciplina y eventualmente nombran su ubicación Kibrot Hataava, que significa “tumbas de la codicia” (Nm. 11:34). En su deseo legítimo, han caminado lejos de Dios directamente a una tumba.

En mi anhelo, había llegado a creer que Dios estaba reteniendo cosas de mí

En cuanto a mi propia envidia, vi las maneras en que mi corazón y mis acciones reflejaban la de los israelitas. Mi anhelo era correcto y bueno. Después de todo, la amistad y la comunidad son buenos regalos de Dios. Pero en mi anhelo, había llegado a creer que Dios estaba reteniendo cosas de mí. Yo había decidido cómo debía ser mi vida, y en lugar de confiar en Él para satisfacer mis necesidades, entré en pánico y traté de hacer que las cosas sucedieran por mí misma.

Había buscado mi propia sabiduría para rectificar la situación. Llena de arrogancia, culpé a los demás y me resentí con ellos. Cuando mis circunstancias cambiaron, me aferré a las relaciones como mi salvador. Cuando estas también parecían cambiar, mi miedo se transformó en un deseo exigente y engreído. Eché ese deseo sobre la gente, esperando que lo llenaran, y solo encontré decepción cuando no lo llenaron lo suficiente.

Mirando hacia arriba: la respuesta de Moisés

Moisés modela una manera diferente de responder a nuestras necesidades y deseos. Él experimenta lo mismo que los israelitas en el desierto: la incertidumbre, la espera, y el anhelo de un hogar. Seguramente su estómago también gruñe por algo más que maná. Pero cuando Moisés tiene una necesidad, no se queja ni busca respuestas de los demás; él se vuelve al Señor.

[Moisés] recuerda lo que los israelitas han olvidado: Dios es el fiel proveedor

Cuando el contagio de las quejas se esparce a través del campamento, Moisés se desalienta, e inmediatamente se lo dice al Señor: “Yo solo no puedo llevar a todo este pueblo, porque es mucha carga para mí” (Nm. 11:14). Él pide alivio, e incluso parece quejarse ante el Señor. Sin embargo, la Escritura no ve ningún problema con esto, porque él se ha vuelto hacia el Señor en lugar de alejarse, trayendo una necesidad legítima. Él recuerda lo que los israelitas han olvidado: Dios es el fiel proveedor.

Al confesar mi envidia a Dios, una luz iluminó las partes oscuras y escondidas de mi corazón, limpiando la putrefacción, y reemplazándolas con perdón y esperanza. En la medida en que mi perspectiva sobre las relaciones cambió, entendí cómo la gracia de Dios me había estado guiando a través del desierto todo el tiempo. Él conocía todo lo que estaba en mi corazón, pero me lo estaba revelando lentamente para no destrozarme. Qué paciente y cuidadoso es Él. Qué bueno es.

Pensé cuán vivificante es cuando mi corazón está correctamente alineado. El gozo se encuentra en dirigirme hacia la dirección correcta después de tanta confusión. Traté de volverme hacia mí y a los demás para arreglar lo que sentía que estaba mal en mí. Este vínculo me había alejado de mi legítimo Rey y me había hecho actuar en formas destructivas.

Confiar en Dios a menudo significa esperar a que Él se mueva, actúe, y revele, en vez de recurrir a nuestras propias soluciones religiosas

Confiar en Dios a menudo significa esperar a que Él actúe y revele, en vez de recurrir a nuestras propias soluciones religiosas. Esto es lo que significa crucificar la carne. En la espera y en la quietud de Dios, la tentación nos miente acerca de su bondad y provisión. Sepan esto: la vida cristiana es una de miseria y desesperación si no creemos que tenemos un Dios que provee, no solo para nuestro rescate de la separación eterna de Él, sino para nuestra vida cotidiana cuando estamos bajo confusión, inseguridad, o tentación.

Dirigiéndonos hacia la vida

Cuando nosotros también estamos atrapados en el desierto, es importante hacia dónde nos dirigimos. Podemos volvernos unos hacia otros o encerrarnos en nosotros mismos con nuestra amargura, solo para encontrarnos en las tumbas de la codicia. O podemos volvernos hacia Aquel que está listo para escuchar y proveer.

Él está cerca. Él es la vida. Y, como con Moisés, Él está preparado para responder incluso antes de que terminemos de derramar nuestro corazón hacia Él.

Vuélvete a Él. Díselo. Y confía en Él.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Jenny Midence-García.
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