Déjame comenzar con mis advertencias.
Sí, he predicado un buen número de largos sermones (hablaré más sobre eso en un momento). No hago muchas homilías de 15 minutos. Mis últimos cuatro sermones en el sitio web de Christ Covenant (hasta este lunes pasado) fueron de 43 minutos, 46 minutos, 46 minutos, y 36 minutos. Le apunto a 40 minutos, pero apuesto a que mi promedio se acerca más a 45 (como sugiere esta pequeña muestra). Entonces mi propia congregación puede leer esta publicación y decir: “¡Médico, cúrate a ti mismo!”.
Además, me doy cuenta que, en algunos contextos, reducir cinco minutos llevaría el sermón de 25 minutos a 20, o de 18 minutos a 13. Eso me parece una comida demasiado liviana para alimentar a la gente de Dios con una dieta saludable de verdad bíblica. Como bromeó John Stott: “Sermoncitos producen cristianitos”.
También entiendo que la duración “adecuada” de un sermón está condicionada por la cultura. En algunas iglesias puede tomar años acostumbrarlas a 30 minutos, mientras que otras tienen mucha práctica con servicios de dos horas y mensajes de 60 minutos. No estoy estableciendo una ley rígida.
Habiendo dicho todo eso, me siento cómodo al afirmar que la mayoría de los predicadores en nuestros círculos conservadores y reformados podrían reducir de manera segura la duración de su sermón en cinco o diez minutos (o más) y ser más efectivos debido a ello.
Una predicación buena no es lo mismo que una predicación larga.
Cuando me invitaron a predicar en una iglesia hace varios años, le pregunté al pastor principal por cuánto tiempo debería predicar. Él respondió: “Cinco minutos menos de lo que crees”. Él no estaba tratando de ser malo. Su consejo era irónico. Pero también serio, en parte. Continuó diciendo que raramente había escuchado un sermón que no podría haber sido mejor al recortarle cinco minutos.
Eso me hizo pensar: ¿realmente mis sermones tienen que ser de 50 o 55 minutos? Cuando miro hacia atrás a los sermones antiguos, casi siempre me sorprende lo mucho que intenté meter en el sermón. Esa siempre ha sido una debilidad mía. Intento darle a la gente un elefante de comida. No es necesario. Lo bueno de predicar durante muchos años a la misma gente es que eventualmente llegarás a decir las cosas importantes que necesitan decirse. No es necesario hablar en un solo sermón sobre la ira y la membresía y el principio regulativo y la gloria de Dios y la expiación, incluso si el pasaje se aplica a todo eso.
Honramos la buena predicación en nuestros círculos. Y deberíamos. La predicación es el alma de la iglesia. No hay mayor vocación que anunciar las riquezas de Cristo. Pero una predicación buena no es lo mismo que una predicación larga. Nos encanta escuchar sobre los predicadores puritanos que le daban la vuelta al reloj de arena y se ponían cómodos para una segunda hora de sermones. Muchos de nuestros héroes de las épocas pasadas predicaron mensajes largos, densos, y maravillosos. ¡Lo que olvidamos es que esas congregaciones a menudo también se quejaban de esos sermones! Los holandeses reformados en las colonias intentaron (por lo general en vano) restringir al predicador a solo una hora en el púlpito.
Más importante aún, pasamos por alto el hecho de que las congregaciones de hoy tienen libros, podcasts, grupos pequeños, clases de escuela dominical, estudios de libros, y una gran cantidad de oportunidades para recibir instrucción sobre la Palabra. Los puritanos le predicaban a muchas personas que no podían leer y que recibían toda su enseñanza bíblica de los servicios dominicales (o catequesis pastoral). Por lo tanto, un sermón de 30 minutos no es necesariamente rendirse a los períodos cortos de atención. Vivimos en un tiempo diferente, con diferentes maneras de recibir buena enseñanza de la Biblia.
No tengo que hablar por 60 minutos para predicar un sermón exegéticamente responsable, teológicamente rico, personalmente relevante, y doxológicamente poderoso.
Por supuesto, no hay una regla absoluta para nada de esto. Como dije, al principio de mi ministerio, me acercaba a una hora de predicación. Ahora estoy alrededor de 45 minutos, con el objetivo de un poco menos. Creo que mi predicación, como resultado, es mejor. No se trata de tomar atajos en nuestro estudio. Casi todos los pastores pueden decir que predicar durante 35 minutos es más difícil que predicar durante 50. Al igual que por escrito, se necesita más trabajo para ser conciso. Los sermones por los que normalmente me siento peor son los que duraron demasiado. Y normalmente duraron demasiado porque no hice el trabajo necesario antes de tiempo para concentrarme, cortar repeticiones innecesarias, y deshacerme de divagaciones.
La dura realidad es que no creo ser lo suficientemente bueno para dar sermones de 60 minutos cada semana. La realidad liberadora, sin embargo, es que no tengo que hablar por 60 minutos para predicar un sermón exegéticamente responsable, teológicamente rico, personalmente relevante, y doxológicamente poderoso.
Aquí está la conclusión: no hay necesidad de predicar durante 1 hora cuando 40 minutos harán la labor. La verdad es que la mayoría de la gente estará contenta por un sermón más corto. Los padres con niños ciertamente lo estarán. Tu esposa también podría estarlo. Y los trabajadores de la guardería se levantarán y te llamarán bienaventurado.