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Una de las razones fundamentales por las que el Espíritu Santo guió a sus ministros a definir el canon sagrado de la cristiandad fue por los embates feroces de las fuerzas enemigas del cristianismo. Estas fuerzas comenzaron a producir otros escritos, y lo hicieron tomando (plagiando) el nombre de algún apóstol o líder de los tiempos apostólicos (igual en el caso de algunos deuterocanónicos y libros apócrifos judíos), con el propósito de introducir confusión. Varios de los apócrifos del Antiguo Testamento parecen haber sido producidos con propósitos distintos a los apócrifos del Nuevo Testamento, pero con el tiempo, Satanás los utilizó para tratar de distorsionar la verdad.

Los libros deuterocanónicos corresponden a una serie de escritos de origen dudoso que fueron rechazados por muchas de los primeros pastores y teólogos de los primeros siglos. Hay que distinguir entre deuterocanónicos y apócrifos, puesto que los protestantes y católicos tienen concepciones y nomenclaturas diferentes al respecto.

  • Para los católicos: varios de los libros del Antiguo Testamento que los protestantes llaman apócrifos, ellos llaman deuterocanónicos.
  • Para los protestantes: llamamos apócrifos a los libros que tienen ciertas semejanzas con los libros inspirados, pero que nunca fueron recibidos en el canon.

Como nota adicional, los católicos romanos llaman apócrifos a los que nosotros designamos como pseudoepígrafes.

Los libros apócrifos judíos fueron escritos entre el año 200 a. C. y el 100 d. C., mientras que los apócrifos escritos después de Cristo, y que atacan el cristianismo, fueron escritos entre finales del siglo I y el siglo VII d.C.

Deuterocanónicos según la Iglesia católica

Según la concepción católica, los libros deuterocanónicos son siete en el Antiguo Testamento, y siete también en el Nuevo Testamento (incluyendo algunas porciones de algún libro canónico).

En el Antiguo Testamento:

Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 Macabeos. Y los siete últimos capítulos de Ester: 10:4-16:24, según la Vulgata; así como los capítulos de Daniel 3:24-90; 13; 14.

En el Nuevo Testamento:

Epístola a los Hebreos, epístola de Santiago, segunda epístola de San Pedro, segunda y tercera epístolas de San Juan, epístola de San Judas y Apocalipsis. También es bastante frecuente considerar como deuterocanónicos los fragmentos siguientes de los Evangelios: Marcos 16:9-20; Lucas 22:43-44; Juan 7:53-8:11. Sin embargo, las dudas acerca de estos textos han surgido solo en nuestros días entre los críticos, por el hecho de que dichos pasajes faltan en algunos códices y versiones antiguas.[1]

En vista de las dificultades de unanimidad entre los católico romanos referentes a la aceptación de los libros apócrifos (sus deuterocanónicos), persistentes aun en el siglo XVI, Sixto de Siena inventa una nueva designación para tratar de justificar y “aunar” sus persistentes diferencias. Así surgen las designaciones de protocanónicos y deuterocanónicos. Mire a continuación lo que finalmente se consensuó en ese entonces:

La distinción de los Libros Sagrados en protocanónicos y deuterocanónicos trae a la mente el recuerdo de controversias que surgieron en la antigüedad a propósito de la canonicidad de ciertos libros de la Biblia. Pero con ella no se intenta establecer una distinción del valor canónico y normativo, ni desde el punto de vista de la dignidad, entre los protocanónicos y los deuterocanónicos. Bajo este aspecto, todos los Libros Sagrados contenidos en la Biblia tienen el mismo valor y dignidad, pues todos tienen igualmente a Dios por autor. La distinción es legítima solo desde el punto de vista histórico, del tiempo, en cuanto que los libros deuterocanónicos fueron recibidos en el canon de las Sagradas Escrituras solo más tarde a causa de ciertas dudas surgidas a propósito de su origen divino.

Los escritores eclesiásticos griegos suelen designar los libros protocanónicos con el término homologoúmenoi, o sea libros “universalmente aceptados”, y los deuterocanónicos con las palabras antilegómenoi, es decir, libros “discutidos”, o también con amfiballómenoi, a saber, libros “dudosos”.[2] Sin embargo, en el siglo XVI fue Sixto de Siena (+1596) el primero que empleó los términos protocanónicos para designar los libros que ya desde un principio fueron recibidos en el canon, pues todos los consideraban como canónicos, y deuterocanónicos, para significar aquellos libros que, si bien gozaban de la misma dignidad y autoridad, solo en tiempo posterior fueron recibidos en el canon de las Sagradas Escrituras, porque su origen divino fue puesto en tela de juicio por muchos.[3] Así que fue en el concilio de Trento (1546 d. C.) donde por primera vez se oficializaron los apócrifos (deuterocanónicos para los católicos) en el mundo católico romano. Cabe mencionar que dicha canonicidad oficializada fue en respuesta a la petición de Lutero de pruebas bíblicas sobre algunas doctrinas extrañas que enseñaban los católicos (por ej., la salvación por obras y las misas a los muertos, que se presentan en 2 Macabeos 12:45, 46; Tobías 12:9).[4]

Esos libros que los católicos canonizaron en el siglo XVI, es decir, los apócrifos en el Antiguo Testamento, son exactamente los que siguen siendo rechazados por las iglesias evangélicas (protestantes) hoy.


[1] De Tuya y Salguero, LOS LIBROS CANÓNICOS.

[2]   Eusebio, Histo. Eccl. 3,25,4; San Cirilo de Jerusalén, Catech. 4,33. Citado en LOS LIBROS CANÓNICOS.

[3]   Bibliotheca Sancta ex praecipuis catholicae Ecclesiae auctoribus collecta (Nápoles 1742) vol. 1, 2s. Citado en LOS LIBROS CANÓNICOS.

[4]   Apologética. Pág. 189.


Imagen: Lightstock.
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