×
Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Hijos de consolación: Lo que el ministerio de Bernabé nos enseña sobre el liderazgo y la vida cristiana (B&H Español, 2025), por Nathan Díaz.

¿Qué es lo primero que pensamos sobre alguien que nos ha dañado, ofendido o ha pecado de alguna forma no solo contra nosotros, sino en general en el pasado? La actitud natural es asumir lo peor, aun cuando esa persona diga estar arrepentida y haber experimentado la gracia y el perdón de Dios.

Nuestra actitud comúnmente es de escepticismo, rechazo y desprecio. Esto fue exactamente lo que sucedió con Saulo de Tarso, quien llegaría a ser conocido como el apóstol Pablo.

¿Confiarías en Saulo de Tarso?

En su camino hacia Damasco, Saulo intentaba encarcelar y oprimir a más cristianos y, de esa manera, expresar su celo por Dios, despreciando el mensaje de un Mesías crucificado.

Pero su viaje fue interrumpido por la aparición de Jesús resucitado, quien se identificó con Su amada iglesia al decir: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch 9:4). Este encuentro con Jesús transformó su vida y su cosmovisión para siempre. A partir de ese momento, lo que él antes odiaba, ahora lo amaba. Lo que despreciaba se convirtió en su tesoro.

Naturalmente, después de pasar unos días con Ananías, quien requirió de un mensajero de Dios para saber que podía recibir a Saulo sin temor, Saulo quería conocer y reunirse con los líderes de la primera iglesia, con los mismos apóstoles. Aquí es donde encontramos la típica respuesta de duda, escepticismo y hasta desprecio de parte de la iglesia para un pecador arrepentido y genuinamente transformado.

Podemos decir que nosotros tendríamos una actitud diferente, pero debemos recordar que la fama de este hombre era por causa de su pasión por perseguir y encerrar a cristianos. Saulo fue quien contempló y apoyó el martirio de Esteban al guardar las túnicas de los que lo apedreaban.

Pongámonos en el lugar de los apóstoles por un momento. El hombre que participó en el asesinato de uno de nuestros queridos amigos, un varón de Dios, y probablemente también tuviera parte en el encarcelamiento y asesinato de muchos otros conocidos, ahora quiere visitar nuestra iglesia. Leemos en Hechos 9:26: «Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le temían, no creyendo que era discípulo».

Nosotros también habríamos cuestionado si Saulo era un discípulo genuino o si solo había cambiado de estrategia para perseguir a los cristianos al hacerse pasar por uno de ellos y entonces poder delatarlos y encerrarlos más fácilmente.

Me imagino las conversaciones entre los miembros de la iglesia de Jerusalén diciendo que no valía la pena el riesgo que representaba abrirle las puertas al peor enemigo de la iglesia hasta ese punto de la historia.

Aquí es donde entra el maravilloso ministerio de Bernabé como hijo de consolación:

Pero Bernabé lo tomó y lo presentó a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto al Señor en el camino, y que Él le había hablado, y cómo en Damasco había hablado con valor en el nombre de Jesús. Y estaba con ellos moviéndose libremente en Jerusalén, hablando con valor en el nombre del Señor (Hch 9:27-28).

Bernabé es el único que Lucas registra específicamente como alguien que está dispuesto a arriesgar su propia reputación con los apóstoles para respaldar a Saulo. «Pero Bernabé…». ¿No es increíble que siempre que parece haber un obstáculo al plan que Dios está desarrollando para ser glorificado hay un «pero…»?

Debemos buscar maneras de reflejar la gracia que hemos recibido de Dios en cada oportunidad que tengamos

Existían muchas razones lógicas para rechazar y despreciar a Saulo. En primer lugar, Esteban era muy cercano e íntimo amigo de todos los apóstoles. Saulo es un hombre que participó activamente en su martirio. Saulo cuidó la ropa de los que estaban matándolo al arrojar piedra tras piedra. Saulo es el hombre que encerró a cristiano tras cristiano, probablemente amigos y familiares de los que ahora él busca para tener comunión con ellos. Los pecados de Saulo eran graves. No eran cosas menores. Este es un hombre que ha causado mucho dolor y tristeza a la iglesia.

«Pero Bernabé (o cualquier nombre)» es la frase que queremos escuchar cuando alguien tiene el valor de abogar por el que está siendo despreciado.

La importancia de dar el beneficio de la duda

En el libro de Hechos vemos que en cada historia en la que Bernabé está involucrado siempre está abogando por alguien más. Siempre está diciendo «denle otra oportunidad». ¿Hay razones para dudar de otros? Siempre. Pero la gracia no se basa en lo que merecemos, sino en lo que Dios nos ofrece y ya ha hecho por nosotros.

Entonces debemos buscar maneras de reflejar la gracia que hemos recibido de Dios en cada oportunidad que tengamos. Una de las maneras más obvias de reflejar la gracia es cuando alguien nos ha dado razones para dudar de ellos y aun así les damos nuestro voto de confianza. Por supuesto, estamos hablando de diferentes niveles de confianza y una progresión en esa confianza que se va confirmando con el tiempo.

Pero tenemos que estar conscientes de que todos van a fallar y van a desilusionarnos en algún momento. Al ir conociendo a alguien, tarde o temprano nos sentiremos decepcionados. Esto lo experimentamos en el matrimonio y también lo vivimos en todas nuestras relaciones de iglesia y ministeriales.

El problema con el que nos encontramos una y otra vez es que cuando alguien hace algo que nos molesta, o cuando simplemente tienen una personalidad diferente a la nuestra, es fácil que nuestra percepción de la persona se nuble y se vuelva muy subjetiva.

De pronto, cualquier detalle, cualquier actitud, se vuelve un problema más grande y serio de lo que realmente es. Tenemos un verdadero reto delante de nosotros. ¿Cómo trato con amor y gracia a alguien que me incomoda y con quien no disfruto estar, sin ser un hipócrita? ¿Debo simplemente aparentar amabilidad aunque no sienta un aprecio genuino? He visto esto en la iglesia una y otra vez a lo largo de los años.

Todos conocemos personas con las que nos cuesta trabajo tener una amistad real. Entonces, nuestra tendencia es fingir que nos agrada y que no tenemos problema, o simplemente ser transparentes y evadir esas relaciones. Ambas actitudes son fáciles de justificar. Si somos hipócritas, por lo menos estamos tratando de hacer lo correcto externamente, aunque en el interior nos cueste. Si somos groseros o indiferentes, por lo menos estamos siendo honestos sobre nuestros sentimientos. Pero ambas actitudes están mal.

Ninguna de estas actitudes son un reflejo consistente del evangelio. Necesitamos arrepentirnos de ambas. Bernabé es un ejemplo de cómo la gracia genuina lo llevó a ser intencional en construir y fortalecer relaciones ministeriales. Para dar el beneficio de la duda en lugar de llenarnos de escepticismo, necesitamos cambiar nuestras actitudes, que son una consecuencia de nuestra tendencia natural a dudar y a desconfiar de nuestros hermanos.


Adquiere el libro: Físico | Kindle

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando