Génesis 22 – 24 y Mateo 15 – 16
“Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham, y le dijo: ¡Abraham! Y él respondió: Heme aquí. Y Dios dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” Génesis 22:1-2.
En varias oportunidades en que he tenido el privilegio de dictar clases me he puesto a filosofar sobre el valor de los temidos exámenes. Creo que la razón más evidente para su existencia es probar la capacidad de retención del alumno de la materia enseñada. Mucho se ha discutido sobre las pruebas memorísticas que no demuestran habilidades, o sobre la ineficacia de los tests para medir el dominio total de la materia. Sin embargo, también estoy convencido que una prueba inteligente y bien propuesta puede proveer al alumno y al profesor material de evaluación que mida tanto la enseñanza como el aprendizaje.
Nuestro Señor es un maestro por excelencia. Sus clases se imparten en la vida diaria y el conocimiento se vuelve sabiduría cuando la verdad enseñada se transforma en historia y testimonio personal. Por eso, las pruebas de Dios tendrán como principal objetivo el fortalecer nuestro carácter y dar luz y profundidad a nuestras decisiones. Abraham tuvo que someterse también a algunos rigurosos exámenes. La prueba que tenemos en el encabezado podríamos llamarlo “El examen final”. ¿Qué es lo que esta evaluación quería probar? Hasta el momento Abraham había sido bendecido por el Señor más de lo que podía imaginar.
De ser un beduino inmigrante se había convertido en un patriarca lleno de riqueza, con un heredero de su propia sangre que colmaba todas sus expectativas. La pregunta es, ¿seguiría siendo leal a Dios si estuviesen en juego sus tesoros terrenales? ¿Qué pasa si la orden de Dios escapa a los presupuestos racionales de Abraham? ¿Estaría él dispuesto a obedecer? ¿Se rebelaría? Mientras escribo esto pienso en por qué Dios tuvo que poner una prueba tan dura y tan difícil de comprender. Creo que la respuesta está en la incapacidad del hombre de entender todos los caminos del Señor. Si deseamos andar con Él, debemos estar dispuestos a reconocer que en su grandeza siempre habrán asuntos que nos serán absolutamente incomprensibles, caminos en donde transitaremos sin más dirección que su sola voz. Este tipo de prueba es necesaria para aprender a depender de El en todo momento y bajo cualquier circunstancia.
La orden de Dios es dramática pero no emotiva. No le dijo con voz tronante que sacrificara a su hijo inmediatamente, sino que lo llevara a un lugar distante (a tres días de camino) y que se proveyera de todo lo necesario para realizar el sacrificio. Justamente, es la obediencia paso a paso la que demuestra nuestra integridad, y no los actos suicidas tipo “kamikaze”. El señor no espera que nuestra vida esté llena de “anécdotas” que demuestren nuestra obediencia, sino de una vida obediente en infinidad de detalles y en toda gama de circunstancias. El sacrificio humano no le era desconocido a Abraham. Los pueblos de la antigüedad ofrendaban sus hijos para calmar la ira de sus dioses o pedir algún tipo de beneficio. Abraham lo tenía todo y gozaba de la bendición de Dios… ¿Por qué entonces este sacrificio? Seguramente Abraham no pudo contarle a Sara, a Isaac o a sus siervos la orden de Dios. Esto traería un fuerte recelo y rechazo hacia la naturaleza moral del Dios de Abraham.
Sin embargo, él estuvo dispuesto a obedecer a su Dios aun sin la aprobación de los suyos. Más de una vez he escuchado comentar la terrible pero inocente pregunta del joven Isaac: “… ¡Padre!… Aquí tenemos el fuego y la leña… pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (Gn. 22:7). Hay preguntas que hacen que nos duela hasta el alma, y esta es una de ellas. Abraham debía responder con amor y con verdad a su hijo único y amado: “Y Abraham respondió: Dios proveerá para sí el cordero para el holocausto, hijo mío. Y los dos iban juntos” (v.8). La palabra “proveer” significa literalmente “hacer ver”, y esto es lo que Abraham le da a entender a Isaac: Dios está al tanto y El ha establecido las maneras, Él “verá” lo que hace. Así siguieron caminando hasta el escenario que Dios había previsto. Abraham con solicitud hizo todo lo que tenía que hacer, no como un actor que desempeña su papel, sino como un hombre obediente que está dispuesto a creer en Dios hasta las últimas consecuencias.
Mientras preparaba el sacrificio, este hombre se iba despojando de sus amarras terrenales y se iba entregando a la eternidad de Dios. ¿Cuántas cosas nos esclavizan a este mundo? ¿Cuántos bienes son como lastres que nos impiden alcanzar las alturas de la comunión con Dios? Solo cuando renunciamos a ellos podremos realmente disfrutarlos plenamente. En el momento culminante el Señor dio por terminada la prueba: “Entonces Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo. Mas el ángel del SEÑOR lo llamó desde el cielo y dijo:¡Abraham, Abraham! Y él respondió: Heme aquí. Y el ángel dijo: No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único (Gn. 22:10-12). El mismo Señor proveyó un sustituto para efectuar el sacrificio, y la fe de Abraham recién probada salió aprobada. “Solo se puede disfrutar plenamente aquello que se está dispuesto a entregar” parece ser la norma que Dios impone a los hombres. Y esto es una absoluta verdad cuando aceptamos que ninguno de nosotros está en esta tierra para siempre, y que las cosas que decimos poseer son solamente prestadas por un breve período de tiempo.
Somos peregrinos, estamos de paso, y mal haríamos en aferrarnos a cosas, personas o situaciones que tarde o temprano tendremos que dejar en el camino. Jesucristo también sometió a esta misma prueba a sus discípulos más cercanos. Acababa de anunciar su obra en favor de los hombres a través de su muerte y resurrección, y no se dejaron esperar los comentarios. Pedro lo llamó a un lado y le dijo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso nunca te acontecerá!” (Mt. 16:22b). La reacción más humana y más “sensata” es de alejarse del dolor y de lo desconocido, en busca de lo más conveniente o lo que nos provea la mayor cantidad de beneficios o placer. Sin embargo, la reacción de Jesús nos demuestra que los intereses de Dios no son los mismos que los de los hombres: “Pero volviéndose El, dijo a Pedro:¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt. 16:23).
Allí está el verdadero dilema: ¿Estamos dispuestos a poner a Dios y nuestra obediencia a Él en primer lugar, o nosotros y nuestros propios intereses en primer lugar? Mas allá de nuestra religiosidad o “amor” a Dios, la respuesta a esta pregunta es decisoria para verificar nuestra filiación cristiana. Hay por el mundo mucho cristianismo barato revestido de adoración a Dios y reverencia a Jesús, pero lleno de intereses y mandamientos humanos que Jesucristo ya deploró hace dos mil años cuando dijo:
“’ESTE PUEBLO CON LOS LABIOS ME HONRA, PERO SU CORAZON ESTA MUY LEJOS DE MI’. MAS EN VANO ME RINDEN CULTO, ENSEÑANDO COMO DOCTRINAS PRECEPTOS DE HOMBRES” (Mt. 15.8-9).
Jesús estableció una clave general que garantiza el éxito en cualquier prueba. Él dijo: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma” (Mt.16:24-26). Negarse a uno mismo no tiene una intención asceta, monástica u oscura.
Su verdadera intención es dejar de ver la vida en un punto de vista auto-centrado y egoísta para empezar a verlo bajo el punto de vista de Dios. Si me preguntas, ¿por qué esto tiene que ser lo mejor para mí? Porque estás dejando de someter tus asuntos a tu intuición para doblegarlos ante la enorme sabiduría de Dios quien te ama y desea lo mejor para ti.