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Este breve estudio aborda la obra del Espíritu Santo según Romanos 8, un pasaje sobresaliente en las Escrituras por su uso frecuente de la palabra pneuma (22 ocasiones), que significa Espíritu, y en donde encontramos características y efectos de su presencia en la vida del creyente.

Un análisis sencillo del contexto, la estructura, y los idiomas originales nos permitirá conocer mejor las facetas del obrar del Espíritu, lo que enriquecerá nuestro conocimiento para estar más conscientes de su presencia en nosotros.

El Espíritu nos libra de condenación (8:1, 2)

El capítulo ocho de Romanos representa un nuevo segmento de la carta, el cual se desarrolla sobre la base del capítulo anterior: los que están en Cristo Jesús son libres de la condenación divina pronunciada por la ley de Dios.

Así como la muerte entró al mundo por un hombre, Adán, así también la gracia y el don de Dios abundan para muchos por medio de Jesucristo (5:12, 15). Es por eso que el capítulo anterior concluye con una acción de gracias por Jesucristo y su obra redentora (7:25). Y el capítulo ocho inicia así: “Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (v. 1).

La frase en griego, Οὐδὲν ἄρα νῦν κατάκριμα, presenta una afirmación en forma enfática: “ninguna condenación”. Esta verdad completa el preámbulo a la obra del Espíritu expuesta en el siguiente versículo: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte” (8:2).

Algunos comentaristas opinan que la “ley del pecado” a la que Pablo se refiere es la ley mosaica. Sin embargo, anteriormente Pablo usa la misma expresión, “ley del pecado” (7:23), en referencia a la autoridad o poder del pecado y es probable que tenga el mismo sentido aquí.

Por otro lado, la expresión “ley del Espíritu” ha presentado un reto importante de interpretación para los eruditos. Según Moo, la “ley del Espíritu” denota la autoridad o el poder ejercido por el Espíritu Santo,[1] una interpretación reconocida por otros comentaristas. Si aceptamos esta postura, entonces entendemos que la obra liberadora del Espíritu se lleva a cabo por medio de Cristo, consiguiendo así lo que la ley no podía lograr porque las personas a quienes se les impartió la ley estaban en la esfera de la carne.

Los creyentes disfrutamos de una herencia segura en los cielos y una nueva vida caracterizada por la presencia del Espíritu Santo

Moo nuevamente hace un apunte exegético interesante sobre el juego de palabras con el término carne, opacado en las traducciones: “El poder de la ley quedó debilitado ‘por la carne’ y, sin embargo, Dios también ‘condenó el pecado en la carne’. Consiguió su victoria sobre el pecado en la misma esfera en la que parecía gobernar de manera incuestionable, a saber, en la ‘carne’”.[2]

La libertad del pecado y la condenación tiene amplias implicaciones para el creyente. Ya no vivimos bajo el yugo de opresión que nos mantenía alejados de Dios en esta vida y en la venidera. Ahora disfrutamos de una herencia segura en los cielos y una nueva vida caracterizada por la presencia del Espíritu Santo, quien nos ayuda en nuestra ruta hacia la santidad. Y este es el tema de nuestro siguiente punto.

El Espíritu Santo nos ayuda en la vida cristiana (8:4, 26-27)

Según el texto, el Espíritu Santo nos ayuda en dos aspectos. Primero, nos ayuda a cumplir la ley de Dios (v. 4). En el capítulo tres de la carta, Pablo dedica un segmento para exponer la justificación por fe, no por la ley: “Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él… Todos son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús” (3:20, 24). Sin embargo, el hecho de que la ley no sea el medio de justificación tampoco significa que debemos anularla (3:31).

Cristo nos libró de la condenación de la ley, haciendo que esta ya no sea un instrumento para muerte, sino que cumpliese su propósito divino inicial: que andemos en ella, ya que sus mandamientos son para vida (7:10). Este andar en los estatutos de Dios solo es posible si vivimos conforme al Espíritu, pues los que están en la carne no pueden agradar a Dios (8:8). Tal como expresa el comentarista bíblico Cranfield:

“La exigencia de la ley se cumplirá por la determinación de la dirección, el curso de nuestra vida por el Espíritu, y por nuestra posibilidad de decidir a favor del Espíritu y en contra de la carne vez tras vez, de volver las espaldas más y más a nuestro propio egoísmo insaciable, y de volver nuestro rostro más y más hacia la libertad que nos ha concedido el Espíritu de Dios”.[3]

Segundo, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad: “De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (8:26).

Así como la esperanza nos sostiene en medio del sufrimiento, el Espíritu nos sostiene en nuestra debilidad

Algunos comentaristas observan una relación estrecha entre la expresión “De la misma manera”, con los gemidos de la creación (8:22) y de los creyentes (8:23) mencionados versos atrás.[4] Sin embargo, pareciera tener mayor sentido si lo observamos a la luz del verso anterior: “Porque en esperanza hemos sido salvados, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (8:24-25). Así como la esperanza nos sostiene en medio del sufrimiento, el Espíritu nos sostiene en nuestra debilidad.[5] Y este es precisamente uno de sus títulos: uno que ayuda, que consuela, que anima y media por nosotros (παράκλητος, Jn. 14:26).

Cuando Pablo habla de “nuestra debilidad” se refiere a la limitación humana debido a nuestra condición en la carne, la cual se evidencia de alguna manera en que no sabemos (incluyéndose el apóstol mismo) si estamos pidiendo como conviene, es decir, según la voluntad de Dios. Ahora bien, eso no significa que el creyente no sepa cómo orar, pues en las Escrituras tenemos enseñanzas específicas al respecto. De hecho, esa fue la petición de los discípulos a Jesús: “Enséñanos a orar” (Lc. 11:1); y él respondió con la reconocida oración: “Padre nuestro…” (Lc. 11:2-4). Ante este asunto, surge un cuestionamiento interesante: ¿qué sentido tiene entonces que el cristiano ore? Hendriksen responde resumida y acertadamente:

“Si alguien objetara: ‘Entonces ¿por qué no permitir que el Espíritu se ocupe totalmente de la oración? ¿Por qué hemos de orar nosotros?’, la respuesta sería: (a) el hijo de Dios necesita y desea derramar su corazón ante Dios en oración y acción de gracias; (b) el Espíritu Santo ora solamente en los corazones de los que oran; (c) Dios ha mandado a su pueblo que ore y ha prometido acceder a todas aquellas peticiones que estén en consonancia con su voluntad; y (d) deben haber muchas oraciones que no necesitan ser contrarrestadas por el Espíritu”.[6]

El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, intercediendo por nosotros con gemidos indecibles. Es interesante resaltar que el verbo que usa el apóstol es uno al que se añade un prefijo de intensidad (ὑπερεντυχάνω), que permitiría traducirlo como “superintercede”,[7] o “interceder con autoridad” a favor de otro.

Se ha sugerido que el gemir referido aquí alude al hablar en lenguas. Sin embargo, esta interpretación estaría fuera de contexto.[8] Algunos entienden que se refiere a lo trascendental de los gemidos; no pueden expresarse en el idioma del hombre. Otros entienden que se refiere a gemidos “que no pueden expresarse con palabras” (DHH).[9] De cualquier manera, se hace evidente en esta expresión el amor de Dios por sus hijos a través de esta maravillosa obra del Espíritu Santo de ayudarnos en nuestro andar cristiano.

El Espíritu Santo nos identifica como hijos de Dios (8:9, 16)

En los versículos 5-8, el apóstol hace un contraste entre los que viven conforme a la carne y los que viven conforme al Espíritu, describiendo la forma en que cada uno se conduce. El griego “poner la mente” (φρονοῦσιν) implica pensar, valorar, y seguir los deseos de la carne; mientras que los del segundo grupo buscan agradar a Dios al vivir conforme a sus estatutos.

Pablo también describe el estado actual de estas personas: “Porque la mente puesta en la carne es muerte… La mente puesta en la carne es enemiga de Dios” (8:6-7). Cuando una persona vive en la carne, es decir, controlada por los impulsos de su naturaleza caída, evidencia la muerte espiritual y separación de Dios. Esta cualidad de vida es propia de alguien que no ha conocido al Dios de vida y paz; no ha sido regenerado ni renovado por el Espíritu. Y esto nos habla no solo de su estado actual, sino también de su estado futuro: la muerte eterna.

Solo aquellos que son hijos de Dios pueden agradar a Dios; no en sus propias fuerzas, sino por la presencia y en el poder del Espíritu

Pablo, en su carta a los Gálatas, luego de enlistar algunas obras de la carne, concluye “que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gá. 5:19-21). El apóstol califica a los que viven conforme a la carne como enemigos de Dios, en consonancia con lo que expone en Romanos 5: “Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por Su vida” (v. 19). Sin embargo, es necesario aclarar que, aún siendo reconciliados por la obra de Cristo, los creyentes seguiremos luchando con la carne (Ro. 8:13).

“Sin embargo, ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes” (8:9). Luego de describir a los dos grupos (los que viven conforme a la carne y los que viven conforme al Espíritu), Pablo se dirige a sus destinatarios para aseverar que ellos ya no están bajo la carne (“οὐκ… ἐν σαρκὶ”), ya no están vendidos al poder del pecado (7:14), sino que viven según el Espíritu (“ἀλλὰ ἐν πνεύματι”, una traducción probable también puede ser “en el Espíritu Santo”). La razón de su afirmación es la presencia del Espíritu en sus vidas, quien otorga al creyente el poder para vivir conforme a la voluntad de Dios. Para Pablo, el tema es claro: si alguien no tiene al Espíritu, entonces no es de Cristo.

A la luz de la evidencia bíblica, podemos afirmar que la recepción del Espíritu se produce en el momento de la conversión (Ef. 1:13). Si alguien no tiene al Espíritu, entonces no es salvo. Pablo lo ha dicho antes, en otras palabras: “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (8:8). Es imposible ser salvos sin ser regenerados, y es imposible ser regenerados sin la obra del Espíritu Santo (Tit. 3:5). Solo aquellos que son hijos de Dios pueden agradar a Dios; no en sus propias fuerzas, sino por la presencia y en el poder del Espíritu.

El Espíritu Santo nos da vida (8:11, 13)

Aún cuando Cristo habita en el creyente, por medio del Espíritu Santo, el cuerpo está muerto a causa del pecado. Todos los seres humanos hemos heredado de Adán la consecuencia de su pecado, la muerte (cf. 5:12; 1 Co. 15:22), que involucra el deterioro y la descomposición, “pues polvo eres y al polvo volverás” (Gn. 3:19). Sin embargo, el Espíritu Santo nos renueva espiritualmente dándonos vida: “Y si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia” (8:10).

Si bien tenemos un cuerpo mortal, algunos comentaristas sugieren que ese no es el énfasis que Pablo quiere hacer en este pasaje, aunque sí lo comprende. Así que la expresión “cuerpo” se debe entender bajo la referencia anterior al “cuerpo de pecado” (6:6), la cual alude a la vieja naturaleza o al viejo hombre. Este “cuerpo de pecado” está muerto porque, al identificarnos con Cristo, crucificamos al viejo hombre para vivir ahora en la fe del Hijo de Dios (Gá 2:20). Sin duda, esta interpretación presenta una alternativa interesante y coherente con el pensamiento paulino.

Ahora, para llegar a entender la obra del Espíritu, primero es necesario entender su naturaleza o esencia según este pasaje. Y en cuanto a ello, hay también opiniones divididas. Algunos consideran que pneuma en 8:10, hace referencia al espíritu humano. Los traductores de algunas versiones, como la inglesa NKJV (New King James Version), toman pneuma como referido al Espíritu Santo, y de ahí que lo pongan con mayúscula. Pero los manuscritos originales solo empleaban o bien todas las letras mayúsculas (unciales) o minúsculas (cursivos), por lo que estamos ante un asunto de interpretación.

Por otro lado, algunos comentaristas sugieren que pneuma en este pasaje se refiere al Espíritu Santo, considerando algunos elementos de traducción. La palabra griega que algunas versiones traducen como “vivo”, en realidad no es un adjetivo sino un sustantivo: “vida” (ζωὴ, la condición de vivir o el estado de estar vivo). Además, el adjetivo “su” que acompaña a “espíritu” en algunas traducciones, no aparece en el texto griego. Por lo que podemos concluir que Pablo está refiriéndose aquí al Espíritu Santo, quien da vida al creyente al haber sido declarado justo a los ojos de Dios, y a su vez nos da certeza de resurrección futura, tal como apoya Fee en su interpretación:

“Puede que nuestros cuerpos estén condenados a muerte; sin embargo el Espíritu, el Espíritu de vida; el Espíritu de Dios quien resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, habita dentro de nosotros y garantiza que nuestros cuerpos no acabarán en la tumba. Por medio del Espíritu, Dios impartirá nueva vida a esos cuerpos”.[10]

“Pero si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu que habita en ustedes” (Ro. 8:11). Para entender a cabalidad el cierre de este párrafo lleno de enseñanza, debemos identificar también a los actores. “El Espíritu de Aquél”, se refiere al Padre quien levantó al Hijo (cf. 6:4; Gá. 1:1; Ef. 1:20). “Habita en ustedes”, se refiere a los creyentes, a los verdaderos hijos de Dios. Y la acción poderosa que efectúa el Espíritu de Dios en el creyente es esta: dará vida a sus cuerpos mortales.

Dios promete la vida espiritual resucitada ahora para el cuerpo mortal de cada creyente y también la resurrección física en el futuro

La referencia, o punto de partida de esta obra, es la resurrección de Cristo que “fue el principio de cada bendición que nosotros tenemos ahora gracias y a través de Él. A través del Señor resucitado hemos recibido aun ahora el poder vivificador del Espíritu Santo”.[11] El Espíritu, quien da vida al creyente, no solo lo hace en la esfera del presente sino que también con implicaciones escatológicas. En otras palabras, Dios promete la vida espiritual resucitada ahora (6:4, 8, 11) para el cuerpo mortal de cada creyente y también la resurrección física en el futuro (6:5; 1 Co. 6:14; 15:42, 53; 2 Co. 4:14).[12]

Conclusión

El capítulo siete de Romanos presenta un problema: el deseo interior de caminar conforme a los estatutos divinos y el contraste con la carne, que nos impulsa a pecar (7:25). Este asunto encuentra respuesta en el poder de Dios, manifestado en la vida del creyente por medio del Espíritu Santo quien, con base en la obra redentora de Cristo, nos libra de condenación (8:1).

Solo aquellos que andan en el Espíritu, y permiten que Él les controle, serán capaces de agradar a Dios (8:8); así como también disfrutarán de su ayuda divina en el andar cristiano para cumplir la ley de Dios, y también en la debilidad, como sujetos a la carne. A su vez, esta presencia divina del Espíritu se convierte en la evidencia contundente de aquellos que son suyos (8:9). Y si somos hijos, también somos receptores de su vida, una vida abundante presente y una promesa de vida (resurrección) futura, juntamente con Cristo.

Es de esa manera que Pablo concluye el capítulo: “Ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (8:39). La grandeza de su amor, su salvación, su ayuda, y su esperanza son las bendiciones espirituales que gozamos por el obrar del Espíritu Santo en el creyente.


[1] Douglas J. Moo, Comentario bíblico con aplicación NVI: Romanos (Miami: Vida, 2011, versión 1
Kindle).
[2] Ibíd.
[3] C. E. B. Cranfield, La Epístola a los Romanos (Buenos Aires: Nueva Creación, 1993), 169.
[4]  P. ej. Godet, Commentary on Romans, 320; Dunn, Romans, 476.
[5] Moo, Comentario bíblico con aplicación NVI: Romanos.
[6] William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento: Romanos (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 307.
[7] Samuel Pérez Millos, Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Romanos 6
(Barcelona: CLIE, 2011), 650.
[8] Morris hace dos observaciones al respecto: 1) La glosolalia generalmente se ve como una expresión de alabanza, y no de intercesión como en este caso; 2) Pablo está hablando de la oración de todo creyente, no meramente del que ora en lenguas.
[9] J. C. Cevallos, Comentario Bíblico Mundo Hispano tomo 19: Romanos (El Paso: Mundo Hispano, 8
2006), 153.
[10] Gordon D. Fee, God´s Empowering Presence (Peabody: Hendrickson, 1994), 553.
[11] W. M. Greathouse, Comentario Bíblico Beacon: Romanos (Lenexa: Casa Nazarena, 2010), 171.
[12] J. F Walvoord y R. B. Zuck, El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Nuevo Testamento, 10
tomo 2: San Juan, Hechos, Romanos (Puebla: Las Américas, 1996), 287.
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