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Vivimos rodeados de símbolos y logos. Una manzana mordida nos recuerda a Apple. Una letra “F” blanca en un cuadro azul nos recuerda a Facebook. Y una cruz nos recuerda de inmediato a Jesús.

La cruz es el símbolo universal del cristianismo. Es central en la obra redentora de Jesús y los propósitos eternos de Dios. Por eso, el apóstol Pablo escribió a los creyentes en Corinto: “Nada me propuse saber entre ustedes excepto a Jesucristo, y Este crucificado” (1 Cor. 2:2).

Pero mientras hoy es fácil ver el símbolo de la cruz en muchos lugares, como algo positivo y lleno de esperanza, ella no evoca el mismo mensaje y sentir en todas las personas. Como también escribió Pablo, “la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden… nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los Judíos, y necedad para los Gentiles” (1 Cor. 1:18-23).

La cruz es central en la obra redentora de Jesús y los propósitos eternos de Dios.

¿Por qué la predicación de un Cristo crucificado es una locura para los que se pierden? Para responder bien a esta pregunta, es útil entender qué era la crucifixión y cómo se realizaba.

Anatomía de una pena capital

La crucifixión era la peor y más indigna pena capital pública que el mundo conocía. En la época de Cristo, esta ejecución se aplicaba a los peores delincuentes sin ciudadanía romana, y raras veces a ciudadanos romanos.[1]

Esta ejecución se realizaba por la sujeción del reo desnudo a una cruz elevada, ya sea por ataduras en las manos y pies, o clavos que traspasaban las muñecas y pies. “Para poder respirar y aliviar parte del dolor causado por los clavos de las muñecas, la víctima tendría que poner más peso en el clavo de sus pies y empujar hacia arriba. Luego, para aliviar parte del dolor causado por el clavo de los pies, tendría que poner más peso sobre los clavos en sus muñecas y desplomarse”.[2] Esta tortura lenta era agonizante en extremo hasta la muerte.

Como en el caso de Jesús, con frecuencia el condenado era azotado y luego obligado a llevar su cruz hasta el lugar de la ejecución (Mt. 27:26; Jn. 19:1,17). Allí el condenado podía durar varios días, pero cuando era necesario acelerar la muerte del reo ya colgado, sus piernas eran quebradas como ocurrió con los ladrones crucificados junto a Jesús (Jn. 19:31–33). Esto hacía que las piernas no pudiesen soportar el peso del reo y la respiración se dificultase más.[3]

Dependiendo de la forma de crucifixión y la salud del reo, las causas precisas de muerte del crucificado podían ser diversas, simultáneas, y dolorosas: asfixia al estar colgado en la posición de cruz, paro cardiaco, pérdida masiva de sangre, deshidratación, y otras más.

Muchas naciones antiguas practicaban la crucifixión o algo similar a ella.[4] A veces simplemente se colgaba al reo hasta que muriese (cp. Gn. 40:19; Est. 7:10). Debido a esto, los israelitas conocían muy bien lo que era “colgar a alguien de un madero” (Nm. 25:4; Deut. 21:22-23; Jos. 8:29; 2 S. 21:9).

Las crucifixiones masivas también frecuentaban en la antigüedad. Por ejemplo, el Rey Darío del imperio Persa crucificó en el año 519 A.C a 3,000 oponentes políticos.[5] Más adelante, Ciro amenazó con crucifixión a quien impidiera el retorno de los judíos de Babilonia a Jerusalén, y varias décadas después vemos que Alejandro Magno llegó a crucificar a 2,000 enemigos tirios.[6]

En la crucifixión primitiva “se empleaba un solo madero (de empalizada o de fortificación), o un palo aguzado en su parte superior… bien conocido por los asirios, persas, cartagineses y egipcios”.[7] Más adelante, los romanos “perfeccionaron” este método de ejecución añadiendo un madero transversal que infligiría mayor dolor al reo, y tendría la forma familia para nosotros hoy. Esta forma de ejecución fue común hasta que Constantino abolió la crucifixión en el Imperio Romano debido al cristianismo.

Un salvador crucificado

Conocer todo esto nos ayuda a comprender hasta qué punto Jesús se humilló para salvarnos (Fil. 2:5-8). Ahora es más fácil saber por qué el mensaje de la cruz que Cristo y los apóstoles predicaron era tan controversial para sus oyentes, y todavía hoy es visto como necedad por muchas personas.

Colgado en un madero, Jesús se hizo maldición por nosotros conforme a las Escrituras para luego resucitar y asegurar nuestra salvación.

Para los judíos inconversos, la idea de un Mesías crucificado es un escándalo. Además, ellos entienden que toda persona colgada en un madero es alguien maldito por Dios (Deut. 21:22-23). Por otro lado, la idea de un Rey soberano y Salvador crucificado es simplemente un disparate para los incrédulos no-judíos.

Pero nosotros vemos la cruz de una manera diferente, entendiendo que algo más pasó en la muerte de Jesús más allá del extremo dolor físico y la humillación pública. Es por eso que el teólogo R. C. Sproul ha escrito, “me pregunto si Jesús estaba al tanto de los clavos y las espinas”.[8]

Colgado en un madero, Jesús se hizo maldición por nosotros conforme a las Escrituras para luego resucitar y asegurar nuestra salvación (Gá. 3:13; 1 Cor 15:3-5; Rom. 4:25). Allí nos reconcilió con Dios, soportando el abandono e infierno que merecemos (Mat. 27:46 Cor. 5:18-21.) Gracias a eso, Dios nos perdona y justifica ante Él por medio de la fe en Jesús, sin Él dejar de ser justo (Rom. 3:22-26).

Es por esto que “para los llamados, tanto Judíos como Griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:24). ¡Gracias a Dios por la cruz!


 [1] Claudionor Corrêa de Andrade, Diccionario teológico, p. 107.

[2] Got Questions, What is the history of crucifixion?

[3] Encyclopedia Britannica, Crucifixion: Capital punishment.

[4] Samuel Vila Ventura, Nuevo diccionario biblico ilustrado, p. 222.

[5] Britannica.

[6] Vila, p. 222.

[7] Ibíd.

[8] R. C. Sproul, The Truth of The Cross, pos. 840.


Imagen: Lightstock.
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