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Mi padre era un trabajador siderúrgico en Pittsburgh. También lo fueron su padre y su abuelo y, bueno, entienden la imagen. Trabajé un verano en la fábrica de acero y juré que nunca volvería. No era solo la suciedad o el calor. Era por muchos de los mismos trabajadores de la fábrica, su conversación vacia y sus vidas sin sueños. La cultura parecía absorber lo dulce de toda aspiración, dejándola hueca y vacía. Ese verano agrando mis sueños. Se hicieron más grandes y fuertes en busca de un futuro diferente, uno que nunca incluiría los hornos de reverbero o botas con punta de acero. Creo que para muchos empleados de verano, la acería rescató su ambición.  

¿Intercambiando progreso por paz?

Lo crean o no, la posmodernidad es como una fábrica de acero ideológica. Lo que comenzó como un estilo arquitectónico se ha transformado en una visión del mundo, un código para explicar las culturas occidentales contemporáneas. Es posible que no lo veamos, pero lo respiramos cada día.  

La posmodernidad es fundamentalmente una reacción a las promesas que la modernidad hizo durante casi dos siglos. Si el modernismo puede pensarse en términos de conquista y ambición, el posmodernismo es posterior a la conquista y posterior a la ambición. El progreso se sustituye por la búsqueda de la paz personal. La ambición, como los cartuchos de 8 pistas y los lanzamientos a la luna, es un buen recuerdo de una época pasada.  

Sin verdad no hay ambición

Pero aquí está el problema real: el posmodernismo se basa en la negación de una verdad objetiva. Los grupos que afirman la verdad objetiva son vistos en el mejor de los casos como no iluminados, en el peor, como criminalmente intolerantes. El posmodernismo, en su centro, es una desconfianza de cualquier persona que diga “esta es la forma en que es” o “esta es la verdad”. En el mundo posmoderno, la verdad es para quien la tome, y hay pocos interesados.  

Entonces, ¿cómo afecta la posmodernidad a la ambición? De la misma manera en que la fabrica de acero parecía vaciar el futuro de tantos trabajadores. Secuestra sueños, suaviza la motivación, y nos hace indiferentes. Al atacar a la verdad objetiva, la posmodernidad erosiona el terreno necesario para la ambición. Cuando las personas en una cultura sostienen la objetividad del conocimiento, crecen de manera optimista respecto al progreso y los logros humanos. La verdad es un objetivo valioso y una búsqueda alcanzable. El viaje hacia un final satisfactorio y alcanzable produce individuos que son laboriosos y emprendedores. La aspiración tiene un fundamento y significado.

Pero donde no hay significado ni terreno sólido —ninguna verdad más alla del mundo, nada más grande de lo cual eres parte—, las empresas y la ambición se van pudriendo en ruinas.

Donde se niega la verdad cognoscible, la ambición se sofoca. La incoherencia reemplaza el sentido, la confusión prevalece sobre la convicción, la ambivalencia se traga la aspiración. Llegamos a ser los síntomas de los últimos días, “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3:7).

D. A. Carson describe el vacío de ambición dejado cuando la base moral y espiritual de una cultura cede en las arenas movedizas del relativismo:

“El individualismo una vez aliado con una suposición de la sociedad de una verdad objetiva y verdades eternas podría generar al menos algunos hombres y mujeres de valor, honor y visión; el individualismo aliado con el pluralismo filosófico y el relativismo escasamente cualificado de la posmodernidad genera ‘un mundo sin héroes’”.

¿Dónde está tu ambición estos días?  ¿Se la tragó la maleza de la negligencia? ¿Estás contento de vivir en un mundo sin héroes? ¿Alguna vez has aspirado a ser un héroe tú mismo, al menos sentido de tener un compromiso diario vigoroso para vivir para la gloria de Dios?  

Los cristianos existen en un mundo posmoderno, pero vivimos en un reino eterno. Eso por sí solo hace posible la verdadera ambición. Una vez que se rescata la ambición, entonces los héroes no estaran muy atrás. Y ya sea que trabajes en un púlpito, un cubículo, o en una fábrica de acero, esa una buena noticia.

Publicado originalmente en Am I Called? Traducido por Cristian Fernández. 
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