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A mis masculinos bona fide: yo pasé dieciséis años en la Marina y dieciséis segundos (acumulativos) montando toros. He pasado mis veranos en climas de 40 grados empacando heno, calzando caballos, castrando cerdos, y corriendo vueltas para entrenadores de fútbol sádicos. He reparado bombas de extracción en los campos de petróleo de Texas y he fabricado piezas de automóviles en una fábrica de Missouri. He cambiado la aviónica en un F-18, los neumáticos de vehículos todo terreno, y un carburador en un Gremlin del '76. 



He cazado agachadizas y pescado tiburones. He comido serpiente de cascabel, cocodrilo, y la hamburguesa de carne de cerdo de una ERM. He soportado estoicamente tornados, tifones, y a un niño de dos años de edad. Tengo una Glock calibre .40 debajo de la almohada. Mi héroe es John Wayne.

El contraargumento semiconclusivo a mi hombría: Poseo una gran cantidad de álbumes de Celine Dion.

En otras palabras, si bien hay algunas pruebas de que yo soy —o por lo menos una vez fui— un “hombre de hombres” aceptable, no siempre califico en la masculinidad ideal de la cultura. Claro, en comparación con un “hipster” que viste pantalones ajustados, soy un modelo de hombría. Sin embargo, en comparación con el Navy SEAL promedio, soy un poquito femenino. No estoy demasiado preocupado por mí ya que soy mayor (44) y estoy seguro de mi lugar en la escala de hombría. Pero estoy preocupado por los jóvenes cristianos que están tratando de navegar su camino a través de las expectativas culturales locamente vagas y contradictorias de la hombría en la América moderna.

Por desgracia, tratar de encontrar tu lugar en la jerarquía masculina basada en señales culturales es una tradición americana; aún más lamentable es que esta costumbre ha sido adoptada por la iglesia americana.

Aunque esto ha sido un problema desde hace décadas, ha aumentado recientemente debido al miedo resurgente de la “feminización” de la iglesia. Para una organización patriarcal supuestamente represiva, la iglesia americana tiene una obsesión peculiarmente perenne con ser asociado con lo femenino. No hay duda de que algunas de las preocupaciones no son más que un machismo infantil de “las niñas son guácala”. Pero también hay una verdadera razón por la que debemos estar preocupados por el fracaso de la iglesia para atraer a los hombres.

Una encuesta realizada en 2008 por el Foro Pew sobre Religión y Vida Pública encontró que las mujeres superan a los hombres en la asistencia en cada denominación cristiana importante, y son 20 a 25 porciento mas propensas a asistir al culto al menos semanalmente. ¿Por qué es importante que la mujer asista más a la iglesia que los hombres? “Si la madre viene [a la iglesia], hay una probabilidad del 15% que la familia vendrá”, dice el pastor Ross Sawyers de 121 Community Church en Grapevine, Texas. “Pero si el hombre llega a la iglesia, el 90% del tiempo la familia va a llegar detrás”.

Por lo tanto, atraer a los hombres se ha convertido en una preocupación urgente de evangelización, especialmente en las iglesias evangélicas. ¡El resultado es una serie de iniciativas centradas en los hombres que están presumiblemente avaladas por el hombre más viril de todos: Jesús!

Durante los años 1960 y 1970, cuando el ideal de la masculinidad estaba en proceso de cambio, Cristo se presentó como un pacifista sensible, gurú, al estilo Phil Donahue (piensa en el “Jesús hippie”). Hoy en día, como una reacción directa a esa apropiación cultural, el nuevo foco está en un Jesús robusto, trabajador de cuello azul y guerrero. Aunque puedo apreciar el deseo de presentar a Cristo como modelo masculino, temo que podemos estar moviéndonos demasiado lejos en la dirección opuesta. Al corregir la falsa impresión del “Jesús bonachón” hemos pasado a una impresión igualmente errónea del “Jesús Pugilístico.”

En la novela En sus pasos —el éxito de ventas escrito en 1897 que inspiró el “¿Qué haría Jesús?”— convenció a generaciones de Cristianos que Jesús se opondría al deporte del boxeo. Hoy día, sin embargo, tenemos iglesias que utilizan las artes marciales mixtas (MMA) como ministerios para atraer a los jóvenes. En lugar de usar las pulseras afeminadas “WWJD?” , visten camisetas estampadas con “Jesús no se rindió”, una referencia a ceder a un rival en un deporte de combate.

Aunque bien intencionados, estos ministerios que se centran en “Ultimate Fighters” están dando a los jóvenes una visión deformada de la masculinidad bíblica. Durante el Sermón del Monte, Jesús alabó los mansos, una palabra que en griego se utiliza en referencia a “domesticar” un animal salvaje. El león es capaz de acostarse con el cordero, precisamente porque no es entregado a su naturaleza hiperagresiva. 

De hecho, cuando Jesús habla de sus seguidores, a menudo se refiere a ellos como ovejas —criaturas que no son conocidas por su ferocidad. Es difícil armonizar al Buen Pastor de los Evangelios con el ideal hipermasculino del luchador. Y se necesita un increíble salto lógico para concluir que dado que Jesús era un carpintero, Él habría disfrutado ver a hombres cristianos patear y golpearse entre sí hasta que uno de ellos sea forzado a “rendirse”. Que tal deporte sea moralmente lícito es discutible. Sin embargo, parece evidente que este no es el tipo de sumisión a la que Jesús nos llama. 

La verdadera preocupación, sin embargo, no es que vamos a formar una generación que quiere intercambiar golpes en el octágono, sino más bien que estamos fomentando una actitud de agresión y pugilismo que se traslada a nuestras iglesias, hogares, y comunidades. Como ha señalado Russell Moore,

“Desde hace algún tiempo he estado preocupado de que los cristianos no están prestando suficiente atención seriamente a una tentación que los apóstoles nos advierten constantemente. Esa tentación es “pugilismo” o “las ganas de discutir”. Es, podríamos decir, el desvío hacia la hipermasculinidad, en la que la afirmación y la agresión en sí se define como “hombría”. Se puede ver esto en todo, desde las letras del Hip-Hop hasta en algunos sermones evangélicos acerca de Jesús. Y, hombre, es peligroso.”

Nuestra sociedad está desesperada por encontrar el equilibrio que solo la madurez bíblica puede proporcionar. Hasta que lo hagamos, somos propensos a oscilar de una visión equivocada de la masculinidad a otra. Por ejemplo, durante la década de 1990, los retiros “hombre salvaje” estaban de moda como una forma para que los hombres se pusieran en contacto con su masculinidad. Los hombres se dirigían al desierto, se quitaban sus camisas, batían en tambores de África Occidental, y compartían entre ellos. 



Aunque podemos reírnos de tal comportamiento ridículo, el último movimiento neotestosterona dentro de los círculos cristianos no es tan diferente. Simplemente hemos sustituido el mito poético “Juan de Hierro” con un mítico “Jesús de hierro”. Pero los jóvenes no necesitan un Jesús que se pasea como el Duque, mira de reojo como Clint Eastwood, y gruñe como Jason Statham. Ellos no necesitan a Jesús el luchador, solo necesitan a Jesús el Salvador.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Raul Caban
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