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¿Jesús hizo milagros por su naturaleza divina o por el Espíritu Santo?

Creo que ninguna banda de rock ha cantado una simple pregunta de una manera tan memorable, y apropiada, como The Who: “¿Quién eres? ¿Quién, quién, quién, quién? ¿Quién eres?”. Y quizá ninguna otra pregunta llegue más directamente a los misterios de la cristología. ¿Quién nació de la virgen María? ¿Quién predicó en el monte? ¿Quién oró en el jardín? ¿Quién murió en la cruz?

Responder a cada una de estas preguntas nos lleva a un territorio profundo con respecto a la persona y las naturalezas de Jesucristo. Pero hay otra pregunta que ha generado mucha confusión: ¿Quién hizo los milagros que Jesús realiza en los Evangelios?

La confusión en torno a esta pregunta viene porque a menudo se ha preguntado no con quién sino con cómo (es decir, ¿cómo hizo Jesús milagros?). La forma en la que se hace la pregunta, da forma al tipo de respuesta que se recibe.

Paso en falso moderno: pasar de quién a cómo

Muchos teólogos modernos, al enfatizar la humanidad de Cristo, se han preguntado sobre sus dos naturalezas, asumiendo que están en una especie de competencia. Debido a que dos naturalezas no pueden ocupar el mismo “espacio” dentro de una persona, la identificación de Cristo con nuestra humanidad requirió que Él (siempre o mayormente) abandonara el derecho a sus atributos divinos. ¿Cómo, entonces, hace milagros?

Las Escrituras muestran una variedad de personas que realizan milagros. Y todos estos hombres, exceptuando a uno, son simples hombres. Por ejemplo, cuando Elías o Pablo realizan milagros, no apuntaron a su persona. Cuando en Listra las personas fueron tentadas a adorar a Pablo y a Bernabé después del milagro de Pablo, el apóstol imploró a la multitud que recordara que eran hombres (Hch. 14:15). El Espíritu Santo permitió estos milagros; eran testigos de su poder, no del de Pablo ni de nadie más.

El milagro de la encarnación es que esta persona se convirtió en todo lo que somos sin dejar de ser todo lo que es.

Para muchos teólogos modernos, los milagros de Jesús no son diferentes. Él también hizo sus milagros por el poder del Espíritu Santo. Como resultado, los milagros no apuntaban a su persona, exceptuando el que Jesús confiara en el Espíritu, sino a la naturaleza humana que comparte con nosotros. Al igual que nosotros, debe confiar en recursos divinos fuera de sí mismo. Así que, la pregunta de cómo los humanos realizan milagros se traslada a los milagros de Cristo, evitando quien Él es como el Hijo de Dios.

Pero, al considerar más al Espíritu y la humanidad de Cristo, se oscurece una categoría cristológica vital: las personas, no las naturalezas, hacen cosas. Sí, Jesucristo tiene dos naturalezas completas: una divina y una humana. Sí, Él siempre actúa de acuerdo con estas dos naturalezas. Aún así, es la persona de Jesús quien nos confronta en los Evangelios, y la Cristología, desde Calcedonia (451 DC), ha enfatizado que Él es una persona unida, la segunda persona de la Trinidad. El milagro de la encarnación es que esta persona se convirtió en todo lo que somos sin dejar de ser todo lo que es. Entonces, cuando vemos a Jesús realizar un milagro en los Evangelios, nuestra primera pregunta debería ser: ¿quién es este?

Caso de prueba: caminar sobre el agua

En la superficie, el hecho de que Jesús caminó sobre el agua en Mateo 14 parece afirmar que Él hizo milagros como un hombre empoderado por el Espíritu. En la narrativa de Mateo, Jesús acaba de terminar de alimentar a los 5,000. Sus discípulos se suben a una barca en el mar de Galilea. En lugar de entrar con ellos, sin embargo, Jesús se retira a una montaña para orar. Entre las 3 y las 6 de la mañana, la barca de los discípulos está lejos de la costa y es arrojada por las olas. Cuando ellos ven lo que asumen que es un fantasma que se les acerca sobre el mar, su miedo se intensifica.

No es un fantasma, por supuesto; es Jesucristo. El grito de miedo de los discípulos es encontrado por las palabras de Jesús: “Tengan ánimo, soy Yo; no teman” (Mt. 14:27). Luego Pedro le pide a Jesús que pruebe que es Él haciendo que él también camine sobre el agua. Inicialmente el resultado parece establecer un paralelo entre Pedro y Jesús: cuando Pedro camina por fe, camina sobrenaturalmente sobre el agua; cuando camina por miedo, comienza a hundirse. Aparentemente, Jesús confirma esto cuando extiende su mano hacia Pedro: “Hombre de de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt. 14:31).

Los discípulos no se maravillaron de que Jesús dependiera completamente de otra persona, ni atribuyeron alabanzas al poder del Espíritu. Más bien, sus ojos contemplan al Hijo encarnado de Dios como el único digno de alabanza.

Uno podría suponer que en este suceso tenemos a un simple hombre, Pedro, capaz de hacer lo que Jesús puede hacer mientras camina por fe. Por lo tanto, la diferencia operativa entre Jesús y Pedro no es que Jesús sea el Hijo totalmente divino, sino que en su humanidad confiaba completamente en el Espíritu. Este suceso, entonces, no revela el señorío de Jesucristo; más bien, apunta a la entrada del reino y al modelo que Jesús da para confiar en recursos divinos que no son de Él. Con esta lectura, el quién de Jesús se pierde en el impulso de comparar y contrastar el cómo de Pedro y Jesús.

Pero ¿quién realmente caminó sobre el agua?

Tres pistas en este pasaje, sin embargo, señalan un entendimiento diferente de este milagro.

Primero, cuando Jesús revela a sus temerosos discípulos que “soy Yo” (Mt. 14:27; ego eimi en griego), esto no era un llamado a reconocer sus rasgos humanos que lo caracterizaban como “Jesús de Nazaret”. Más bien, se está apropiando del nombre de Yahweh revelado en Éxodo 3:14 (YO SOY: ego eimi). Él está ordenando a sus discípulos que se animen y no tengan miedo porque Él, el que camina sobre el agua, es Yahweh.

La segunda pista fluye de la primera: Jesús se está apropiando de un tema de teofanía del Antiguo Testamento. ¿Quién anda sobre las olas del mar sino solo Jehová (Job 9:8)? A través de esto y su identificación personal con el nombre divino, Jesús aclara el quién de este milagro: la segunda persona encarnada de la Trinidad que, aunque veló su gloria celestial en carne humana, no abandonó ni silenció los atributos de su naturaleza divina (¡como si alguna vez pudiera hacerlo!). No, el Creador que primero formó el mar ahora lo domina a través de su propio poder.

La tercera pista se encuentra en la respuesta de los discípulos a esta revelación. Inicialmente vemos a Pedro dirigiéndose a este Yahweh-encarnado-que-camina-en-agua como “Señor”. Pero luego, después de que Jesús entra en la barca y el viento cesa, lo adoran: “En verdad eres Hijo de Dios” (Mt. 14:33). Es evidente que para los discípulos este milagro lleva las marcas inconfundibles de una persona divina (cf. Sal. 107:23-32). Los discípulos no se maravillaron de que Jesús dependiera completamente de otra persona, ni atribuyeron alabanzas al poder del Espíritu. Más bien, sus ojos contemplan al Hijo encarnado de Dios como el único digno de alabanza. Para ellos, el quién explicó el cómo y los llevó a adoración.

La unidad del Hijo de Dios

Debido a que el Hijo de Dios encarnado es una persona con dos naturalezas, debemos tener la expectativa de ver sucesos en los Evangelios que reflejen cada naturaleza. Incluso en esta profunda revelación del poder divino de Jesús en el mar, usa pies humanos para caminar sobre el agua, un brazo humano para salvar a Pedro de hundirse, y una voz humana para confirmar a sus discípulos su identidad divina. Jesús siempre es una persona que actúa de acuerdo a sus dos naturalezas.

Muchos teólogos modernos buscan comprender el misterio de la encarnación segmentando a Cristo: aíslan una de sus naturalezas y preguntan cómo una acción en particular es posible. No solo lleva a problemas cristológicos; conduce a graves problemas trinitarios también. Sugerir que los milagros de Jesús no tienen que ver con su naturaleza divina es dividir las obras de la Trinidad: repartir actos distintos entre el Padre, el Hijo, y el Espíritu. La teología trinitaria clásica, sin embargo, fusiona la unidad esencial de Dios (Dt. 6:4) con la coinherencia de las personas (Jn. 14:11) y sostiene que toda obra de la Trinidad es indivisible. Cuando Dios actúa, cada persona actúa. No es erróneo decir que el Espíritu está actuando en los milagros de Jesús; lo está. Lo que es un error decir es que la segunda persona de la Trinidad no lo está.

No es erróneo decir que el Espíritu está actuando en los milagros de Jesús; lo está. Lo que es un error decir es que la segunda persona de la Trinidad no lo está.

Los credos antiguos como el de Calcedonia nos han enseñado “a confesar a uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en deidad y también perfecto en humanidad”. Muchos de nuestros dilemas cristológicos se resolverían, con Calcedonia, primero respondiendo quién es Jesús. Él es “uno y el mismo Hijo”, cuyas obras milagrosas nos hacen, como a esos primeros discípulos, adorar el misterio del Dios encarnado.


Originalmente publicado en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición. 
Imagen: Lightstock
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