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Hablando como padre, una de las cosas más frustrantes que puedo hacerle a mis hijos es cambiar de parecer.

Imagina que un día despido a mis hijos a la escuela con las palabras: “¡Niños, emociónense porque iremos a la playa este fin de semana!” Y luego, al buscarlos: “Saben qué niños, cambié de parecer. No iremos a la playa este fin de semana”. 

Ya puedo oír las quejas estridentes. No hay nada más frustrante para un niño que un padre que parezca ser inconsistente. Gran parte de la vida se trata de manejar las expectativas, ya sea como niño, cónyuge, empleado, o ciudadano. Pero, ¿y si los que gobiernan tus expectativas cambian de opinión constantemente?

Hay momentos en la Escritura en los que Dios parece cambiar de opinión. Esto se ve especialmente en el Antiguo Testamento cuando Él interactúa con su pueblo. Encontramos este cambio temprano cuando, solo cinco capítulos después de declarar al hombre “muy bueno” (Gn. 1:31), leemos: “Y al Señor le pesó haber hecho al hombre en la tierra, y sintió tristeza en Su corazón” (Gn. 6:6).

¿Cómo podemos relacionarnos con nuestro Creador cuando cambia de opinión tan rápido? Aparentemente, Dios es un Padre inconsistente, lo cual es una receta para niños frustrados.

Pero, por supuesto, estoy dejando algo fuera.

El cambio de Dios y el carácter de Dios

El capítulo 15 del primer libro de Samuel es clave para entender las declaraciones bíblicas acerca de que Dios tiene “remordimiento”, o se “arrepiente”, o se “rinde”, o cambia de parecer. Al igual que Génesis 6, este capítulo describe un cambio aparente en Dios: “Me pesa haber hecho rey a Saúl” (v. 11) y “el Señor se había arrepentido de haber puesto a Saúl por rey sobre Israel” (v. 35).

A primera vista, este lenguaje hace que Dios parezca tan voluble como el padre que falta a su palabra sobre los planes de ir a la playa el fin de semana. Pero tanto en Génesis 6 como en 1 Samuel 15, algo monumental juega un papel decisivo para que Dios cambie de parecer; esto es, el pecado del hombre.

El capítulo 15 del primer libro de Samuel es clave para entender las declaraciones bíblicas acerca de que Dios se ‘arrepiente’

En los primeros diez versículos de 1 Samuel 15, Saúl se rebela contra la palabra de Dios dada por medio de Samuel; y es después de esto que Dios expresa su arrepentimiento. Su arrepentimiento sigue al pecado del hombre. O, para decirlo de otra manera, Dios cambia cuando el hombre cambia.

Pero, ¿es el cambio de Dios igual al cambio humano?

La razón por la que 1 Samuel 15 es clave para entender las declaraciones de que Dios cambia de parecer es porque conecta una aparente alteración divina, no solo con el pecado del hombre (así que Dios no es voluble), sino también con el carácter de Dios (Él está actuando consistentemente). Como Samuel le dice a Saúl: “Hoy el Señor ha arrancado de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo que es mejor que tú. También la Gloria de Israel no mentirá ni cambiará su propósito, porque Él no es hombre para que cambie de propósito” (1 S. 15:28-29; cf. Nm. 23:19).

Es asombroso que en un capítulo donde Dios parece similar al hombre en su habilidad para cambiar de opinión, encontramos una de las declaraciones más fuertes de la Escritura sobre su inmutabilidad. Además, su inmutabilidad está arraigada en la realidad de que Él es diferente del hombre.

Cómo un Dios infinito habla a criaturas finitas

¿Cómo puede Dios expresar cambios sobre el hombre, sin cambiar quién Él es?

Hacer la pregunta de esta manera es responderla. Cuando Dios entra en un pacto con la humanidad, describe esa relación de maneras que podemos entenderla. Esta es la “adaptación” de Dios para nosotros, que somos de una naturaleza completamente diferente como criaturas. Juan Calvino se refirió a esto como el “balbuceo” de Dios; su balbuceo de “arrepentimiento” está destinado a comunicar su profundo descontento con el pecado. No significa que algo en Él haya cambiado, sino que algo que Él creó cambió; y expresa su decepción con palabras que podemos entender.

Dios se relaciona dinámicamente con sus criaturas. Él puede dar de sí mismo sin perder nada, relacionarse con nosotros sin nunca cambiar.

Siguiendo el principio, entonces, de que la Escritura interpreta la Escritura (en este caso, permitiendo que los versos 28-29 interpreten los versos 11 y 35), concluyo que cuando la Biblia atribuye un cambio a Dios, es una forma “antropomórfica” de hablar. Los antropomorfismos atribuyen las emociones humanas (como el dolor o el arrepentimiento) a Dios. No describen directamente su carácter o atributos, sino que indican un cambio en la relación de la humanidad con Él.

El cambio es bueno, y es malo

El hecho de que los humanos puedan cambiar es algo bueno cuando cambiamos, por la gracia de Dios, para mejor. Pero el cambio también puede ser malo. Después de todo, el cambio humano para peor impulsó las expresiones de arrepentimiento de Dios. Pero aún peor sería la posibilidad de un cambio en Dios.

No es exagerado decir que si Dios pudiera cambiar (es decir, en sí mismo, su carácter, sus propósitos) toda la Biblia se derrumbaría

No es exagerado decir que si Dios pudiera cambiar (es decir, en sí mismo, su carácter, sus propósitos) toda la Biblia se derrumbaría.

Un Dios voluble no es de ayuda a David, por ejemplo. A lo largo de su vida David se enfrentó a circunstancias turbulentas. Cuando clamaba a Dios, a menudo se refería a Él como una roca (2 S. 22:2-3; cf. Sal. 18:2). ¿Por qué? Porque una roca comunica permanencia, algo de lo que puede depender cuando todo lo demás parece estar desplomándose.

El cambio es una constante en el reino humano, pero la perfección de la inmutabilidad es divina.

Inmutable para mejor o peor

Si cambiamos para peor en el pecado, la inmutabilidad de Dios debe provocar miedo. Su justicia no cambiará; el día del juicio no tendrá un cambio repentino de corazón hacia el pecado impenitente.

Sin embargo, si deseamos cambiar para mejor, la inmutabilidad de Dios es la base misma para esa mejora. Podemos estar seguros de nuestra salvación y podemos perseverar hasta el fin porque sabemos que sus promesas y propósitos no cambian, y nuestra felicidad eterna en Cristo es tan segura como su propia perfección.

Nuestro Rey es cualquier cosa menos un Padre voluble y frustrante. Él es siempre fiel, siempre verdadero. Sus hijos, entonces, no tienen miedo de un cambio arbitrario. Vivamos en la libertad de su inquebrantable bondad y gracia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Jenny Midence-García.
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