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Muchos conocen la historia de Zaqueo. Quizás la escuchamos de niños y la recordamos como la historia chistosa de un hombre pequeño que se subió a un árbol para ver a Jesús. Sin embargo, esta historia tiene más que ofrecernos que solo risas y canciones infantiles, porque tú y yo somos iguales a Zaqueo.

Zaqueo era un hombre de baja estatura, pero alguien que era más conocido por su profesión que por su tamaño. Era rico y el jefe de los recaudadores de impuestos. La fama de este hombre no era buena, pues ejercía su profesión de manera inmoral, lo que causaba el odio de muchas personas a su alrededor.

Lucas nos relata en su evangelio que este hombre de mala fama quería ver a Otro que también era conocido por muchos, pero de una forma diferente (Lc 19). Zaqueo sabía que Jesús estaba a punto de pasar por su ciudad y quería ver a Este de quien todos hablaban y que las multitudes seguían. Pero ¿por qué querría Zaqueo ver a Jesús?

La historia de Zaqueo evidencia que la salvación considerada como ‘imposible’ para nosotros sucede por el poder y la misericordia de Dios

Aunque el pasaje no lo dice, podemos pensar que quizás se enteró de lo que sucedió con Mateo, otro cobrador de impuestos como él, quien al ser llamado por Jesús dejó todo para seguirlo (Mt 9:9-13). Es posible que Zaqueo se sintiera insatisfecho y seco, que sus riquezas y placeres nunca lo llenaran. Como les pasa a muchos en la actualidad, él podría estar siempre buscando algo más que pudiera saciar su sed espiritual.

Zaqueo era un hombre caracterizado por la corrupción. Nadie jamás hubiera imaginado que quisiera ver a Jesús. Sin embargo, lo que Zaqueo nunca se imaginó era que Jesús quisiera verlo a él. Y no solo verlo, Jesús deseaba tener un encuentro verdadero con Zaqueo.

El Dios-amigo que ve

Mientras Jesús pasaba por donde Zaqueo estaba, miró hacia arriba y le dijo a este recaudador de impuestos que bajara rápido del árbol, porque se quedaría en su casa (Lc 19:5). ¿Te imaginas la sorpresa de Zaqueo? Y no solo de él, sino también de todos los que estaban presentes.

Jesús había mirado a Zaqueo y lo llamó por su nombre. Él sabía que era un pecador. Pero aún así, Jesús tenía una cita divina con Zaqueo, un encuentro propiciado por la providencia soberana de Dios desde antes de la fundación del mundo. De hecho, este pudo ser el último encuentro de Jesús con alguien aparte de Sus discípulos más cercanos antes de los sucesos de la crucifixión y Su entrada a Jerusalén. No obstante, este encuentro era importante por algo más.

Jesús había tenido anteriormente otro encuentro con un hombre rico que no quiso dejar sus riquezas para seguirlo. Esta fue Su reacción entonces:

Mirándolo Jesús, dijo: «¡Qué difícil es que entren en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios». Los que oyeron esto, dijeron: «¿Y quién podrá salvarse?». «Lo imposible para los hombres es posible para Dios», respondió Jesús (Lc 18:24-27).

Así que la historia de Zaqueo, más adelante en la narrativa de Lucas, es la evidencia palpable de que la salvación considerada como «imposible» para nosotros estaba a punto de suceder por el poder y la misericordia de Dios.

Zaqueo bajó inmediatamente del árbol y recibió con gozo a Jesús (Lc 19:6). Este hombre envuelto en grandes pecados —y quien probablemente había estado poniendo su identidad y buscando su satisfacción en aguas contaminadas— fue encontrado por el Amigo y Redentor de los pecadores.

Si Jesús te está llamando hoy, entonces sal con gozo a encontrarlo y recibe el perdón y la gracia en Él que pueden llenar tu corazón

La salvación llegó a la vida de Zaqueo y la aceptación que experimentó de parte de Dios le dio lo que sus riquezas y placeres nunca pudieron. La vida de Zaqueo fue transformada por Aquel que lo miró y lo llamó por su nombre. Esa transformación se hizo evidente de manera inmediata: «Pero Zaqueo, puesto en pie, dijo a Jesús: “Señor, la mitad de mis bienes daré a los pobres, y si en algo he defraudado a alguien, se lo restituiré cuadruplicado”» (Lc 19:8).

El Dios-amigo que satisface

Zaqueo encontró en Jesús la satisfacción y la plenitud que su alma necesitaba. El alma que encuentra genuinamente los ríos de agua viva deja a un lado las aguas contaminadas que por tanto tiempo la mantuvieron seca. Y eso le pasó a Zaqueo, pero no solo a él.

El mismo Jesús que miró a Zaqueo y trajo salvación a su vida es Aquel que, si eres creyente, hizo lo mismo por ti, y si no lo eres, te ofrece ahora mismo salvación y restauración.

Jesús sigue viniendo a nosotros a pesar de nuestro pecado. Aun en medio de nuestras peores faltas, en medio de nuestros pecados más horrendos y aun cuando todos los demás nos han dado la espalda, Jesús nos mira, nos llama por nuestro nombre y nos invita a estar con Él, ofreciéndonos Su perdón.

Debido a que solo Jesús sacia, solo Él puede llenarnos. Solo en Él nuestras almas pueden estar completas y con ríos de agua viva corriendo en ellas (Jn 7:37-38).

Si Jesús te está llamando, si percibes que te está mirando en el lugar donde te encuentras hoy, entonces deja de esconderte y sal con gozo a encontrarlo. Recibe el perdón y la gracia en Él que pueden llenar tu corazón.

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