¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

¿Confías en el Espíritu o en tu intuición?

«Está mintiendo», pensé. «Sé que está mintiendo». Aunque nunca me había picado una araña radiactiva, sentía que se activaba mi «sentido arácnido».

La persona con la que hablaba solía adornar las historias. Normalmente eran historias inofensivas, pero esta vez sus afirmaciones rayaban en la calumnia y sentí la obligación de confrontarla.

Algunos llaman a esto sexto sentido o corazonada. Independientemente de cómo la llamemos, la intuición es un gran don y me ha ayudado en el ministerio. La intuición es un sentimiento interno que se desarrolla a medida que maduramos y que nos permite llegar a conclusiones sobre una situación antes de haber examinado todos los hechos. Se diferencia del discernimiento en que opera en un nivel subconsciente sin utilizar nuestras facultades de razonamiento activo.

Intuición es saber que la razón por la que alguien está «preguntando para ayudar a un amigo» no tiene nada que ver con un amigo real y tiene todo que ver con una situación real en su vida que le da demasiada vergüenza admitir. El cuidado pastoral a menudo requiere intuición, tratando de desenterrar la pregunta detrás de la pregunta.

La herramienta de la intuición

Pero la intuición, como todas las herramientas, puede utilizarse para el bien o para el mal.

Aunque el Espíritu Santo vive dentro de los cristianos, nuestro enemigo acecha fuera de nosotros, buscando destruir de maneras sutiles (1 P 5:8; 2 Co 11:14). Estas realidades enfrentadas hacen que la intuición sea como una caja de fósforos. Podemos utilizarla para calentar una casa o para quemarla. Debemos ser precavidos cuando sintamos esa «corazonada santa». ¿Proviene del Espíritu Santo, de nuestro instinto o, lo que es peor, del enemigo que trata de engañarnos (Ap 12:9)?

El Espíritu Santo ciertamente nos guiará hacia la verdad (Jn 16:13), pero esto no garantiza que no seamos desviados por nuestras propias emociones o por las artimañas del diablo.

Diferenciar entre el papel del Espíritu y nuestro instinto puede ser una tarea difícil. Recuerda que nuestros vecinos no cristianos también pueden ejercer en ocasiones este don. La imago Dei y la gracia común de Dios crean un mundo natural en el que todas las personas pueden mostrar algo de intuición, aunque el Espíritu Santo no resida en ellas.

El don de la intuición

Una vez me entrevistaron para un puesto pastoral y mi instinto me dijo que algo no iba bien con el equipo de ancianos. Tres años más tarde, mis sospechas se confirmaron cuando saltó la noticia de que entre los líderes de la iglesia abundaban pecados rampantes que los descalificaban. ¿Eran los impulsos del Espíritu dentro de mí o simplemente una intuición desarrollada? Estos detalles no son tan fáciles de diferenciar. Un cristiano sabio desarrolla el don de la intuición (1 R 3:12) mientras que el Espíritu lo lleva a crecer en gracia.

Vemos un ejemplo increíble de esto en Marcos 2. Los escribas se preguntan en silencio si Jesús tenía autoridad para perdonar pecados (vv. 6-7). Pero Jesús está un paso adelante de ellos:

Al instante Jesús, conociendo en Su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les dijo: «¿Por qué piensan estas cosas en sus corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”?» (vv. 8–9).

Jesús percibió la crítica que nadie se atrevía a expresar. Se dirigió al «mal en sus corazones» (Mt 9:4) y les quitó cualquier excusa válida para seguir cuestionándole.

Como seguidores de Cristo, podemos encontrarnos en situaciones similares. Nuestra percepción intuitiva de los demás puede ser utilizada para el bien. Por ejemplo, cuando alguien dirige la adoración musical en una iglesia y las canciones encajan perfectamente con el sermón. Sí, el Espíritu Santo sin duda está presente en estas situaciones, pero gran parte de esta «coincidencia» milagrosa se debe a una intuición finamente ajustada.

Por otro lado, si no tenemos cuidado, también existe la posibilidad de abusar de este don.

La maldición de la intuición

En una ocasión escuché a alguien decir que nuestras mayores debilidades son a menudo nuestros mayores dones multiplicados. Hay mucha verdad en esa afirmación. El discernimiento es un don de Dios. La intuición es un don de Dios. Pero se puede abusar de cualquier don usándolo en la carne en vez de en el Espíritu.

A medida que progresamos en nuestro caminar con Jesús, nos volvemos más sensibles a Su corazón por los demás. También crecemos en nuestra capacidad de percibir cuándo otros podrían tener motivos impuros. Pero debemos tener cuidado, especialmente aquellos de nosotros con un título o salario en una iglesia, y buscar claridad sobre si nuestra intuición santificada es de la carne o del Espíritu.

Al fin y al cabo, somos falibles e imperfectos. A diferencia de Jesús, a veces atribuimos a otros intenciones negativas que no tienen. Por eso debemos ser prudentes a la hora de atribuir nuestras intuiciones al Espíritu Santo. Debemos recordar que «el amor […] todo lo cree» (1 Co 13:7), y cuando creemos percibir engaño o pecado en otra persona, debemos hacer preguntas abiertas (como hace Dios en Génesis 3:9), en lugar de confiar solamente en la intuición.

A menos que tengas evidencias claras de lo contrario, negarte a creer en alguien —incluso cuando tu «corazonada santa» lo sugiere— es un terreno resbaladizo hacia el abuso espiritual.

La aplicación de la intuición

Los dones que Dios concede a Sus hijos suelen ser en beneficio de los demás y no de ellos mismos. La intuición no es diferente. Cuando tu instinto te impulse a animar, afirmar y consolar a quienes tienes delante, sigue esos impulsos y bendice a otros.

Pero ¿qué debemos hacer cuando sospechamos que alguien intenta engañarnos o tendernos una trampa?

Siempre debemos orar (1 Ts 5:17). También debemos hacer preguntas aclaratorias. La curiosidad es nuestra amiga y nos ayuda a mantener buenas relaciones. Si alguien intenta contender contra la verdad, al final no lo conseguirá (Mt 16:18), así que los que somos mensajeros de la luz no debemos temer a las tinieblas (Jn 1:5). Al final, la verdad saldrá a la luz.

Esa promesa es aleccionadora también para nosotros, dada nuestra propensión al autoengaño. Podemos tener esperanza al saber que Jesús conoce lo que hay en nuestros corazones (tanto lo bueno como lo malo) y aun así nos ama. Definitivamente, podemos utilizar nuestro «sexto sentido santo», pero debemos hacerlo con temor y temblor.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando