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El pasado martes, me reuní como de costumbre con mi grupo pequeño de la iglesia para estudiar la Biblia, compartir en comunión y orar. Es un grupo alegre, diverso y lleno de vida, compuesto por personas nacidas en cinco continentes y en cinco décadas diferentes. Algunos están casados; otros son solteros. Varios (como yo) se identificarían como LGBT+ si no fueran cristianos, y varios tienen un historial de relaciones sexuales con personas del mismo sexo. Una de nuestras integrantes llegó a Cristo el año pasado y tiene varios tatuajes de mujeres desnudas en su cuerpo.

Según algunos que sostienen que el matrimonio entre personas del mismo sexo es compatible con la fe cristiana, creer que las Escrituras prohíben las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo equivale a excluir a quienes se identifican como LGBT+ de la misericordia de Dios. Argumentan que, si comprendiéramos la perspectiva completa de las Escrituras, reconoceríamos nuestro error. Así como los gentiles fueron incluidos en la iglesia primitiva, también deberíamos incluir a grupos de personas que antes eran considerados marginados.

El caso que quiero presentar es el opuesto: en lugar de abrir la puerta al matrimonio entre personas del mismo sexo, la inclusión de los gentiles es la razón por la que encontramos varios textos del Nuevo Testamento que condenan las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Lejos de excluir a alguien de la misericordia de Dios, estos textos nos ayudan a comprender que todos los seres humanos están invitados al reino de Jesús bajo las mismas condiciones.

Estas son cuatro razones por las que la inclusión de los gentiles no justifica el matrimonio entre personas del mismo sexo.

1. La inclusión de los gentiles no es un cambio de opinión de Dios.

Algunas personas sugieren que Jesús cambió de opinión sobre incluir a los gentiles después de presenciar la fe de una mujer gentil (Mt 15:21-28; Mr 7:24-30), estableciendo un precedente para que Dios también cambie de opinión respecto a incluir a las personas LGBT+. Sin embargo, esta perspectiva es insostenible en muchos niveles, especialmente porque Jesús no cambió de opinión.

No solo vemos el plan de Dios de recibir a los gentiles en Su promesa a Abraham (Gn 12:3), sino que la inclusión de los gentiles por parte de Jesús ya había sido establecida antes de encontrarse con esta mujer. En un pasaje anterior en Mateo, Jesús enseñó que los judíos son los primeros herederos del reino de Dios, pero que aquellos que lo rechacen serán excluidos, mientras que cualquier gentil que lo acepte será bienvenido (Mt 8:10-12). Después de Su muerte y resurrección, Jesús proclamó la implementación del plan de Dios: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones» (Mt 28:18-19).

2. La inclusión de los gentiles no se basó solo en experiencias.

Los defensores del matrimonio entre personas del mismo sexo a veces argumentan que, así como el apóstol Pedro cambió de opinión sobre la inclusión de los gentiles tras presenciar su fe, nosotros también podríamos cambiar de opinión sobre la inclusión de las personas LGBT+ al presenciar su fe. Sin embargo, Pedro no solo tuvo experiencias; también recibió una revelación específica del Señor (Hch 10), al igual que Pablo, a quien Jesús envió como apóstol a los gentiles (Hch 9:1-19).

Necesitamos arrepentirnos de nuestro pecado; y para arrepentirnos, necesitamos comprender lo que Dios considera (y no considera) pecado

Cuando Pedro relata su visión de parte de Dios y el derramamiento del Espíritu sobre los creyentes gentiles, los seguidores judíos de Jesús responden: «Entonces, también a los gentiles Dios ha concedido el arrepentimiento que conduce a la vida» (Hch 11:18). Los gentiles no necesitaban circuncidarse ni seguir las leyes alimentarias judías para ser cristianos. Pero sí necesitaban arrepentirse de su pecado; y para arrepentirse, necesitaban comprender lo que Dios considera (y no considera) pecado.

3. La inclusión de los gentiles es la razón por la que tenemos claros “no” en el Nuevo Testamento.

Algunos argumentan que el aparente silencio de Jesús sobre las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo es una razón para afirmar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sin embargo, el ministerio de Jesús estuvo dirigido principalmente a los judíos, y la ley judía era absolutamente clara en su condena de las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo (p. ej., Lv 18:22), por lo que no era necesario que Jesús lo declarara explícitamente. (De manera similar, Jesús no hizo hincapié en que el pueblo de Dios no debía adorar ídolos, porque Su audiencia judía ya sabía que la idolatría estaba prohibida).

Por el contrario, Jesús envió a Pablo a un mundo gentil del siglo I, donde las relaciones sexuales entre hombres eran comunes. Precisamente debido a que los gentiles ahora eran incluidos en el pueblo de Dios, Pablo fue explícito en su «no» a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo (p. ej., Ro 1:26-28; 1 Co 6:9-11; 1 Ti 1:9-11), del mismo modo que fue claro en su «no» a la adoración de ídolos (p. ej., 1 Co 10:20).

4. La inclusión de los gentiles no es evidencia de una trayectoria hacia aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Algunos sugieren que, si trazamos la dirección del movimiento desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, encontraríamos una trayectoria que, de continuar, resultaría en la afirmación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Sin embargo, al comparar las leyes del Antiguo Testamento sobre el sexo con las del Nuevo Testamento, no vemos tal trayectoria. Cuando le preguntaron acerca del divorcio, Jesús enfatizó que el matrimonio es una unión de por vida, en una sola carne, entre un hombre y una mujer (Mt 19:1-9). Además, hizo más estricta la prohibición del adulterio al declarar que no solo abarca lo que hacemos con nuestros cuerpos, sino también con nuestras mentes (Mt 5:27-28). Respecto a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, mientras que el Antiguo Testamento incluye dos prohibiciones claras (p. ej., Lv 18:22; 20:13), el Nuevo Testamento contiene al menos tres textos que las condenan (p. ej., Ro 1:26-28; 1 Co 6:9-11; 1 Ti 1:9-11).

Además, si observamos la gran narrativa de las Escrituras, descubrimos que el matrimonio entre un hombre y una mujer fue diseñado intencionalmente como un «modelo a escala» temporal de la unión eterna entre Jesús y Su iglesia. Esto se vislumbra en las Escrituras hebreas, donde Dios es presentado como un esposo fiel para su esposa infiel, Israel (p. ej., Is 54:5; Jr 3:20; Ez 16; Os 2). Más adelante, esta idea se desarrolla cuando Jesús declara ser él mismo el Esposo (Mr 2:19-20) y cuando Pablo instruye a esposos y esposas a imitar a Jesús y a Su pueblo en sus matrimonios. De manera asombrosa, Pablo revela que el diseño original de Dios para el matrimonio —una unión de una sola carne entre un hombre y una mujer— siempre apuntó a la relación entre Jesús y Su iglesia (Ef 5:22-33).

Esta es la gran historia de amor de las Escrituras, y todos estamos invitados a participar.

¿Qué hacemos con esto?

El Nuevo Testamento es claro: nadie queda excluido del reino de Jesús por algo que no puede cambiar, ya sea por haber nacido gentil, por su edad, sexo, raza o historial sexual. La invitación a arrepentirse y poner la confianza en Jesús está abierta a todos los seres humanos, incluyendo enfáticamente a quienes actualmente se identifican como LGB o T.

Jesús tiene el derecho de decirnos cuándo los deseos de nuestro corazón son pecaminosos

Pero cuando ponemos nuestra confianza en Jesús, lo recibimos como Señor. Jesús tiene el derecho de decirnos cuándo los deseos de nuestro corazón son pecaminosos (Mr 7:20-23), de pedirnos que nos neguemos a nosotros mismos (Lc 9:23) y de indicarnos qué hacer con nuestros cuerpos. ¿Por qué? Porque nos compró con Su sangre preciosa (1 Co 6:19-20).

Cuando mi joven amiga, con tatuajes de temática lesbiana, fue bautizada el pasado diciembre, le regalé un collar con una cruz que tenía grabadas las palabras «lavada», «santificada» y «justificada». Es una referencia a 1 Corintios 6:9-11. En ese pasaje, Pablo advierte a los corintios que los injustos no heredarán el reino de Dios e incluye las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo en una lista de prácticas pecaminosas que —sin arrepentimiento— impedirán a las personas entrar. Pero Pablo concluye: «Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co 6:11).

Al igual que yo y todos los pecadores que se arrepienten y confían en Jesús, mi joven amiga ha sido lavada, santificada y justificada en el nombre de Jesús. La invitación a arrepentirse y confiar en Él está disponible para ti ahora, sin importar tus atracciones sexuales, tu historial o la identidad que hayas adoptado a lo largo del tiempo. La única persona que te ha amado perfectamente —tanto que soportó la muerte más dolorosa por ti— te extiende Sus brazos hoy. Él pagó el precio para que tú, yo y cualquier ser humano en esta tierra podamos entrar en la vida eterna con Él. No creas la mentira de que alguien está excluido de esto por la ética sexual cristiana. Y si aún no te has arrepentido ni creído en Él, no esperes más.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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