No es ningún secreto que el cristianismo y la hospitalidad van de la mano. «Contribuyendo para las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad» (Ro 12:13). «Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones» (1 P 4:9). «No se olviden de mostrar hospitalidad» (He 13:2). Al igual que un llamado a la puerta o una comida servida en la mesa, la hospitalidad es una expresión natural de la fe.
Sin embargo, aunque los cristianos sabemos que debemos practicar la hospitalidad, a menudo no tenemos tan claro cómo mostrar una hospitalidad que sea auténticamente cristiana. Somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios» (1 P 2:9) y nuestros hogares son una manera (¡enorme!) de declarar que nuestras vidas pertenecen al Padre de las luces. Entonces, ¿qué hace esto a la cocina de un cristiano? ¿O al patio trasero de un creyente? La forma en que recibimos a otros debería ser visiblemente diferente a la del mundo. Pero ¿cómo?
Mientras mi esposo y yo consideramos la compra de nuestra primera casa, a menudo nos hemos planteado esta pregunta. Queremos que el carácter y los mandamientos de Dios, y no nuestra personalidad ni nuestras preferencias, sean el fundamento y la guía de nuestra hospitalidad. Con ese objetivo, reflexionemos sobre cómo la fe, el amor y la sabiduría pueden ayudar a que los hogares cristianos reflejen su decisión de servir al Señor (Jos 24:15).
Cómo la fe organiza el hogar
Primero y más importante, la hospitalidad cristiana surge de la fe (Ro 14:23). Vivimos por fe en el Hijo de Dios, quien nos amó y se entregó por nosotros (Gá 2:20). Por lo tanto, dirigimos nuestros hogares con fe en el Hijo de Dios, quien nos amó y se entregó por nosotros. Ya no somos nosotros quienes definimos cómo vivir en nuestros hogares, sino Cristo quien vive en nosotros.
La hospitalidad cristiana es un concepto reservado para quienes saben que su hogar no es su tesoro. Cristo lo es
¿Qué querría el Hijo que hiciéramos con nuestras salas de estar y sótanos, comida extra y camas disponibles, sino usarlos para glorificar al Padre? Jesús no viviría de otra manera: «Yo honro a Mi Padre» (Jn 8:49). «La palabra que ustedes oyen no es Mía, sino del Padre que me envió» (Jn 14:24). «Yo hago como el Padre me mandó». ¿Por qué? No pierdas esto de vista: «Para que el mundo sepa que Yo amo al Padre» (Jn 14:31, énfasis añadido).
¿Qué hace que la hospitalidad sea distintivamente cristiana? La fe en Cristo, la cual no puede evitar amarle a Él y al Padre que lo envió. Practicamos la hospitalidad, como Dios lo ha mandado, porque deseamos que el mundo sepa que amamos a Dios. Como lo expresaría John Piper, la hospitalidad cristiana es un concepto reservado para quienes saben que su hogar no es su tesoro. Cristo lo es. Y porque Él es su tesoro, están decididos a usar su hogar de formas que muestren que Dios, y no su hogar, es su mayor riqueza.
Ahora bien, ¿cómo logra esto la hospitalidad cristiana? Deseamos magnificar a Dios en la manera en que administramos nuestro hogar, pero ¿cómo se ve eso en la práctica? Aunque no contemos con una máquina de rayos X espiritual que revele las intenciones del corazón, quizás aún sea posible identificar la hospitalidad cristiana en acción. Reflexionemos juntos sobre cómo la fe se da a conocer.
Que el amor prepare la mesa
Si ya no somos nosotros quienes determinamos cómo vivir en nuestros hogares, sino Cristo quien vive en nosotros, y Él quiere que glorifiquemos a Dios amándolo, surge una pregunta importante: ¿Cómo se manifiesta el amor por Dios? En pocas palabras, amar a Dios implica amar:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas (Mt 22:37-40, énfasis añadido).
Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1 Jn 4:7-8, énfasis añadido).
El amor por los demás impregna cada esfuerzo fiel de vivir conforme a pasajes como Romanos 12:13, 1 Pedro 4:9 o Hebreos 13:2; de lo contrario, nuestra hospitalidad carece de valor (Gá 5:6). No olvidemos que la palabra del Nuevo Testamento para hospitalidad (en griego philoxenia) no significa simplemente «ser anfitriones amables y habituales», sino literalmente «amor por los desconocidos». Servimos al mayor Anfitrión que ama a los desconocidos en la historia: «Pero Dios demuestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8, énfasis añadido). No es de extrañar, entonces, que sin amor, cada invitación que hacemos sea como metal que resuena y cada conversación como címbalo que retiñe (1 Co 13:1).
La hospitalidad es una oportunidad para demostrar que Dios es mejor que cualquier comodidad de un hogar no compartido
La hospitalidad con amor es una historia completamente diferente, una historia que se escribe cada día. Las formas ordinarias en que usamos nuestros hogares tendrán un impacto en la eternidad, y esas formas variarán de un día a otro, de una persona a otra, de una situación a otra, de una necesidad a otra. Como creyentes que buscamos aprovechar al máximo nuestros hogares (Ef 5:16), dejamos que el bienestar de los demás defina qué es lo «mejor» para nosotros. Al reflexionar sobre la administración cristiana del tiempo, David Mathis comenta:
Una forma práctica de hacerlo es programar el tiempo tanto para el bien proactivo en el llamado que Dios nos ha dado como para el bien reactivo que responde a las necesidades urgentes de otras personas. Aprender a permitir que el amor inspire y dirija nuestra planificación probablemente implicará dedicar bloques bastante rígidos a nuestras tareas proactivas, junto con un margen generoso y una flexibilidad planificada para atender regularmente las necesidades imprevistas de otros.
Por amor, la hospitalidad cristiana es constante; por amor, la hospitalidad cristiana también es flexible. Nuestros hogares son bases estratégicas desde donde servimos a los demás y puntos de apoyo listos para responder a las necesidades que surgen en nuestro entorno.
La mayoría de nosotros tendemos a inclinarnos por un tipo de hospitalidad más que por otro. Algunos prefieren inscribirse para llevar comidas; otros, enviar invitaciones de última hora para cenar. Por lo general, somos los organizadores, los que se preparan, los planificadores o aquellos que realmente lo dicen en serio cuando afirman: «Solo tienes que llamarme». Sin embargo, si no tenemos cuidado, nuestra hospitalidad podría terminar pareciéndose a un anuncio en una caja de cereal: Tu vida. Tu hogar. Tu manera.
La vida cristiana no podría estar bajo un estandarte más opuesto. Hemos sido comprados por un precio infinitamente más valioso que nuestras hipotecas o alquileres mensuales (1 Co 6:20). Esta vida no nos pertenece y estos hogares tampoco. Por lo tanto, nos comprometemos a usarlos según la voluntad de Dios, quien nos manda glorificarlo al entregarnos en amor por los demás.
Por eso, la hospitalidad, ya sea inesperada o después de varios días de preparación, que se ofrece a amigos de la iglesia o a vecinos en necesidad, no es simplemente un inconveniente para los cristianos. La hospitalidad es una oportunidad para demostrar que Dios es mejor que cualquier comodidad del hogar «más cómodo» que se puede brindar, pero no compartido. ¿Existe una manera más amorosa de preparar la mesa?
No dejes la sabiduría fuera de casa
Por último, el amor que nace de la fe no descuida las circunstancias ni ignora los dones mientras buscamos practicar una hospitalidad diligente y flexible. Los creyentes no somos personas impulsivas sin reflexión; somos buscadores de sabiduría en oración (Stg 1:5), comprometidos con hacer buenas obras con la mirada puesta tanto en la Escritura como en la vida. Si una madre que educa en casa, un compañero de cuarto universitario, un nuevo pastor y una mujer en silla de ruedas intentaran ofrecer el mismo tipo de hospitalidad, ¡simplemente no podrían! Y no tienen por qué hacerlo, porque la hospitalidad cristiana no depende solo de la fe y el amor, sino también de la sabiduría.
Si nuestra hospitalidad ha de ser distintivamente cristiana, debemos tomar ejemplo de Cristo
Cuando encontramos mandatos acerca de practicar la hospitalidad, debemos recordar que Dios no nos llama a obedecerle solo hoy, sino también mañana, la próxima primavera y a lo largo de toda nuestra vida. Debemos aspirar a una hospitalidad obediente y duradera, y la longevidad es una de las muchas especialidades de la sabiduría (Pr 3:16; Ec 7:12). La sabiduría busca cómo aplicar la verdad eterna a la vida cotidiana, planteando preguntas tanto a la Escritura como al contexto. Por ejemplo:
- Si la sabiduría comienza con (y es sostenida por) el temor del Señor (Pr 1:7), ¿hemos cultivado hábitos personales que, mientras buscamos alimentar a otros, nos permitan ser alimentados por Dios? ¿Priorizamos sentarnos a la mesa de nuestro gran Anfitrión (Sal 23:5) sobre preparar nuestra propia mesa?
- ¿A quiénes llaman el Antiguo y el Nuevo Testamento a los cristianos a practicar la hospitalidad? Considerando la etapa actual de nuestra vida —con estas responsabilidades, aquellas dificultades, esa oportunidad y esta capacidad—, ¿cómo podemos recibir fielmente a quienes Dios llama a Su iglesia a recibir?
- A lo largo de la Biblia, ¿es la hospitalidad un bien inherente o su verdadera virtud radica en su uso como un medio para algo —o Alguien— más satisfactorio que las bebidas más selectas y los alimentos más exquisitos (Jn 4:13-14; 6:35)? ¿Cómo podemos empezar a usar mejor nuestros hogares como señales que dirijan a las almas abatidas por el pecado, no para que se impresionen con nuestra forma de recibir, sino con el Dios que salva?
La sabiduría se deleita en considerar cómo dar fruto abundante y perdurable, para alabanza de Dios y el bien de los demás.
Y mientras busca respuestas, la sabiduría también se deleita en orar humildemente junto a la Sabiduría misma: «Padre… no se haga Mi voluntad, sino la Tuya» (Lc 22:42). Si nuestra hospitalidad ha de ser distintivamente cristiana, debemos tomar ejemplo de Cristo. En Él encontramos al único Hombre que pudo seguir los mandamientos de Dios con una fe completa y un amor verdadero, cada día de Su vida. Que nuestra hospitalidad, motivada por el testimonio de Cristo y fortalecida por Su Espíritu, sea guiada por lo que los cristianos valoran más: nuestro Dios.
Cuando se trata de puertas abiertas y mesas preparadas, cualquier persona en el mundo puede ser un anfitrión según su propia voluntad. Solo los cristianos pueden practicar la hospitalidad según la voluntad del Padre.