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Los epitafios comunican un mensaje. Le dicen a la futura generación lo que es importante de una persona. Los epitafios también moldean. Le dan forma a nuestra memoria al enfocarla en las verdades más preciadas sobre la persona.

¿Qué dirán sobre ti cuando mueras?

Conmemorando a M’Cheyne

Robert Murray M’Cheyne murió en 1843, semanas antes de su cumpleaños número 30. Terminó su peregrinaje terrenal como un pastor reconocido en Escocia. No es de sorprenderse que los días y semanas después de su muerte fueron testigos de una avalancha de mensajes publicados en la forma de memoriales. Amigos, familiares, y personas de la congregación trataron de capturar la esencia de M’Cheyne en una página. Muchos escritos son emotivos. Otros son casi una hagiografía.

El que resume la piedad de M’Cheyne de forma más elocuente y breve fue escrito por James Hamilton, pastor de la iglesia escocesa en Regent Square, Londres. “Nunca conocí a uno tan insistente a tiempo y fuera de tiempo, tan impresionado con las realidades invisibles, y tan fiel en reprobar el pecado y testificar de Cristo”, escribió Hamilton. “El amor por Cristo fue el gran secreto de toda su devoción y consistencia”.

Una vida de amor

Tener pasión por la santidad le corresponde a la vida cristiana. Es requerido si hemos de ver a Dios (Heb. 12:14; cf. 1 P. 1:16). 

La Biblia ofrece muchas motivaciones para crecer en piedad. La mejor de ellas, decía M’Cheyne, era contemplar el amor de Dios en Cristo Jesús. “Tres veces bendito sea Dios”, dijo M’Cheyne, “Él ha inventado una forma más poderosa que el infierno y todos sus terrores, un argumento mucho más fuerte que un vistazo de esos tormentos. Él ha inventado un una forma de atraernos hacia la santidad. Al mostrarnos el amor de su Hijo, Él hace surgir nuestro amor”.

Tener pasión por la santidad le corresponde a la vida cristiana. Es requerido si hemos de ver a Dios

Creyendo que la vida cristiana es una comunión de amor, M’Cheyne enfatizó el encuentro con Cristo a través de los medios de gracia: la Palabra, los sacramentos, y la oración. El predicador de Dundee tenía una perspectiva particular sobre los canales de gracia de Dios. A él le gustaba referirse a ellos como “citas”. En un sermón él declaró:

“En la lectura diaria de la Palabra, Cristo hace una visita diaria al alma. En la oración diaria, Cristo se revela a sí mismo a los suyos en una manera distinta en la que Él se revela al mundo. En la casa de Dios, Cristo viene a los suyos y les dice: ‘¡Paz a ustedes!’ Y en los sacramentos, Él se revela a ellos en el partimiento del pan, y ellos proclaman: ‘¡Es el Señor!’. Estas son todas citas en las que el Salvador viene a visitar a los suyos”.

Considera cómo este intercambio de amor sucede ordinariamente entre el Salvador y sus amados. Cristo viene a nosotros en la Palabra predicada o leída. Nosotros respondemos en oración, en privado o de manera corporativa. La Santa Cena, también, es una comunión de amor. Nuestro Salvador misteriosamente, pero verdaderamente, se acerca y nos llama a su banquete. Nosotros tomamos nuestro lugar y contemplamos al Rey en su belleza. La vida cristiana es una vida de amor de principio a fin.

El amor por Cristo no fue solo el secreto de la consistencia de la vida cristiana de M’Cheyne. También fue el corazón de su ministerio evangelístico.

Un ministerio de amor

“El amor de Cristo nos apremia” (2 Co. 5:14); M’Cheyne personificó esta confesión apostólica. Él pasó todo su ministerio llamando a almas a conocer el amor de Cristo como fue revelado en el evangelio, y a retornar ese amor a Cristo a través de una vida de devoción.

Predicar a Cristo fue crucial en ese ministerio. Para M’Cheyne, un verdadero púlpito cristiano tenía dos partes.

Primero, el pastor debía llenar su predicación con la oferta gratuita del amor de Cristo por los pecadores. Mientras estaba en el seminario, M’Cheyne llamó a esta oferta gratuita “el vigor de la buena predicación”. Más tarde explicó: “Un centinela fiel predica a un Salvador gratis a todo el mundo. Este fue el gran propósito del ministerio de Cristo”.

[M’Cheyne] pasó todo su ministerio llamando a almas a conocer el amor de Cristo como fue revelado en el evangelio, y de retornar ese amor a Cristo a través de una vida de devoción

M’Cheyne dijo que la fidelidad ministerial depende de una cosa: predicar a Cristo como Señor, no hay otro sustituto. Sin embargo, él creyó que la forma en como uno predica era tan vital como el contenido de la prédica.

No solo es el contenido del predicador lo que debe estar lleno del amor de Cristo, decía M’Cheyne, sino también debe estarlo la forma del predicador. El amor redentor es tanto la verdad como el tono de la predicación del evangelio. Esta lección fue una que M’Cheyne aprendió a través de un fracaso temprano. Mientras aún era asistente pastoral, él predicó a una audiencia numerosa en el servicio vespertino en el día del Señor. “Me sentí muy feliz después, aunque estaba de duelo por hablar amargamente del evangelio”, registró él. “Ciertamente es un mensaje tierno, y debe ser hablado con ternura angelical, especialmente por un pecador tan necesitado”.

Los pastores sabios reconocen que la predicación del evangelio debe ser encantadora y tierna. Sí, el amor requiere advertencias y conoce la necesidad de la reprensión. Pero el tono común que le va mejor a la predicación del evangelio, creía M’Cheyne, era el del amor tierno. Esta es la razón por la cual le preguntaba a amigos del ministerio después de haber predicado aún sobre los temas más difíciles: “¿pudiste predicar con ternura?”.

Un mundo de amor

La chispa espiritual que empezó en la conversión se convierte en una llama que arderá por toda la eternidad

El amor es la esencia de toda santidad. Pertenece a los frutos selectos: fe y esperanza. Pero el amor es el mayor de todos porque nunca deja de ser (1 Co. 13:8, 13). La chispa espiritual que empezó en la conversión se convierte en una llama que arderá por toda la eternidad. M’Cheyne se deleitaba en esa expectativa. Él sabía que el cielo “es el mundo del santo amor, donde podremos expresar nuestro amor para siempre de forma libre, plena, incansable, y sin restricciones”.

El amor a Cristo, por lo tanto, no solo fue simplemente “el gran secreto de toda su devoción”. También fue la manera en que M’Cheyne experimentó el cielo en la Tierra.

Que el amor Cristo-céntrico también sea tu supremo deleite, y la verdad que define tu vida.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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