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En una ocasión le preguntaron al apologista y predicador Francis Schaeffer qué le diría a un incrédulo si pudiera hablar durante una hora con él. Schaeffer respondió diciendo que pasaría cincuenta minutos hablando del pecado y la condenación que merecemos, y luego diez minutos hablando del evangelio.

Schaeffer dio esa sorprendente respuesta porque las buenas noticias del evangelio no tienen sentido sin el peso de las malas noticias, en especial en una cultura como la nuestra que llama a lo bueno malo y a lo malo bueno, una contradicción que lamentablemente también se observa a veces en la iglesia de nuestros días.

Cuando el apóstol proclama malas noticias

El apóstol Pablo hace algo similar a Schaeffer en los primeros capítulos de su gran epístola a los Romanos, la carta más grandiosa jamás escrita.

Pablo declara al inicio de su carta que desea ir a Roma para predicar el evangelio. La razón que da a sus lectores es muy clara: el evangelio, que significa buenas noticias, «es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree… Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (1:16-17).

En el Antiguo Testamento se habla de la justicia de Dios para referirse a que Él siempre hace lo que es correcto, pero también para hablar de cómo Él actúa para restaurar a Su pueblo. Es en ese sentido que Pablo está hablando ahora en Romanos. Dios prometió que restauraría a Su pueblo y ahora el evangelio anuncia que todo el que crea va a experimentar esta salvación y vivirá.

Pero ¿por qué necesitamos esta salvación? La razón fundamental es que la ira de Dios está sobre nosotros debido a nuestro pecado. En las palabras inspiradas de Pablo: «Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad» (Ro 1:18).

Pablo comienza con este versículo una exposición larga (que termina en Romanos 3:20) donde explica de manera irrefutable que todos somos pecadores que no pueden salvarse a sí mismos, debido a que todos estamos bajo la esclavitud del pecado.

Peor que fallar en la dirección correcta

La palabra «pecado» significa «errar el blanco», pero el uso que hace la Biblia de esta palabra no es tan simple como podríamos suponer solo con ese significado.

Nuestro pecado no tiene que ver con que estábamos buscando hacer lo bueno y fallamos el blanco porque era demasiado difícil anotar, como si estuviéramos jugando baloncesto y estamos cerca de anotar pero no somos tan buenos lanzando hacia la canasta. Más bien, nuestro pecado demuestra que hemos errado por completo porque vivimos apuntando a la dirección totalmente opuesta.

Fuimos creados para caminar junto a Dios, disfrutar de Él y adorarle con alegría, pero todos nosotros —de alguna manera u otra— hemos pecado al poner otras cosas en el lugar que solo Dios merece. Eso es idolatría y es la esencia de todo pecado que cometemos. Ese es el deshonroso intercambio que cada uno de nosotros ha hecho.

Pablo habla de esto cuando escribe en Romanos 1:

Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles… Porque ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, quien es bendito por los siglos. Amén (vv. 22-23, 25).

En resumen, no importa qué tan buenos nos creamos o las buenas acciones que realicemos, por naturaleza todos nosotros vivimos como si fuéramos el centro de este mundo. Así hemos cometido el crimen cósmico de desplazar a Dios del lugar que le corresponde en nuestras vidas, y como Dios es justo estamos bajo condenación.

La raíz de nuestros problemas en el plano horizontal es nuestro pecado en el plano vertical

Además, es por esto mismo que nuestras relaciones con los demás están afectadas por el pecado. Cuando tú y yo asumimos que somos el centro del universo y vivimos de esa forma, entonces es más que evidente que tendremos choques entre nosotros. Esta es la raíz más profunda de todos los conflictos en este mundo.

Por eso somos egoístas, buscamos demostrar constantemente que tenemos la razón,  ganar la aprobación de los demás o competir con otros sobre quién debería estar en el centro. La raíz de nuestros problemas en el plano horizontal es nuestro pecado en el plano vertical.

Cómo (no) ser declarado justo ante Dios

Ahora bien, alguien pudiera decir: «Bueno, es verdad, somos pecadores, pero si buscamos obedecer la ley de Dios, entonces podremos cambiar y de alguna forma borrar todo lo malo que hemos hecho y así restaurar nuestra relación con Dios». Pero Pablo es rápido en su carta para aclarar que eso es imposible.

La ley de Dios nos da conocimiento acerca de cómo debemos vivir y de que somos pecadores, pero no puede transformarnos ni apartar de nosotros la ira de Dios que merecemos. Por nosotros mismos y por nuestros esfuerzos, nadie puede ser justificado delante de Dios (es decir, ser declarados justos). Presta atención a cómo lo dice Pablo:

Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se calle y todo el mundo sea hecho responsable ante Dios. Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado (Ro 3:19-20).

El evangelio no tiene sentido hasta que primero entendamos esta mala noticia —que por la ley nadie es justificado— y la recibamos con sobriedad en el corazón.

Sin embargo, el mundo busca rechazar esta verdad. Hoy en día parece que el único pecado para nuestro mundo es decir que existe el pecado. La gente busca justificarse a sí misma delante de Dios o delante de sí mismos para tratar de acallar sus consciencias y experimentar paz. Entonces persisten en poner en primer lugar el sexo, el dinero, el poder, las redes sociales, la reputación o cualquier otra cosa.

Al mismo tiempo, las personas que vienen a la iglesia y dicen ser cristianas no están automáticamente exentas de este tipo de pensamiento. Es posible hacer muchas cosas para Dios pero no porque te has arrepentido y ahora lo atesoras a Él, sino para buscar ganarte tu salvación o sobornar a Dios para que te dé las bendiciones que quieres, o para obtener paz mental al creer que eres mejor que los demás. Spoiler: al final de la película no logras ninguna de esas cosas.

El punto es que la falta de religión no puede salvarte, pero tampoco puede salvarte tu religiosidad. Estas malas noticias del Señor Jesucristo para nuestras vidas son el contexto en el que Pablo entonces empieza a declarar con detalle las buenas nuevas del Señor Jesucristo.

Las dos palabras más hermosas

Somos peores de lo que creemos, no podemos salvarnos y estamos por naturaleza bajo condenación… «pero ahora  [continúa diciendo Pablo], aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, confirmada por la ley y los profetas. Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen…» (Ro 3:21-22).

La falta de religión no puede salvarte, pero tampoco puede salvarte tu religiosidad. Estas malas noticias son el contexto para declarar el evangelio

El predicador Martyn Lloyd-Jones decía que no existían palabras más hermosas en toda la Biblia que estas dos: pero ahora. Una vez que hemos sentido el peso de las malas noticias, podemos entonces decir lo mismo que Lloyd-Jones.

El evangelio es la buena noticia de lo que Dios hizo en Cristo para que todo pecador sea salvo por medio de la fe en Él. Es la solución a las malas noticias que enseña la Biblia sobre nuestra condición pecadora ante un Dios justo. Es la buena noticia que nos llena de esperanza y gozo en medio de nuestra terrible condición.

¿Qué significa el evangelio y cómo cambia nuestras vidas? Eso es lo que el apóstol explica en el resto de la carta y es la pregunta en la que necesitamos profundizar por el resto de nuestras vidas. Aunque al menos diez minutos ahora, como diría Francis Schaeffer, sería un excelente comienzo.

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